Lun 12.07.2004

CULTURA  › LUISA VALENZUELA HABLA DE LA TARDIA EDICION LOCAL DE “CAMBIO DE ARMAS”, UN LIBRO SOBRE LA DICTADURA

“Si uno no explora el mal, no puede escapar”

La escritora cuenta la historia detrás de su nuevo-viejo libro, que comenzó a tomar forma antes del exilio, como modo de exorcismo de la violencia que se palpaba en el aire, y que por diversas razones fue demorando su edición local hasta ahora. “Yo procesé la dictadura a través de la literatura, porque era la única manera de entender”, dice.

› Por Silvina Friera

La casa de Luisa Valenzuela, en el Bajo Belgrano, revela los gustos y las pasiones de esta escritora que cultiva el riesgo como motor principal de su escritura. Impregnada del azul Frida Kahlo que trajo de México –“en Marruecos o en Turquía usan ese color contra el mal de ojo”, explica–, rodeada de máscaras y con la presencia de dos perras boxers y una pareja de loros, Valenzuela parece que estuviera a punto de iniciar un ritual. Fue una de las primeras mujeres que se animó a poner el cuerpo y su escritura para despabilar las conciencias de los que decían, en plena dictadura militar, “por algo será”. Escribió Aquí pasan cosas raras y Cambio de armas, que se publica ahora por primera vez en el país, y cuando el clima se tornó irrespirable aprovechó una invitación de la Universidad de Columbia y viajó a Estados Unidos, justo tres días antes de que los militares le revisaran de punta a punta la casa. “No pude mostrarle a nadie lo que había escrito porque pensaba que los ponía en peligro, que era un saber demasiado intenso para darlo a conocer. Me fui con el cuento bajo el brazo, sintiendo que podía seguir escribiendo en otro lugar que no fuera este país”, recuerda Valenzuela en la entrevista con Página/12.
Los hilos conductores de los cuentos de Cambio de armas (Norma) son la desaparición forzada de personas y la humillación del sometimiento físico y sexual de las mujeres detenidas en la clandestinidad. Uno de los relatos, De noche soy tu caballo, escrito en 1975, surgió a partir de la necesidad de exorcizar, siempre desde el lenguaje, el accionar de la Triple A, “que ahora la olvidamos, nos parece que no pasaba nada, pero era tan feroz como la dictadura militar”, aclara la escritora, autora de Los heréticos, El gato eficaz, Cola de lagartija, Los deseos oscuros y los otros y Literatura y secreto, entre otros. Cuarta versión, en cambio, transcurre en una embajada que refugia a perseguidos políticos. “Yo me hice muy amiga del embajador mexicano, hasta estuve con Cámpora. Era muy raro ese mundo de los asilados políticos”, dice la escritora. En septiembre publicará Breves, microrrelatos completos (hasta hoy), por la editorial cordobesa Alción, y en octubre, en México, se publicará Trilogía de los bajos fondos, que incluye sus novelas Hay que sonreír, Como en la guerra y Novela negra con argentinos.
–¿La violencia empieza en el lenguaje o hay una conjunción entre el lenguaje y lo que ocurre en la sociedad?
–Hay una conjunción, pero el lenguaje es la manera con la que podés generar la sensación de impunidad, minimizando a la víctima, bestializándola, tratándola como si no fuera un ser humano. Por eso uní en esos cuentos la violencia en todos los aspectos: la familiar, la afectiva, la del lenguaje y la de la tortura.
–¿Es más complejo escribir sobre esa experiencia de violencia extrema?
–El horror y el mal atraen, pero al mismo tiempo aquel que los va a explorar no puede salir ileso. Pero si uno no los explora, no se puede escapar de esos lúgubres lugares. Uno se juega mucho en la escritura, por eso no pude escribir las otras partes de Cambio de armas que tenía pensadas. Cuando se hizo el Juicio a las Juntas, me di cuenta de que lo que yo creía que era producto de la literatura, esa posesión casi amatoria del torturador a la víctima a la que apelo en un cuento, había sido una realidad atroz. Uno intuye y pesca lo que está en el aire. A mí me pasa un fenómeno extrañísimo en este país: la desaparición de esa literatura. Hubo muchos proyectos de editar Cambio de armas en distintas editoriales y siempre se diluía. Hay una forma también de borrar esa memoria nuestra. Es como si se quisiera hacer desaparecer la palabra que señala al desaparecido.
