Sáb 25.10.2003

CULTURA

La historia de Evita se reescribe todos los días

Dos nuevos libros –una investigación periodística y una novela– indagan sobre la vida y la muerte de Eva Perón, capítulos que siguen abiertos a diversas interpretaciones.

› Por Silvina Friera

¿Cuántos libros se seguirán escribiendo acerca de la misma mujer? Todos los que periodísticamente resulten indispensables, pero también aquellos relatos que la imaginación dictamine, más allá de que sirvan para canonizar o para desmitificar aún más su figura. Desde Rodolfo Walsh, con el emblemático cuento “Esa mujer”, incluido en Los oficios terrestres, pasando por la novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, la mujer más influyente de la política argentina sigue generando un interés que desborda las fronteras de los géneros literarios.
El periodista Carlos De Nápoli acaba de publicar Evita, el misterio del cadáver se resuelve, editado por Norma, una minuciosa investigación que incluye El costo de un secreto, un documento inédito que dejó antes de morir el teniente general Gustavo Adolfo Ortiz, jefe interino del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE). A Ortiz se le encomendó buscar una “solución” al problema del cuerpo insepulto de “la abanderada de los humildes”, que no fue enterrado en Milán –como siempre se dijo– sino en España. El escritor marplatense Carlos Balmaceda, autor de El evangelio de Evita (recientemente publicado por Sudamericana), ofrece una Evita de ficción, pero moldeada a imagen y semejanza de la auténtica, que dos días después del renunciamiento a su candidatura a la vicepresidencia, el 2 de septiembre de 1951, viaja a Mar del Plata. Recluida en una mansión frente al mar, empieza a escribir sus memorias. Un torrente de palabras se desplaza desde el cerebro al papel con el mero objeto de paliar la furia que siente hacia Juan Domingo Perón.
No es azarosa la publicación de dos libros que tienen a Eva como protagonista excluyente, ni mucho menos que pertenezcan a dos géneros diferentes, la investigación periodística y la novela. Si la cultura es un palimpsesto, los escritores siempre escriben sobre lo que otros han escrito. El cuerpo frágil y embalsamado de Evita, del que emanaba un “olor almizclado que impregnaba a todo objeto próximo” –según cuenta Ortiz–, fue secuestrado del edificio de la CGT el 24 de noviembre de 1955 por dos oscuros personajes: Carlos Eugenio Moori-Koening y Eduardo Arandía. Había que esconderlo, hacerlo desaparecer, y en esa extensa peregrinación la historia se tiñe de traiciones, mentiras, conjeturas y deformaciones, según quién la cuente. De Nápoli demuestra cómo en la planificación del secuestro del cuerpo de Evita se encuentra el huevo de la serpiente de prácticas sistemáticas que se impondrían dos décadas después durante la dictadura militar. El autor aporta nuevos datos que cuestionan la versión oficial sobre el destino de los restos de Evita. Esta versión, sostenida por el coronel Héctor Eduardo Cabanillas, quien participó en el film Evita, la tumba sin paz, nunca resultó convincente, por las reiteradas contradicciones en las que fue incurriendo, a medida que hablaba y adornaba fantásticamente el relato, con sus visibles apetencias de figurón.
Cuando Cabanillas se hizo cargo del SIE, recibió del coronel Ortiz la documentación sobre la parcela de tierra que, aparentemente, ocuparía Eva Duarte en el Cementerio Mayor de Milán, a nombre de María Maggi de Magistris, una italiana que supuestamente habría muerto en Argentina. De Nápoli, autor junto con Juan Salinas de Ultramar Sur (una investigación que revela la operación secreta que culminó con la llegada de numerosos nazis a la Argentina), advierte que “todo fue armado para que pareciera que Eva Duarte, bajo el nombre de María Maggi, estaba en Milán, pero ninguna prueba lo confirma. Al contrario, el sentido común indica que la ciudad de Milán fue usada como pantalla”. El autor, luego de confrontar numerosos testimonios y analizar varias hipótesis, sostiene que el cuerpo de Eva Perón fue enterrado el 13 de mayo de 1957 en algún lugar de la provincia catalana de Gerona, cerca de la localidad turística de Playa de Aro, en España.
Mientras que en Evita, el misterio del cadáver se resuelve el lector avanza hacia la verdad o, al menos, hacia un panorama más próximo a lo que realmente ocurrió con el cadáver, el pacto de lectura que se establece en El evangelio de Evita asume el camino inverso: Balmaceda, que adora “engañar” al lector, visita todos los mundos posibles y hasta los imposibles, para conseguir lo que Coleridge deseaba generar con la literatura: “la suspensión de la incredulidad”. En la introducción se transcriben varias cartas, entre ellas la de un cura franciscano, Miguel Mashalin, que antes de morir decidió dejarle a su sobrino un tesoro singular: las memorias de Eva Perón, un manuscrito que permaneció 15 años oculto en Argentina hasta que fue llevado al Vaticano, donde se verificó que no fuera apócrifo y se lo preservó para evitar el impacto político que habría ocasionado si se hubiera conocido su contenido. Mashalin las había recibido el 3 de julio de 1969 cuando murió la hermana Teresa, la monja de la Orden Franciscana Misionera de María que acompañó a Evita y que se encargó de cuidar ese testamento.
Las memorias de Evita arrancan el domingo 2 de septiembre de 1951 con una confesión provocadora: “Hay algo que no le conté a nadie: no leí La razón de mi vida. Ese libro no es mío, no habla de mí, apenas si me roza con sus palabras cargadas de fanatismo y cursilería. La verdad es que nunca me agradó la idea de publicarlo, pero debí aceptar el proyecto porque a Perón sí le gustaba y es muy difícil oponerse a sus caprichos llenos de vanidad. Porque lo cierto es que el libro fue escrito como un canto de alabanza a Perón y sus ideas políticas”.
Esta provocación inicial de Evita, que rechaza un libro porque dice que “cuenta la historia de una mujer que jamás existió”, anticipa la necesidad de reescribir su propio relato. Durante cinco días, sin brújula ni dirección aparente, Evita evoca su infancia, sus días de actriz y sus romances, sus charlas con el escritor y dramaturgo Roberto Arlt, el encuentro con Perón, su llegada al poder y la impotencia de sentirse doblemente traicionada: por Perón, que entregó su cabeza creyendo que así lograría domesticar a los militares, y por Dios, que la apartará del camino de la vida. La que recuerda y escribe sin pausa porque sabe que el cáncer la carcome minuto a minuto es una mujer que se interroga (que se pregunta quién es ella realmente), que duda, que teme, que sufre. Balmaceda es autor, entre otros libros, de La plegaria del vidente, obra finalista del Premio Planeta de Novela 2001 y ganadora este año del Premio Memorial Silverio Cañada, otorgado en el marco de la Semana Negra de Gijón (España) a la mejor primera novela negra. En El evangelio de Evita coexiste naturalmente el personaje que la historia canonizó con los miedos de una mujer que, aparentemente, sólo puede ser restituida a la memoria histórica a partir de la ficción.

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