Sáb 29.11.2003

CULTURA  › LA ESCRITORA ALICIA DUJOVNE ORTIZ HABLA DE SU NUEVA NOVELA

“Anita es una heroína encubierta”

Su última novela, “Anita cubierta de arena”, es una vertiginosa y jugada historia de la mujer que acompañó a Giuseppe Garibaldi.

› Por Angel Berlanga

Suele haber una historia para contar cuando alguien quema sus naves por amor. Si eso implica luego seguirle el ritmo nada menos que a un tal Giuseppe Garibaldi, estar a la altura de su coraje y de su delirio, luchar codo a codo por sus causas revolucionarias en la selva y en el barco, ir pariendo hijos a lo largo de diez años y, entre otras cosas, combatir en Brasil, Uruguay e Italia, el asunto se confirma: hay una historia para contar. De eso se encarga Alicia Dujovne Ortiz en Anita cubierta de arena, su última novela, donde narra la vertiginosa década de Aninha Ribeiro Antunes quien, en 1839, cuando tenía 18 años, largó todo y se prendió a este masón italiano estrafalario y popular que, dice la autora, “es el único que le rinde justicia en sus memorias, y aunque no da muchos detalles, siempre la nombra como su heroica compañera; en ese sentido es extremadamente simpático”.
“En ningún momento entro en los pensamientos de Garibaldi, no sabemos qué piensa él salvo cuando Anita cuenta”, dice. “A diferencia de la biografía, en la novela uno puede hacerse enormes regalos a la hora de escribir, y divertirse a lo ancho. Yo nunca había escrito con frases cortas como esta vez.” El trabajo de Dujovne Ortiz cumple holgadamente aquello del témpano de Hemingway: hay una enorme investigación histórica que sustenta lo que se ve desde lo invisible. Y, luego, parece haber mucha libertad para darle palabras y pensamientos a Anita Garibaldi, un personaje al que conoce desde chica, cuando su madre le mostró en Roma la estatua de una muchacha que cargaba un niño en un brazo y un arma en el otro. Impecable desde lo estructural, las primeras cien páginas de este libro, dedicadas a seguir en Brasil a la pareja por “costas floridas, sierras con bosques, abismos hundidos en la niebla y el planalto sombrío”, remiten al vértigo del videoclip: las imágenes y los hechos aparecen súbitamente y enseguida son reemplazados por otros.
–¿Cómo se fue metiendo en esta historia?
–Yo tenía once años cuando mi madre me mostró la estatua; en ese momento no sabía que la había mandado a hacer Mussolini, porque a Garibaldi lo han recuperado desde los anarquistas hasta Mussolini; Marx no, porque le tenía cierta desconfianza a este marginal demasiado vistoso y populista, amado por el pueblo pero ideológicamente contradictorio. Cuando leí sus memorias descubrí que en 1852, después de la muerte de Anita, él está en el exilio y en un pueblucho de la costa peruana se encuentra con Manuela Sáenz, la compañera de Bolívar: pasa unas horas con ella y se despiden llorando. Me pareció una historia extraordinaria, porque en principio uno no los imagina llorando juntos, pero pensándolo un poco es coherente: Manuela ha sido la Anita de Bolívar, que tenía con Garibaldi ideales comunes.
–Hay apuestas fuertes desde lo estilístico: la forma de hablar de su personaje, por ejemplo.
–Todos hablan en voseo; no los veía hablándose de tú, y eso, además, me molesta mucho. Hay reflexiones de Anita, o sentimientos más bien, que pueden parecer actuales, como la bronca que le da quedarse cuidando los nenes mientras el maravilloso marido va a luchar. Pero ella era así. Venía del pueblo de Laguna, en Brasil, era hija de un arriero y no era pacata como la burguesía de su época; detesta a las mujercitas que se sientan correctamente y tiene un cuerpo sin melindres. Es una chinaza brava, inculta, instintiva, y creo que en ese sentido es resueltamente moderna.
–Garibaldi surge tangencialmente en la última novela de Andrés Rivera, Ese manco Paz; a la inversa, el general Paz también aparece en los márgenes de su novela. ¿Cómo compararía su mirada con la de él?
–Rivera tiene una forma muy masculina de narrar. Me impresiona la forma en que describe el sadismo de los personajes masculinos de nuestra historia, Rosas, Lavalle, y me parece la antítesis, justamente, de la forma tanto más “redonda” en la que yo, con mi mirada femenina, puedo ver el mismo fenómeno. Admiro mucho a Rivera.
–¿Por qué eligió el título, esa imagen?
–Por qué esa y no alguna brillante, por qué no Anita nadando en los torrentes. Bueno: Anita Garibaldi, como seguramente muchísimas heroínas, está encubierta; a nadie se le ocurrió pensar cómo podía haber sido ella. El único que la desarenó un poco fue Garibaldi: amor para siempre para él como hombre. Pero además está la imagen de Anita enterrada; días después de muerta una nena descubre el cadáver, con un brazo que sobresale en la arena. Ella sufre el destino de la mujer de su época, porque él le dice todo el tiempo “vas a ser una carga”, y ella teme enormemente eso: toda su vida es demostrarle que puede, que es lo que han hecho todas las mujeres desde el momento en que empezamos a hacer cosas. Cuando finalmente ella se queda clavada en la arena, y saca el brazo, es evidente que Garibaldi debe haber pensado que ella hasta muerta seguía diciéndole “esperá, no me dejes, que yo puedo”.

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