Mar 06.07.2004

CULTURA

El poeta que creía en la palabra como revolución

Hoy en el C. C. de la Cooperación quedará saldada una deuda histórica, cuando se presente Poesía completa, primera antología sobre la obra del rosarino Aldo Oliva.

› Por Silvina Friera

Una parte del mito se fue construyendo en el bar Ehret –lugar de encuentro de la bohemia intelectual de fines de los años ‘50–, donde el poeta y profesor rosarino Aldo Oliva prolongaba sus clases, envuelto en el humo de su sempiterno cigarrillo. La restante, sin duda la más importante, encarnó en un puñado de poemas originales que apelaban a la cita culta .los clásicos grecolatinos, los románticos alemanes o los simbolistas franceses– con incrustaciones de frases de la jerga coloquial, tanguera, regional o barrial. Un corpus poético extremadamente riguroso en el que se filtraba, de manera elíptica, su compromiso político marxista. Un mito se expande por esa comunión misteriosa de feligreses que se pasan, de mano en mano, en la semiclandestinidad del mundo editorial, fotocopias ajadas de manuscritos, que nunca se sabe si alguna vez serán publicados pero continúan circulando, pese a la precariedad de las condiciones de esa circulación, porque son como un tesoro oculto que espera ser descubierto y leído. Cuatro años después de su muerte, se presenta hoy a las 19.30, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), el volumen que reúne la Poesía completa de Oliva (publicada por la editorial Municipal de Rosario). Además del hijo del poeta, Angel Oliva (que leerá poemas de su padre) y de Roberto García (autor del prólogo y las notas), Daniel Samoilovich y Daniel Freidemberg participarán de la presentación del libro.
Aunque nació en Rosario en 1927, Oliva recién publicó su primer poemario, César en Dyrrachium, en 1986, en una pequeña tirada que pronto se agotaría. Después, un silencio de casi once años, hasta que en 1997, apareció en México De fascinatione, y en el 2001, su obra póstuma, Ese general Belgrano y otros poemas. El propio poeta explicó las razones por las que recién a los 59 años se decidió a editar uno de sus poemarios. “No me interesaba publicar, sólo que me leyeran algunos de mis amigos. Escribo muy morosamente, desde muy chico. Cuando tenía diez años me deslumbré con una antología de Rubén Darío, pero pensaba ‘yo nunca voy a escribir así’; entonces empecé a transcribir la antología con la pluma, toda entera, como un ritual de iniciación. Para mí escribir es, más bien, un acto de devoción, un ámbito donde me concedo cierta libertad”, confesó Oliva. Pero esa morosa entrega no impidió que, para los rosarinos, Oliva se convirtiera en un maestro de poetas, que hablaba con admiración de Leopoldo Lugones y Ezra Pound, de Apollinaire, Catulo, Dante, Tasso, Baudelaire, Ungaretti y Vallejo, entre otros. “El punto de partida del poema está, para mí, en algún punto de tinte emblemático; un fragmento del mundo que me da el partie prie”, decía Oliva.
Hugo Padeletti, en diálogo con Página/12, confiesa que Oliva es uno de los poetas que más admira, y recuerda que ya en los primeros poemas de Aldo se vislumbraba una belleza lírica muy difícil de emular. “En su poesía todo es visceral, porque lograba plasmar elementos corpóreos muy sensuales, más allá de lo culto e intelectual, que también estaba presente”. Padeletti confirma que además de ser considerado “un genio escriturario”, como algunos afirmaban, Aldo era un ser fascinante, de una oralidad muy seductora, porque para él las palabras no valían siempre lo mismo, sino que tenían la capacidad de suscitar la diferencia. En el prólogo de la Poesía completa, Roberto García señala que Oliva es un poeta orientado hacia la profundidad del significado. “Sin embargo, logra en sus lectores la percepción de una melodía al principio incomprensible desde la que se contempla el horizonte del lenguaje, ese límite siempre equidistante del movimiento que pretende avanzar hacia él”.
Al igual que otros poetas, el alcohol acompañó a Oliva durante décadas; las botellas de vino que los mozos le guardaban lo ayudaban a diluir el tiempo en un presente endurecido, que trasladaba a muchos de sus poemas de una negrura amenazante. En el espacio del aula o de los boliches que frecuentaba, Aldo buscaba incentivar en el auditorio a no leer lo enunciado dentro del cristal de la institución de la lengua, que petrifica e impone discursos pretendidamente inamovibles. La publicación de su obra completa, que incluye los poemas inéditos Una batalla, revela la intensidad de un poeta que pensaba que la política de la poesía no es representar la revolución, ni aludirla con palabras semánticamente comprometidas, sino asumirse a sí misma como revolucionaria.

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