CULTURA
› “ABRE EL HELVETICO” INAUGURO EN COLONIA LA MUESTRA CINE DEL PLATA
Un “Cinema Paradiso” a la uruguaya
El realizador santafesino Juan Carlos Arch presentó un documental que narra la recuperación de un viejo cine de pueblo uruguayo, donde se construyó la identidad familiar y social de sus habitantes.
› Por Mariano Blejman
Desde Colonia, Uruguay
Fue el cine El Helvético el que recuperó a su pueblo. Eso cuenta la película Abre el Helvético, del santafesino Juan Carlos Arch, sobre un pueblo uruguayo que recuperó su cine a punto de ser demolido: comprándolo en forma de cooperativa. El Helvético, legendario cine de la colonia suiza Nueva Helvecia, ubicada cerca de Colonia en el Uruguay, renació de las cenizas cuando parecía destinado a ser un moderno supermercado. No era solamente un espacio para la cultura sino también el corazón del pueblo: el cine formó parejas entre los susurros de la oscuridad, reunió las familias completas (cada apellido solía tener un lugar reservado), las películas condicionadas eran la panacea de los “guríes”, que esperaban que se durmiera el operador para ingresar corriendo por el hall. Y que el cuidador era capaz de prender las luces y detener la proyección para sacarlos de la sala. El Helvético tiene 1050 butacas, en un pueblo de 11 mil habitantes. El 10 por ciento de un pueblo. Y fue la película Abre el Helvético que abrió (valga la redundancia) la muestra Cine del Plata con el espíritu de integración del encuentro, que ha reunido durante unos días a un grupo de realizadores argentinos con sus pares uruguayos a 5 km de Colonia; en la sede de la Universidad Politécnica de Valencia (para América latina).
“Soy el primer sorprendido de que nadie más haya hecho una película con esto”, cuenta el director Arch a Página/12. Podría verse la historia de El Helvético, como la de otro complot a cargo de Fuenteovejuna. Un complot del pueblo entero para no perder su mundo. Las amenazas de disolución habían comenzado a levantarse hacía tiempo, ya que a medida que transcurrían los días, el martillero del pueblo se veía obligado a rematar. Fue cuando un grupo de vecinos decidió a salvarlo: crearon una cooperativa, hicieron marchas y desfiles de carrozas por el pueblo. Le pusieron el hombro a la ficción estampada en celuloide. Los antiguos dueños lo habían cerrado en 1984, pero nunca lo desmantelaron. A mediados de los ‘90, el cine reabrió –en préstamo– para construir un jardín de infantes, y luego cerró. Desde entonces, había permanecido en la oscuridad. Querían instalar un supermercado. Pero, además del pueblo y los dueños del cine, el complot incluía a alguien más: el rematador no quería rematarlo.
La noticia se filtró hasta Buenos Aires. Cruzó el río en botella y la periodista Sibila Camps, de Clarín, publicó una nota, con una foto de la gente delante de su cine: “Adquirido por su pueblo”, decían los carteles. Y aparece el realizador santafesino Juan Carlos Arch, quien, enterado de la noticia, decidió viajar hasta la colonia suiza Nueva Helvecia. Allí fue donde Arch conoció a Carlos Fernández, conocido como Chorli, el nuevo operador. Ahora, Chorli acompaña al santafesino en la proyección de la película que llevó tres años en dar a luz.
Arch llegó una semana antes de la reapertura. Llevaba cámaras hogareñas, con lo cual la calidad de registro deja un poco que desear. Arch lo sabe, pero sabe también que tiene una perlita del tipo Cinema Paradiso. “Cuando llegué, no tenía nada previsto”, recuerda el director. “No conocía la historia de la colonia, fundada por inmigrantes suizos en 1862, ni su economía, ni su política.” Abre el Helvético tiene cuatro testimonios centrales: el Chorli, actual operador del cine el acomodador, el rematador y la antigua dueña. Sobre esos ejes se cuenta la historia. Chorli cuenta que de “gurí” hacía lo imposible para meterse a las “condicionadas”, que tiraba bolitas de acero, que soltaba palomas dentro de la sala, que siempre conseguía novias adentro. El acomodador Pirulo (Arturo Urrutia), en cambio, cuenta los favores que le pedían: “Cuando se apague la luz, yo entro y... ¿me acercás a aquella gurí?”. No tener cine era no saber dónde conseguir un novio. Arch entrevistó a cuatromatrimonios que se formaron en el cine, aunque sólo uno de ellos quedó para el trabajo.
Un enorme juego de cajas chinas comenzó a suceder. Los diarios locales se hicieron eco de la noticia. Arch fue a hacer el documental sobre la historia del cine, y entrevistó a unos y a otros, que iban tomando conciencia de lo que habían hecho. Estaba Eva en silla de ruedas (hoy fallecida) diciendo “a mí no me tienen que cobrar, porque yo tengo butaca propia”. Estaba el intendente de Colonia, que llegó con una sorpresa económica. El pueblo había comprado el cine con fondos de la Intendencia, que devolvería con impuestos. Pero el intendente de Colonia venía con un cheque por 25 mil dólares. China Zorrilla, actriz uruguaya-argentina, fue la figura de la gran fiesta. Durante las seis primeras funciones fueron 7 mil personas a ver el estreno: se dio Titanic.
Cuando Arch volvió con ese material para editarlo en Santa Fe, se encontró con que Musimundo acababa de comprar un cine para convertirlo en galería. Y se puso triste. Las nueve horas que Arch filmó habían quedado congeladas por falta de fondos. Pudo terminar dos años después. Volvió a Nueva Helvecia a presentar la historia el 6 de diciembre del año pasado. “El cine sigue en actividad. Y está mejorando técnicamente”, cuenta el Chorli, que cambió el antiguo sonido a válvula por uno más moderno y, bajando los planos de Internet, construyó un artefacto para manejar las tortas de celuloide, “que no tiene nada que envidiarle al de los shoppings”, dice Chorli y Arch asiente. Seis de las personas que Arch entrevistó ya habían muerto. Entre ellas Florentina Betarte, viuda de Nemer, antiguo dueño del cine. A pesar de mantenerlo cerrado durante años, Florentina se había resistido a desarmar una sola butaca. Nueva Helvecia dice que Florentina quería dejarlo en buenas manos para morirse tranquila. El complot había sido consumado.
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