CULTURA
› JOSE PABLO FEINMANN PRESENTO “LA CRíTICA DE LAS ARMAS”
Las heridas de un pasado urgente
El escritor y ensayista provocó, con su flamante libro, un interesante cruce de ideas. Claudio Zeiger destacó su “visión dramática y conflictiva de la identidad”, en tanto el sociólogo Horacio González lo definió como “un retrato extraordinario de la condición del intelectual”.
› Por Silvina Friera
“Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia”. Esta frase de John Irving, ejemplar y contundente, puede homologarse a lo que sucede con la última novela del escritor y ensayista José Pablo Feinmann. En La crítica de las armas, el narrador Pablo Epstein lanza un certero derechazo que perturba, al tiempo que descoloca al lector: “Hoy, voy a matarte, mamá”. Lo dice el 21 de octubre de 2002, el día de la madre, en el geriátrico adonde acaba de llegar para visitarla. Con ese lúgubre vocativo a la madre –una nonagenaria que esquiva la muerte y parece inmune a las enfermedades–, la novela despliega las hilachas de una tensión que avanza a medida que la conciencia del personaje, en un desgarrador ejercicio de crítica retrospectiva, evoca su pasado. Los fantasmas estallan, tal vez porque en las situaciones límites la temporalidad se mezcla y confunde en un devenir permanente y el mandato de muerte a la madre esconde, en sus pliegues más contradictorios, el de matar a la patria. Profesor de filosofía e intelectual en los convulsionados años ‘70, a Epstein le detectan un tumor maligno justo cuando comienza la dictadura militar. Como en un relatomixturado, hay dos luchas –contra la enfermedad y contra el miedo a la tortura y el secuestro– que a pesar de que comparten un mismo origen, se bifurcan y resuelven de modos muy diferentes.
En la presentación de La crítica de las armas, que recupera a un personaje de La astucia de la razón (1990), se percibía la expectativa que genera Feinmann cuando edita un libro. En la sala Domingo Faustino Sarmiento, un caluroso aplauso coronó el ingreso del escritor, autor de La sangre derramada, Ni el tiro del final y Ultimos días de la víctima, entre otros libros notables. El escritor y periodista Claudio Zeiger (autor de Nombre de guerra y Tres deseos) y el sociólogo Horacio González analizaron algunas claves esenciales para desmontar el mundo de la novela. “Desde el título, contiene dos palabras suficientemente fuertes, crítica y armas, que nos hace dudar como lectores si estamos frente a una novela o un ensayo”, dijo Zeiger, que explicó la importancia de Alicia de Almeida, la madre de Epstein, en la narración. Interesado en reflexionar sobre el complejo rol maternal, Zeiger la definió como una mujer que atraviesa inmune la fuerza de la historia porque nada la conmueve ni la alcanza. Ella se erige en una especie de pitonisa que profetiza: “Van a venir los marcianos y van a destruir nuestro mundo”. Por eso, la novela construye su posibilidad de existencia en torno del mandato de que hay que matar a la madre. “Es un libro escrito bajo el signo de la madre, como si la madre fuera el signo del zodíaco del libro, es en esa constelación en donde se mueve la novela”, apuntó Zeiger.
La fuerza de la identidad, escurridiza, resbaladiza, casi imposible de condensar, constituye otro aspecto central abordado en el libro. “El primer movimiento narrativo es la reposición de un sujeto fuerte. Pablo Epstein es un super sujeto, pero en él conviven varias identidades, todas incompletas. Es judío para los no judíos y católico para los judíos, Pablo es de izquierda y peronista, pero no es tan peronista. Estas contradicciones superponen identidades en pugna a través de una visión dramática y conflictiva de la identidad. Hay un cuestionamiento a la versión integradora y cosmopolita de la identidad argentina. Sin embargo, nuestra tradición es no tener tradición. La novela nos advierte que no es tan fácil aceptar la fragmentación”, analizó Zeiger. Epstein se encuentra tironeado por la dualidad entre las reglas del mundo de la política y su función de intelectual, entre la acción y la teoría. “En los ‘70 todo era dramático, hasta tomar un mate. Por eso, el tema del intelectual y la política nos lleva por un laberinto que se llama culpa colectiva, culpa individual y todas las variantes posibles desde Kafka hasta la actualidad con respecto a la culpabilidad. Pero la figura que prevalece es la culpabilidad del ideólogo. Lo que le genera culpa es que él no creía en esas ideas sobre las que escribía. Pero no sabemos si es una construcción retorcida de Pablo Epstein, que abundan en la novela, o si abjuró después acerca de las ideas que profesaba y sobre las que escribía”, subrayó el autor de Tres deseos.
Esta relación entre teoría y praxis, que no alcanza a resolverse en términos racionales, se transforma en una derivación patológica: paranoia, obsesión compulsiva, ataques de pánico y otras enfermedades mentales están enlazadas con los momentos políticos y sociales del país. “Cuando uno lee una novela sobre los ‘70 ya sabe, en términos de narrativa, cómo se resolvió esa historia. A pesar de saber cómo terminó, Feinmann logra los momentos literarios más fuertes y contundes: antes y después golpe, en el relato de la previa, como se dice en el fútbol, y en los años de la represión más dura del ‘76 al ‘78. Su logro máximo es poder ficcionalizar eso”, opinó Zeiger, que además aclaró que no hay que leerla como si fuera un ensayo encubierto: “Es una novela con mucha tensión entre la idea y la narración”. En La crítica de las armas se cita una célebre frase de Marx, que Feinmann consigue novelar: “De todos modos, el arma de la crítica nopuede reemplazar la crítica de las armas; la fuerza material debe ser abatida por la fuerza material; pero también la teoría se transforma en fuerza material en cuanto se apodera de las masas”. Para Horacio González, Feinmann cultiva un proyecto novelístico emparentado con la gran novela clásica. “Es un novelista de la conciencia. Pero la conciencia de los personajes están resquebrajadas y hacer hablar a conciencias rotas nunca es fácil”, precisó González. “Es el reverso de Los Demonios de Dostoievsky, en donde las personas que hablan expresan sus planes y su modalidad conspirativa. Es una novela inversa a los demonios porque el miedo, la pavura y el horror están presentes de una manera extraña, con una verdadera elaboración”, ejemplificó el sociólogo.
“La idea de que alguien escribe para producir resultados en la historia es difícilmente discutible aún hoy, época tan poco propicia para este tipo de intelectual que tiene los contornos de aquellos intelectuales de Sartre. El personaje de esta novela, Epstein, no es fácil encontrar en la novelística argentina porque es alguien que continuamente está pensando que algo extraño, impropio y anómalo hubo en su vida, y se pregunta si hizo bien o no en haber sido uno de los seguidores fervorosos de esta frase, o si escribió ensayos tan importantes para haber incidido realmente en la historia –interpretó el sociólogo–. La única salvación de este personaje es la de escribir su miedo. Como decía Flaubert, la salvación por el arte de aquellos que se ponen a contar la forma de una desdicha infinita. Por eso, este libro es uno de los retratos más extraordinarios de la condición del intelectual en la perturbada historia argentina”.