CULTURA
› LAS OBRAS COMPLETAS DE LEWIS CARROLL, EN UNA EDICION DE LUJO
Por favor, cuéntanos una historia
Editorial Edhasa publicó en dos volúmenes Alicia en el país de las maravillas, A través del espejo, La caza del snark y Silvia y Bruno, con las bellas ilustraciones originales de John Tenniel: una obra literaria que es a la vez objeto de arte.
› Por Silvina Friera
Charles Lutwidge Dodgson, matemático de Oxford, amante de los juegos de ingenio y diácono de la iglesia anglicana, paseaba en un bote por el río Támesis con las hermanas Liddell (Lorina, Alice y Edith) y el reverendo Robinson Duckworth. La comitiva, encandilada con el paisaje, se entregaba a los devaneos de la imaginación extravagante de Dodgson, un soltero tímido y tartamudo que no ocultaba su predilección por las niñas (a quienes solía retratar en fotos exquisitas y melancólicas), especialmente por Alice, a la que quería cautivar con un cuento que escapara de los umbrales del mundo real, que fuera un nonsense, un sinsentido. Era el 4 de julio de 1862. Si las efemérides literarias no descartaran la fuente oral como momento primordial en la constitución de una obra (anécdota postergada, generalmente, a los márgenes de una página) ésa es la fecha fundacional del género de libros infantiles sin moralejas ni remilgos. Aquella “dorada tarde”, para Lewis Carroll –seudónimo y máscara literaria de Dodgson–, nacía Las aventuras subterráneas de Alicia, que se publicaría en 1865 con los dibujos de John Tenniel, un texto que forma parte de la patria de la humanidad que es la infancia.
La editorial Edhasa acaba de reeditar la obra completa de Carroll en dos volúmenes: Alicia en el país de las maravillas, A través del espejo (1871), La caza del snark (1876) y Silvia y Bruno (en dos tomos, 1889 y 1893), con las ilustraciones originales que, por primera vez en una edición española, incluyen los dibujos de Tenniel. Sus lectores, sin sexo, edad, profesión o nacionalidad estandarizadas, rompieron el cerco de la era victoriana, la belle époque, las guerras mundiales, la Guerra Fría, la modernidad y la posmodernidad. El primer tomo reúne la saga de aventuras dedicadas a la musa inspiradora de Carroll y La caza del snark, una criatura híbrida, mitad serpiente (snake) y mitad tiburón (shark). Carroll, enigmático, respondía las demandas de lectores que le reclamaban el secreto alegórico del poema: “¿Qué significado tiene snark? ¡Me temo que todo él no es más que un sin sentido! Las palabras significan más que lo que pretendemos que signifiquen cuando las usamos”. El lenguaje, entonces, era el único medio para construir significados, en opinión de este matemático obsesivo que pocas veces asumía en público su máscara-seudónimo: si las cartas llegaban a su domicilio con el nombre de Carroll, Dodgson las devolvía con la leyenda “desconocido”.
“En un desesperado intento de crear una nueva forma de género feérico, había metido a mi heroína, por empezar, dentro de una madriguera, sin tener la menor idea de lo que iba a suceder después”, confesaba Carroll, respecto de Alicia. En este deslizamiento por la madriguera, como punto de partida de lo maravilloso, el autor no apela al tiempo remoto (el mentado “érase una vez...”). El escritor se zambulle en el presente de Alicia, que se topa con animales humanizados dotados del habla, que sufre alteraciones en su tamaño corporal y que se sorprende ante las apariciones y desapariciones del risueño gato de Cheshire, que le dice a Alicia: “Aquí estamos todos locos”. Carroll plantea una inversión de los órdenes como primera regla del juego: un mundo al revés, alternativo al de la lógica racional de Alicia, que se entrega a la nueva experiencia, observando los hechos con cierta distancia. Y esta niña adulta resiste, como puede, los acertijos y bromas de unos personajes adultos niños (“soy mayor que tú; por tanto tengo razón”, la increpa el loro). Esta trasposición espacio-temporal sirve para explicar por qué un libro destinado a los chicos invita a los adultos a participar de la complicidad.
La imaginación del autor contagiaba a sus criaturas: la Reina, que a cada paso amenaza con decapitar a sus súbditos, imparte órdenes que nadie ejecuta y no es más que un naipe. Más allá de las cualidades lúdicas de Alicia y el humor que destilan diálogos o situaciones, en A través del espejo, menos orgánico y más cerebral, se multiplica el rigor matemático yse refuerza la contradicción lógica tan afín a los gustos de Carroll. “Aquí, como ves, se ha de correr a toda marcha simplemente para seguir en el mismo sitio”, le señala la Reina Roja. “¡Ojalá pudiera estar yo tan contenta! –dice la Reina Blanca–. Pero nunca me acuerdo de aplicar las reglas.” Los caminos no conducen a ninguna parte, aunque parezcan divertidos, una porción de torta es primero comida y después cortada, la mermelada es para los otros días, y “hoy nunca es otro día”. El escritor y matemático (des)ordena un juego continuo: atravesar el espejo diluye y separa el sentido, un signo puede significar cualquier cosa. “Nunca sabremos –escribió Borges– si Carroll sintió que en ese mundo inestable de figuras que se disuelven unas a otras hay un principio de pesadilla.”
La casa del snark, poema ilustrado por Henry Holiday que cierra el primer tomo, narra la cacería del snark. El segundo volumen, en cambio, está destinado a Silvia y Bruno, considerada por Carroll como su mejor novela, aunque algunos críticos la calificaron como una pieza pedagógica de literatura infantil, orientada a los consejos, enseñanzas y digresiones morales (“un tedioso panfleto didáctico”, según Rosmary Jackson). En esta novela, sin desdeñar sus conocimientos matemáticos, Carroll radicaliza los componentes fantásticos desde la filosofía del lenguaje. En el prefacio, el autor admitió que esa obra, más que ninguna otra, le dio “una idea más clara del significado de la palabra caos”. El procedimiento más logrado es la superposición de dos “narraciones”, que imposibilitan la distinción entre lo “real” y lo imaginario. El narrador, que desea secretamente a dos mujeres, Silvia y Lady Muriel, las vincula y construye con ambas una extraña identidad. Pese a que el siglo XX sospechó por la excesiva pasión de Dodgson hacia las niñas, la imaginación extrema de ese retraído profesor de matemáticas y típico representante de la era victoriana, que murió en 1898, consiguió qzue Alicia, el Conejo Blanco, Humpty Dumpty, la Reina Roja y otros tantos, reaparezcan cuando alguien exige, como lo hizo Alicia con Carroll: “Por favor, cuéntanos una historia”.