Sáb 03.05.2003

CULTURA  › FERIA DEL LIBRO 2003

Pizarnik, una mujer que hizo poesía con el cuerpo

Un encuentro de poetas apuntó a buscar una visión de la obra de Alejandra Pizarnik, que eludiese los lugares ya comunes. “Debemos sacarla del espacio de la víctima sufriente y suicida”, definieron.

Por S. F.

Alejandra Pizarnik escribió que aspiraba a hacer “el cuerpo del poema con mi cuerpo”. Su propósito residía en concretar una metamorfosis pocas veces consumada en la literatura argentina: convertirse en el personaje de su absoluto verbal. Prueba de este intento son La tierra más ajena, La última inocencia, Las aventuras perdidas, Arbol de Diana, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, entre otros poemarios. El 25 de septiembre de 1972 se suicidó con cincuenta pastillas de Seconal y el mito de mujer maldita de la poesía, con el que se la asociaba por su estética literaria –en la tradición de Nerval, Rimbaud, Baudelaire y Artaud–, culminó con una frase, anotada en los últimos papeles de trabajo: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”. En el homenaje que se realizó en la sala Victoria Ocampo, Cristina Piña, Alicia Genovese, Sara Cohen y Roberto Yahni analizaron cómo se fue insertando la poética de Pizarnik en las generaciones siguientes –en influencias o rechazos–, las simplificaciones a las que fue sometida su obra y la multiplicidad de sentidos que continúan suscitando sus poemas.
“La obra de Pizarnik puede tener una presencia intimidante, puede dejarnos desnudos y mudos por la perfección de su escritura y por el despliegue y abuso de la temática de la muerte que, además, es la de su propia muerte, trabajada con una maestría incomparable”, señaló la poeta Sara Cohen, autora del ensayo El silencio de los poetas. Cohen observó que más allá de la fascinación o el horror que despierta, Pizarnik consigue que el lector ingrese en el personaje construido en su ficción literaria. “No es mejor poeta el que mejor sabe decir sino el que más tuvo que enfrentarse a esa imposibilidad y, burlándola, inventó una lengua dentro de su propia lengua”, agregó Cohen. “No alcanza la palabra para habitar en ella, es un intento que siempre fracasa, sus intentos son la obra. Lo curioso es que la obra salta el límite impuesto a las miserias personales y acudimos al goce de lo estético y a lo patético del fracaso. Esto se encuentra llevado al extremo en Alejandra, pero no deberíamos padecer de ingenuidad creyendo que la literatura, es decir la ruptura con lo ya existente, se puede llevar a cabo si no es a partir de algo quebrado en la propia lengua, algo ya perdido, generador de formas inéditas.”
Genovese, también poeta –autora de Anónima y Puentes–, dijo que el mejor homenaje es la lectura de los poemas. “Volver a leer a Pizarnik es reubicarla, después de que su poesía transitó un proceso de recepción que va de su figura de culto, salta a la consagración y llega en la actualidad a la destrucción del mito Pizarnik, un ataque no siempre bien focalizado hacia aspectos de su obra y su personalidad”, explicó Genovese. “Aunque César Aira desmonta muchos mecanismos de la escritura de Pizarnik, le añade un plus de disvalor: la brevedad de los poemas, en una combinatoria de palabras nobles o prestigiosas, su carencia de impulso narrativo, su poca exhibición del proceso a favor de consignar poéticamente sólo el resultado”, precisó Genovese, que advirtió que la opinión de Aira es discutible. “La brevedad debiera considerarse un recurso poético ligado a la economía del lenguaje, que es un constituyente del lenguaje poético. Más allá del análisis de Aira, con el que se puede o no coincidir, tal vez resulte fructífero desmitificar a Pizarnik, no para desvalorizar su poética a favor de otra más lúdica y posmoderna, sino para sacarla del espacio de la víctima sufriente y suicida, que tal vez haya servido para que se la lea, pero que ahora actúa en sentido inverso”, razonó Genovese.
Cristina Piña, autora de una biografía sobre Pizarnik, se refirió a la articulación entre vida y poesía, la relación con la tradición y el nivel de experimentación en los géneros. “La literatura es la configuradora de la vida y el poema, espacio privilegiado para la indagación en la subjetividad”, aclaró. “Si bien en su poesía hay una vinculación muy fuerte con la tradición surrealista, frente a la idea de entregarse al impulso de la escritura ella manifiesta una actitud vigilante respecto de lo escrito que la acerca a Mallarmé. Así, articula dos tradiciones aparentemente contradictorias, mediante una poética de condensación y una actitud artística vigilante respecto de la poética.” La prosa de Pizarnik, La condesa sangrienta, La bucanera de Pernambuco y la pieza teatral Los poseídos entre lilas, según Piña, configura una utilización de lenguajes populares y un nivel de experimentación y transformación excepcional en los géneros poco investigada en los trabajos críticos. “Encerrarla en una sola actitud discursiva es empobrecedor porque su obra está permanentemente abierta a la producción de sentidos.”

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