CULTURA › “CUERPOS SUCESIVOS”, EL NUEVO LIBRO DE MANUEL VICENT
“El amor permite resucitar”
La novela, que acaba de editarse en España, gira sobre viejas obsesiones del escritor, con una pareja protagónica que encuentra en el amor una vía de salida y a la vez una forma de condenación.
Por Angel S. Harguindey
Desde Madrid
Manuel Vicent tiene nuevo libro: se llama Cuerpos sucesivos, ya fue distribuido en las librerías y se presenta mañana en Valencia. En él, el autor de La novia de Matisse y Son de mar narra la historia de una pasión amorosa que surge entre un profesor de Literatura y una violonchelista, un deslumbramiento en el que el placer y el dolor van indisolublemente unidos. “El protagonista, David Soria, profesor de Literatura, es un hombre maduro, de vuelta de todas las sensaciones, caídas y renuncias, glorias y miserias del amor con las mujeres, pero que no está dispuesto a rendir todavía las armas. Prefiere quedar destruido a ser derrotado. Abdicar significa estar muerto”, explica el escritor y periodista español. “En este caso, una mujer joven, bella y agónica, al borde de la propia aniquilación, le rompe todas las cadenas a este amante, incluso las de su cuerpo exhausto, con una experiencia nueva. En el amor siempre hay un más allá. Su fuerza misteriosa siempre permite resucitar, aunque para resucitar hay que bajar primero al infierno.”
–Cuerpos sucesivos parece, entre otras cosas, el balance de una vida sentimental, un recuento de historias de amor en las que el denominador común es una cierta sensación de frustración por no haber sabido valorar a las mujeres con las que las vivió.
–No sé si los tiempos están para escribir de amor, pero ésta es una novela de amor a primera sangre. Es también una historia de palabras, de fugas de la realidad a través de los sueños. Más allá de la estética, el amor siempre es un desafío, a veces muy carnal, en el que, aun perdiendo, siempre se gana, porque con esa derrota uno demuestra que sigue vivo. El protagonista de esta historia remonta la corriente de todas las pasiones de su vida. Recuerda los amores que se perdieron, unos por cobardía, otros por tedio o indiferencia, otros por agotamiento. Río abajo trata de transformar todas esas derrotas en una suave melancolía, que es a la vez una victoria o una forma de redimirse. No tengo claro qué quise explicarme a mí mismo con eso. Adentrarse en el alma femenina es una tarea muy complicada. ¿Qué sabemos los hombres de ese bosque tan intrincado? Llega uno al tercer árbol y ya está perdido.
–Por lo general, la memoria tiende a conservar lo más del placer y el dolor, y olvida la rutina. ¿Es ésa la materia sobre la que trabaja el escritor, la recreación de una memoria mixta? ¿Qué opina de los movimientos literarios que reivindican lo cotidiano, la monotonía?
–A cierta altura de la vida, la memoria se convierte en imaginación. En ese sustrato trabaja la literatura. El cerebro trata de escupir el dolor, las culpas acumuladas, la parte miserable, anodina de la existencia. La memoria embellece el pasado y, sin excluir nuestras derrotas, nos hace héroes. La mixtificación es la esencia del arte. Cuando en el nouveau roman se da protagonismo a los objetos usuales, a la descripción pormenorizada del tiempo posado en cada gesto anodino, o cuando en el “realismo sucio” se eleva a categoría la basura de nuestros actos más puercos, en realidad se está exaltando el olor a cerveza, el ir y venir de la navaja o el sudor del sexo en la camiseta pegada, y no se está haciendo sino romanticismo. La literatura pudre la vida al mismo tiempo que la crea, ya se trate de hechos heroicos o de actos anodinos realizados por personajes sin atributos. En Cuerpos sucesivos hay un solo navajazo, que es un bautismo glorioso. Por medio de él, el amante despierta, tal vez resucita. Nada que no suceda todos los días.