–¿El contexto político facilita la llegada y la lectura de este libro?
–Sí, este momento de apertura se presta para que se lea como debe ser leído. Porque también estaba el riesgo de publicarlo y que fuera pasado por alto o poco atendido. Leer Cambio de armas es incómodo.
–¿Qué genera esa incomodidad?
–Lo que molesta es que muchos no pudieron ni quisieron ver lo que estaba pasando. Había una necesidad absoluta de sobrevivencia, de alguna manera una cuestión casi freudiana, que debe ser difícil de enfrentar y reconocer. En algún punto, es trágico leer mi libro, como es trágico leer sobre el Holocausto. Cuesta mucho empezar a analizar. Han pasado más de 20 años, y recién ahora estamos comenzando a asimilar lentamente todo ese pasado, porque si no lo revisamos no vamos a poder recuperar nuestro ser. Es heideggeriano, porque si no ponemos al lenguaje en la casa del ser, no estamos en ninguna parte. Cuando estaba por publicar Novela negra con argentinos, un editor me dijo que le sacara esas cosas que hacen mención sobre los desaparecidos porque eso es mucho oportunismo, cuando siempre incorporé en mis ficciones la tortura, la violencia, la desaparición. Ahora se está generando muy buena literatura sobre el tema.
–¿Escribía para exorcizar el miedo?
–A la dictadura la procesé a través de la literatura desde el principio, porque era la única manera de entender y asimilar. Justamente, una crítica de mi obra en Estados Unidos señaló que Cambio de armas es una metáfora de la Argentina que va perdiendo la memoria, que tiene que ir buscando su memoria y las palabras, pero que al mismo tiempo no la quiere recuperar porque hay una parte que se siente más a salvo sin saber. Escribo para desentrañar los nudos de la madeja del mundo.
–¿Qué pasa cuando lee los trabajos críticos que hacen sobre sus libros?
–A veces pienso, ¡Qué maravilla, ojalá sea cierto lo que dice! (Risas.) Los leo con mucho cuidado, como hacen el amor los puercoespines. Me ha ocurrido más de una vez que estoy en un congreso donde se habla de mi obra y tengo que estar presente para escuchar las ponencias porque es descortés no ir. Algunas me resultan muy reveladoras; respeto mucho las lecturas inteligentes, cuando no son aplicación de un modelo que te lo ponen como quien corta galletitas. Intento escribir sobre cosas que trato de percibir, atando algunos cabos sueltos que están por ahí. No creo que tenga algún mensaje, y si lo tengo, me lo callo en la literatura. Mis novelas no son perfectas como esas esculturas que todos admiran, pero que no generan interacción. Yo dejo cosas abiertas, lugares ambiguos y abro espacios para dialogar con el otro.
–¿Siente que está volviendo a anudar una relación más estrecha con los lectores argentinos?
–Sí, y me alegra mucho. Una de las cosas que pasa con los lectores argentinos es que leen menos literatura argentina que otros países que le dan mucho más valor a su propia literatura. En las librerías argentinas más importantes no hay mesa de novedades argentinas. No puede ser... ¿cómo no hay una identidad nacional a partir de la literatura, de aquello que uno inventa? Tiene que haber una idea de comprendernos a través de la literatura argentina. Lo que agotó esa noción fue la novela histórica porque se banalizó demasiado, pero es necesario hurgar en la literatura argentina para ver qué hay o qué encontramos de nosotros en ella.

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