CULTURA
› ENTREVISTA AL ESCRITOR Y JUEZ HECTOR TIZON
“El espectáculo de la justicia argentina es lamentable”
El gran narrador, que además es integrante del Superior Tribunal de Justicia de Jujuy, habla del fallido intento de juicio a la Corte Suprema de la Nación, del retroceso del neoliberalismo en el mundo y del tratamiento de los medios de los casos de chicos muertos por desnutrición, entre otros temas.
Por Angel Berlanga
El jujeño Héctor Tizón es, para buena parte del mundo cultural argentino, un observador punzante de la realidad. Muchas veces sus palabras parecen las de un sabio. Esto, entre otras cosas, implica una mirada aguda y una pasión por llegar al fondo de las cuestiones humanas, para luego encontrar las palabras exactas para expresar sus ideas. “Se escribe de lo que se sabe”, ha dicho este escritor nacido en 1929 en Yala, un pueblo ubicado a pocos kilómetros de San Salvador de Jujuy en el que reside definitivamente desde que volvió del exilio madrileño al que lo obligó la dictadura militar entre 1976-1983.
Además de novelista (Luz de las crueles provincias, El hombre que llegó a un pueblo, La casa y el viento) y cuentista (“El gallo blanco”, “El traidor venerado”, “A un costado de los rieles”), Tizón es juez: forma parte del Superior Tribunal de Justicia de Jujuy. Para esa función, dice, no es imprescindible ser un tratadista del Derecho o un sabio jurídico: es necesario “ser decente, tener los ojos bien abiertos, hacer razonar a las partes y ser imparcial, más allá de un sentimiento a favor, siempre, de la parte más débil”. Un ejercicio interesante sería contrastar esas palabras con el desempeño de la Corte Suprema de Justicia de la Nación durante los últimos años.
A Tizón siempre lo apasionó la vida pública, aunque no sus fastos. Se dice, por ejemplo, que le ofrecieron ser secretario de Cultura de la Nación y que declinó, cortésmente, porque eso le significaba dejar de vivir en su tierra natal. Durante el tenso y triste 2002 escribió artículos sobre la crisis y habló más que nunca con periodistas, colegas y políticos, asuntos que le sacaron tiempo para avanzar en la novela que tiene en marcha. Desde Jujuy, a poco más de un año de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y de la llegada de Eduardo Duhalde al poder, Tizón contestó a las preguntas de Página/12 sobre algunas de sus percepciones acerca de un momento oscuro y problemático, pero a la vez apasionante, de la vida pública argentina.
–¿Observa a Latinoamérica distanciándose del neoliberalismo o se trata simplemente de un afloje temporal para que los países no se terminen de desangrar? ¿Qué perspectivas tiene sobre el rumbo de la región?
–Si el neoliberalismo es lo que hemos padecido en la década del noventa, creo que, afortunadamente, no sólo Latinoamérica sino también el mundo entero se está alejando de él. Pero esa concepción del neoliberalismo resulta ser la máscara del capitalismo financiero más rapaz e inescrupuloso. Y no es con el “populismo” como se lo combate, sino con medidas quizá menos aparatosas y heroicas, pero sí más eficaces. Por ejemplo, con un Poder Judicial independiente y con una administración pública en manos de funcionarios idóneos, y no de punteros políticos. Porque por más rico en recursos naturales que pueda ser un país, si está en manos de una cáfila de ladrones y corruptos, ese país acabará hundiéndose.
–¿Cómo evalúa el funcionamiento de la Justicia, tan sospechada, en la Argentina?
–El espectáculo de la Justicia, en su máxima expresión, es lamentable y dañino, porque los corruptos e incompetentes, que son los menos, pero vistosos, han provocado el desprestigio generalizado.
–¿Y qué opina del intento frustrado, este año, de juicio político a los nueve miembros de la Corte Suprema de Justicia?