–La novela tiene un final abierto, pero desde la conciencia de no haber sabido dar la talla en el momento crucial. Gracias a esa retirada, David sobrevive, pero sin evitar la condición de perdedor, abocado a merodear la casa de su amada.
–Por supuesto, el protagonista es un perdedor. ¿Hay algo más excelso? Es un perdedor que finalmente es redimido por la necesidad que tiene una mujer de agarrarse a él como a un madero para salvarse del naufragio. El lector debe adivinar que en ese espacio abierto entre la violencia y la melancolía es donde sobreviven los héroes modernos. No sé quién es el verdadero protagonista de este relato, si el profesor derrotado, lleno de palabras, o la mujer, Ana Bron, huyendo de su propia destrucción a la que la abocó otro amor salvaje y que necesita ser curada por medio de cálidas, suaves y rumorosas palabras de amor en el oído.
–Tranvía a la Malvarrosa es una novela de juventud, iniciática; Villa Valeria y La novia de Matisse hablan de la madurez, las amistades y el mundo del arte. Cuerpos sucesivos correspondería al inicio del lento declive. ¿Hay un deseo de recorrer los diferentes tramos de su vida?
–Esta novela no es en absoluto autobiográfica porque a mí todavía no me dieron un navajazo ni por amor ni por caridad. Uno debe escribir de lo que sabe, de lo que fue aprendiendo del alma humana a lo largo de la vida y en el fondo a todo el mundo le suceden más o menos las mismas cosas. Sólo hay un dato en común que se repite de forma inconsciente en tres de mis novelas: los muertos que vuelven, las pasiones que se transforman. En Tranvía... y en Son de mar también hay un personaje redivivo, un amante que vuelve de la muerte o se transforma para adoptar una nueva identidad que siempre es la misma. Marisa y Juliette en el Tranvía..., Ulises Adsuara en Son de mar, David Soria en Cuerpos sucesivos. Todos cambian de nombre o personalidad para seguir amando impunemente de otra forma. Es algo que me tiene intrigado. ¿Por qué será? Tal vez se trata de la forma más refinada de cobardía al no poder enfrentarse con la realidad.
–¿Qué importancia tiene en la idea inicial de la novela el contexto histórico, social y cultural en la que se va a desarrollar?
–La acción transcurre en un otoño madrileño actual. La Residencia de Estudiantes es un espacio estético. Lo imaginé como un reducto melancólico de libertad. Está lleno de duendes que llevaban pajarita. En ese ambiente donde late un pasado de héroes literarios, Soria es una especie en vías de extinción. Vencido, desolado, redivivo, quiere salvar de la tragedia a una mujer mediante la imaginación y las historias de viajes imposibles.
–Es curioso cómo en su concepto del amor resulta esencial no tanto la carnalidad como la capacidad de seducción a través de las palabras. ¿El amor es un estadio más mental que químico?
–El amor nada tiene que ver con la reproducción. Es una conquista espiritual que se alimenta de imaginación, sueños, viajes, aventuras, fantasías, palabras. El alma sólo es un hálito. La muerte del amor es el tedio, la hermandad de la carne, la falta de imaginación. También hay que bajar con el amor al pozo del sexo, pero el sexo sólo es un calambre si no se lo dota de misterio, de oscuridad, de la pulsión de la muerte.
–¿Qué tienen en común el amor y el dolor?
–Para averiguarlo escribí esta novela. Ana Bron vive una experiencia de amor loco, muy fuerte, con un pianista de alma ardiente, posesiva y feroz, pero no hay un componente sadomasoquista sino una exaltación mística a través de la carne dolorosa. Entre esta mujer atormentada por la violencia y el profesor hay una relación cuyo tormento se deriva del sufrimiento que supone la pérdida del amante. Creo que el amor y el dolor comparten el último tramo del camino, ese momento en que se recogen los vasos, los ceniceros y las botellas al final de una fiesta de los sentidos.