Dom 18.05.2003

CULTURA  › ENTREVISTA AL ESCRITOR ALBERTO LAISECA

El viejo truco de asustar al que te escucha

El narrador que relata clásicos del terror por televisión dice que la clave es no aburrir y que para eso se convierte en “un personaje más de cada cuento”.

› Por Eugenia García

La oscuridad parece el ámbito natural del escritor Alberto Laiseca: allí parece sentirse a gusto. Una sola luz lo destaca del resto de los presentes, que escuchan con la boca abierta relatos de Lafcadio Hearn, Edgar Allan Poe, Saki y Akira Kurosawa, entre otros. Así es la puesta en escena de los cuentos de terror que Laiseca narra, todos los viernes a las 23 desde la pantalla de I-Sat, en un cuarto oscuro de luces intermitentes y humo de cigarrillo. Los bigotes blancos desteñidos por el tabaco del narrador aportan una cuota más de misterio al ambiente. Con su hablar pausado, el autor de Su turno para morir, Aventuras de un novelista atonal, Los Soria o la reciente Beber en rojo crea ese clima. “Narrar me sirve mucho, para comprender, para comunicarme con los demás. Es una linda experiencia. Estaba muy aislado, y con el asunto de los cuentitos se empezó a romper la caparazón del aislamiento. Mucha gente que ni siquiera sabía que yo existía se empezó a acercar a mi obra a raíz de eso. Tuvo mucho que ver con que me volvieran las ganas de escribir”, dice Laiseca en diálogo con Página/12.
–¿Cuándo se produjo su primer acercamiento a los cuentos de terror?
–Cuando era chiquito. Mi viejo me tenía prohibido leer Edgar Allan Poe, y yo por supuesto lo leía a escondidas. Mi papá no lo quería, decía que era dipsómano, borrachín. Qué tendrá que ver una cosa con otra... Lo primero que me intrigó fue por ejemplo la manera tan extraña en que estaba escrito “El gato negro”. Entendía todo lo que estaba sucediendo, que a la mujer la empareda para ocultar sus crímenes, que lo empareda al gato junto con ella. Todo entendía. Pero la manera de escribirlo era tan rara que nunca me olvidé de Poe, toda la vida lo estuve pensando. Es una descripción tan alucinada la que hace de su personaje, para colmo escrito en primera persona. Yo era muy sensible, entonces lo que más me jodía del cuento era que hubiese sido tan cruel el personaje, de torturar animales y después pegarle a su mujer y matarla. Cosas así me horripilaban. Después siendo adolescente logré, para mi dicha, tener la narrativa completa de Poe, todos sus cuentos... En una vieja traducción de Aguilar, buenísima, que tenía incluso su única novela. Recuerdo también que en Camilo Aldao, mi pueblo, yo me escapaba a la casa de unas viejitas que contaban historias de aparecidos. Después no podía dormir, tal como mi viejo me lo anunciaba, pero que me importaba.
–¿Por qué gustan tanto esas cosas que hacen sufrir?
–Así es la vida esta... Yo no pretendo tener la solución final del misterio humano. Me tocan las de la ley, yo también me cagaba de miedo, pero me encantaban. Entonces esas viejas me contaban historias de enterrados vivos, “¡todas historias verídicas!”, decían. Gente que la enterraban y varios años después la encontraban dada vuelta. La manera que tenían las viejas de contar esas historias absolutamente insignificantes era tan misteriosa, que con ese poquito hacían mucho. Esa es la labor del narrador: con los tonos de voz, las pausas, los silencios, la mirada... Con muy poco hacés muchísimo.
–¿Qué pasa con el cine? Hay películas de “terror” que se ríen de los clichés del género. Y también una nueva camada que recupera el miedo...
–Tengo bastantes películas... De terror, de ciencia ficción, sobre todo de terror. Las que se consideran clase B, o J, o Z. Porque de pronto, ¿cuál es el límite? Lo que más importa es el interés, en realidad. Yo cuando era chico veía todas esas películas: Drácula, Frankenstein, La novia muerta, La cabeza parlante, todas ésas. Y no recuerdo haber tenido miedo. La verdad, prefiero las películas del gran Arnold, La momia, las de Christopher Lee, Vincent Price, la versión alemana y la argentina del Vampiro Negro, de Natán Pinzón. Ellos son mis héroes.
–¿Hay producción de literatura de terror en Argentina?
–No, no hay. Yo mismo que amo tanto el género tengo poquísimo. Lo que sí tenemos aquí y muy bueno es literatura fantástica, como La invención de Morel, de Bioy Casares. El único que se puede aproximar al terror es Horacio Quiroga, y es uruguayo, aunque compartido por todos los años que vivió en la Argentina. No tenemos, no nos da por ese lado. Es un misterio saber por qué...
–¿Usted cree en los fantasmas?
–Sí, creo. Estoy seguro de que existen.
–¿Alguna vez vio alguno?
–He visto tantas cosas en mi vida... Qué no vi, digamos más bien. Pruebas no hay, y cuando usted lo descubre por sí mismo tampoco necesita pruebas. Así que para qué... Los monstruos existen.
–¿Cómo realiza la transposición de un libro al relato oral?
–Trato de respetar fielmente lo que ha dicho el autor. Es imposible contarlo con las mismas palabras. El autor de cada cuento lo ha escrito con la esperanza de que su cuento sea leído; pero si usted lo tiene que contar, para la televisión o para un público en vivo, hay ciertos floreos que tal vez pueden aburrir a la gente. Contar es un arte que no tiene nada que ver con escribir y leer. Yo pongo énfasis a veces donde no lo puso el autor, pero sin violar su ontología. Que no se viole lo que quiso decir ni el suceso. Muchas veces paso a ser un personaje más del cuento, porque lo cuento en primera persona, y lo actúo también un poco. A mí eso me sirve mucho, para comprender, para comunicarme con los demás. Con esto me volvieron las ganas de escribir, que se me habían ido hace un año y nueve meses, a raíz de cosas que me sucedieron. Ahora estoy escribiendo un cuentito que se llama “Nunca ofendas a una cocinera negra”, que es justamente sobre una cocinera, una de las últimas negras auténticas que quedan en Argentina. Lo sitúo más o menos en la década del ‘20. La negra le cuenta siempre cuentos de terror al niño de la casa, que tiene 10 años. Entonces se establece una relación sadomasoquista entre la negra y el pibe, porque el pibe sabe que la negra tiene una fobia, odia a las arañas. Entonces de día es él el que la aterroriza: “¿Sabés qué vi pasar, Tomasa?” “No, ¿qué?”. “Una araña pollito grande, gorda, negra...” Pero de noche, es la negra la que lo hace cagar de miedo al pendejo, contándole cuentitos de terror. Se produce una relación muy extraña... Ese es el cuentito. Y tengo para escribir también ahora una novelita sobre un japonés.
–¿Cuál es la mejor forma de aprender a escribir?
–Libros y películas, todo influye. La vida propia, sobre todo. A mis alumnos siempre les digo: “leer, escribir y vivir”, las tres únicas maneras de crecer en la vida.

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