CULTURA
› “ANTE EL DOLOR DE LOS DEMAS”, DE SUSAN SONTAG
En el filo de la compasión
La ensayista norteamericana ya no cree que lo mediático anestesia la conciencia de la gente, sino más bien todo lo contrario.
› Por Verónica Abdala
La ensayista norteamericana Susan Sontag ya no sostiene que la contemplación de imágenes de guerra conduce a la inacción, por acumulación de espanto, como postuló a fines de los años 70 en una de sus obras claves, Sobre la fotografía. A partir de la cruzada estadounidense contra Irak, cree que el consumo de “imágenes mediáticas” puede ser movilizador. Si antes había dicho que por naturaleza las fotografías contribuían a la conservación de un statu quo inmutable, ahora piensa, aplicando el razonamiento al caso puntual de las tomadas en situaciones de guerra, que colaboran con la toma de conciencia y la preservación de la memoria colectiva, lo que de por sí tendría un valor ético. Este es el valor central del libro Ante el dolor de los demás, que acaba de publicar editorial Alfaguara.
Desde la aparición de su obra más famosa –Contra la interpretación, en 1966– Sontag (Nueva York, 1933) ha construido una obra que puede leerse, en conjunto, como el intento de definir y analizar las claves que rigen el pensamiento y la cultura contemporáneos, desde una perspectiva interesada, antes que en justificar sus razones, en aceitar los posibles mecanismos de comprensión. Esa empresa, a la que dedicó su vida, la llevó a convertirse en una de las intelectuales más influyentes del último medio siglo, y en una de las “Mujeres que cambiaron el mundo”, de acuerdo a una encuesta que difundió hace unos años la revista Life.
En Contra la interpretación, las vanguardias neoyorquinas y europeas de la época le sirvieron para delinear la configuración de un nuevo canon en el terreno del arte y la literatura, y como punto de partida para concretar una verdadera hazaña: la de iluminar, desde el territorio aparentemente inocuo de la crítica cultural, los sentidos de la historia. Ese libro, llamado “la Biblia de los años 60”, condensa la esencia de un tiempo de cambios, regido por los aires de renovación y la necesidad de superar los criterios vigentes en todos los campos.
Ante el dolor de los demás (Regarding de pain of others, 2003), su nuevo ensayo, es también un ejercicio complejo de reflexión, que hace pie en una cuestión puntual –la forma en que las imágenes de guerra operan en quienes las reciben a través de la prensa gráfica y la televisión–, para revelar las claves de un tiempo, el fondo que esconde la forma.
Veintiséis años después de la publicación de su célebre Sobre la fotografía (1977), Sontag se planta frente a las imágenes de guerra, incluso frente a las tomadas tras el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas, para intentar responder de qué manera la cultura contemporánea procesa la realidad del sufrimiento, la atrocidad, la muerte, el dolor. El modo en que determinada época concibe y construye, histórica y políticamente, su conciencia del sufrimiento. Y también para cuestionar e incluso refutar algunas de las ideas que ella misma había postulado en aquel otro libro.
Si en Sobre la fotografía, había dicho que la exposición reiterada ante las fotos del horror operaba a favor de una conciencia temporaria, pero a la larga insensibilizaba a los espectadores vendiéndoles la ilusión de que mirar los hacía partícipes de determinadas realidades, ahora califica aquel argumento de “reaccionario” bajo la certeza de que no existen pruebas que indiquen que el impacto de las imágenes sea escaso o que no pueda conducir a la movilización. “Entonces escribí aquello, ahora no estoy tan segura”, reconoce. “La designación de un infierno nada nos dice, desde luego, sobre cómo sacar a la gente de ese infierno, cómo mitigar sus llamas”, apunta en uno de los fragmentos finales de Ante el dolor... “Con todo, parece un bien en sí mismo reconocer, haber ampliado nuestra noción de cuánto sufrimiento hay a causa de la perversidad humana en un mundo compartido con los demás.”
La escritora admite que, muy probablemente, asistir, a la versión mediada de lo que les ocurre a otros, en paisajes casi siempre lejanos, no sea suficiente a la hora de aportar una solución a favor de la paz. Pero de todos modos entiende que el acceso a esa otra realidad es un paso necesario para favorecer la posibilidad de cualquier acción reparadora. Es en ese punto que las fotos de la guerra cobran un valor esencial. Sigue siendo cierto, como planteó en algún momento, que la contemplación a través de una foto del diario de un soldado mutilado en Medio Oriente puede afectar muy poco a un lector cómodamente sentado en el living de su casa de París. Pero de todos modos, cree ahora, esas fotos servirán para invocar la conciencia de lo que existe y estimular el recuerdo de lo que pasó. En su visión, la memoria individual y colectiva no son un mero ejercicio distractivo, sino “una acción ética” en sí misma. Ya se sabe que la amnesia conduce, cuanto menos, a la insensibilidad.