–Bueno, el remedio del juicio político a todos los jueces de la Corte Suprema –proyección del slogan absurdo y cacerolero del “que se vayan todos”– ha terminado en una lamentable chapuza y provocó tan sólo la ida de un juez honesto (se refiere al magistrado Gustavo Bossert). Mi abuelo solía decir: “Nunca te enfrentes a un tigre si no estás seguro de matarlo”. Pero, digo yo, tampoco hay bestias inmortales.
–En una entrevista de 1997 decía que en Yala usted tenía una gran paz. ¿Sigue con esa gran paz?
–Sí, en Yala estoy en paz. Y esa paz proviene, entre otras cosas, de la conciencia de que nadie puede dar un paso más allá de sus propios zapatos.
–¿Dónde estaba el 20 de diciembre de 2001, cuando cayó el gobierno de De la Rúa?
–Estuve aquí, en Jujuy, sufriendo, como todos.
–Y a poco más de un año de aquellos hechos, ¿cuáles son sus consideraciones de lo ocurrido?
–Creo que fue el comienzo de un final. Y ese final resultó ser más cercano al de una ópera bufa que a un desenlace wagneriano.
–¿Se agravó, a lo largo de este año, la pobreza en Jujuy? ¿O es que desde Buenos Aires recién ahora hubo intención de hablar de lo que allí pasaba con igual intensidad desde hace años?
–En estas crueles provincias la pobreza quizá se note un poco menos que en las grandes concentraciones de población, tal vez porque siempre fuimos pobres, pero también porque las desigualdades sociales nunca alcanzaron los niveles de obscenidad que en otros lados. Y esto último explica, además, que también haya menos delincuencia.
–¿Cómo observó a los medios en el tratamiento de la muerte de chicos por desnutrición?
–El tratamiento que la mayoría de los medios da a nuestras desdichas es entre frívolo y canallesco. Es como un regodeo masoquista en lo abyecto. Un niño a punto de morir nos envilece a todos: ¿quién podría sentarse a pulir un soneto en esta situación, sin avergonzarse?
–¿Lo afectó de algún modo, a la hora de escribir, la enorme crisis de 2002?
–Este último año apenas si he podido avanzar con una novela que tenía, como quien dice, entre manos; en cambio he pasado el tiempo escribiendo notas para algunos diarios y contestando reportajes como éste. No sé si esta novela será la penúltima que escriba; un hombre sensato, de todas formas, no debe preocuparse por su sepultura.
–¿Qué predomina hoy: la sensación de que este estado calamitoso se puede cambiar o lo contrario? ¿Por qué cree que no surgen nuevos movimientos y dirigentes representativos?
–La primera vez que estuve en Europa todavía se podían observar las consecuencias de los bombardeos; la gente apenas si comía un par de huevos por semana y los cigarrillos se compraban de a uno. Esa calamidad cambió, pero no con magia, y tampoco con lamentos. Los grandes dirigentes de la posguerra como Adenauer, De Gaulle o De Gásperi surgieron y ocuparon los vacíos que dejó la Segunda Guerra Mundial no por predicar con slogans o consignas fáciles, sino porque escucharon lo más hondo y genuino de los deseos y necesidades de la gente.
–¿Cómo evalúa al gobierno de Duhalde, a casi un año de gestión?
–El gobierno de Duhalde es una paradoja: está durando mucho más allá de los doce rounds, sin ayuda de nadie, con la unanimidad de los gurúes mercenarios en contra. E pour si move.
–¿Qué influencia tienen hoy los intelectuales en la Argentina?
–Creo que los intelectuales no tienen ningún peso en el país. La deserción de los intelectuales es de tal magnitud que su voz, sus opiniones, sus críticas han sido sustituidos por los efímeros cacerolazos.
–¿Por qué se lee tan poco en la actualidad?
–No creo que se lea poco en Argentina; en mi opinión se lee más que antes, pero la mayor parte de lo que se lee es chatarra disfrazada de literatura. Pero no importa: hay gente que empezó por Vargas Vila y terminó amando el Quijote.