Mar 31.12.2002

CULTURA

Las mil formas de viajar leyendo, en un suplemento para coleccionar

A partir del jueves, aparece Verano/12, que propone una serie de viajes por la vida, de la mano de los mejores narradores de la historia.

› Por Rodrigo Fresán

Cesare Pavese no vaciló en afirmar que “los viajes son una brutalidad. Le obligan a uno a confiar en extraños y a perder de vista toda la comodidad familiar de la casa y de los amigos. Se está en continuo desequilibrio. Nada le pertenece a uno salvo las cosas esenciales: el aire, el descanso, los sueños y el mar, el cielo, y todo tiende hacia lo eterno o a lo que imaginamos de la eternidad”. Malcolm Lowry diagnosticó que “viajar es una neurosis, así que cómo esperar que no te convierta en un neurótico”. Por su parte, Alain de Botton –en su tratado titulado El arte de viajar— aporta una postal alternativa: “Si nuestra vida se halla dominada por la persecución de la felicidad, pocas actividades revelan tanto como los viajes acerca de la dinámica de esta búsqueda, en todo su ardor y con todas sus paradojas. Los viajes expresan, aunque sea de manera poco articulada, una cierta comprensión de la esencia de la vida al margen de las constricciones del trabajo y de la lucha por la supervivencia”.
Unos y otros tienen razón, claro, y el suplemento Verano/12 –que, como ya es costumbre, vendrá como parte del equipaje de este diario durante los próximos enero y febrero– viajará leyendo a lo largo del misterio del hombre en movimiento. Ese hombre que alguna vez fue nómade absoluto, acabó instalándose en ciudades y que, a la hora del verano, recupera un poco de su pulsión ancestral saliendo de viaje y –nada es casual– intentando leer todo lo que no pudo leer durante el año y las otras tan estáticas tres estaciones restantes.
Verano/12 funcionará entonces como atlas de antiguas peripecias y brújula para el descubrimiento de paisajes nuevos a través de textos clásicos y no tanto. Todo libro es un viaje y que a nadie extrañe la cantidad de grandes viajes –verdaderos y ficticios– adentro de los libros. Si se lee cuando se viaja también es ciencia que se viaja leyendo. Y por las páginas de Verano/12 se moverán autores y personajes de diverso kilometraje. Aquí están, éstos son, algunas de las idas y vueltas del asunto:
Julio Cortázar rueda por las autopistas francesas mientras ahí cerca Phileas Fogg prepara su vuelta al mundo en ochenta días. Un gris espía de Le Carré salta el infernal Muro de Berlín y Dante se da un paseo por arriba y por abajo y por el medio. Paul Auster navega en un carguero mientras Herman Melville se embarca en balleneros. Wakefield y James Joyce salen a dar unas vueltitas muy pero muy largas. Truman Capote comenta la personalidad de los trenes españoles y John Cheever la de ciertos aeropuertos norteamericanos. Haruki Murakami invita a reservar habitación en un extraño hotel japonés, mientras Sam Shepard recorre moteles de tierra baldía. Alicia se deja caer por el agujero de las maravillas y un inglés victoriano construye una máquina del tiempo. Charles Darwin llega a Buenos Aires y Thomas Mann a Venecia. Bruce Chatwin inventa su Patagonia y Cristóbal Colón descubre América. Marcel Proust ilumina acerca del miniturismo catedralicio mientras el viajero sentimental Lawrence Sterne descubre París. Heródoto y T. E. Lawrence se pierden para encontrarse en las arenas de sus respectivos desiertos. Osvaldo Soriano rinde tributo en la tumba de Stan “El Flaco” Laurel en el mismo Los Angeles donde se droga Bret Easton Ellis y alguna vez Aldous Huxley predicó el viaje tan inmóvil como vertiginoso del trip lisérgico. Paul Theroux se acomoda en un vagón y David Foster Wallace en uno de esos infames cruceros caribeños. Salman Rushdie se aventura en la Nicaragua revolucionaria y Arthur Gordon Pym en una Antártida pasada de revoluciones. Claudio Magris flota por el Danubio y Jospeh Conrad por el río Congo. Roberto Bolaño sale a toda velocidad del Distrito Federal y Ulises vuelve después de tanto tiempo al hogar...
Lo del principio: hay muchas maneras de viajar y una de las mejores -por económica, segura, nutritiva– es viajar leyendo. Si es cierto aquellode que “viajando se conoce gente” (lo que no tiene por qué ser necesariamente bueno o agradable), entonces leyendo se conocen mundos enteros y de la mejor manera posible: sin gastos excesivos, sin jet-lag, sin pasajero molesto en el asiento de al lado, sin ninguna de esas enfermedades exóticas o con doble apellido que suelen atacar por la espalda al turista siempre indefenso y, admitámoslo: es incómodo leer en movimiento. Así que, mejor, a moverse leyendo y todos al tren, a bordo, al avión, al auto, a lo que sea. El cinturón –en cualquier caso– lo tenemos ajustado desde hace rato.
Felices vacaciones, buenos viajes.

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