CULTURA
› ENTREVISTA AL PERUANO JAIME BAYLY, EL ANTIHEROE DE “EL HURACAN LLEVA TU NOMBRE”
“Yo siempre he querido ser solamente un escritor”
Jaime Bayly vino a Buenos Aires a presentar su última novela, que sigue el rumbo de otras anteriores: mucho material autobiográfico. Admite gozar de los privilegios que le da ser mediático, pero también dice padecer la dificultad de cosechar prestigio entre sus pares escritores. Y hace una radiografía del Perú.
› Por Silvina Friera
El antihéroe de El huracán lleva tu nombre es un bisexual peruano, un personaje exitoso de la televisión que se mezcla con vedettes, travestis, cantantes populares y enanos libidinosos y aventajados. Gabriel –de él se trata– no soporta vivir en Lima, “una ciudad sin futuro, un pozo séptico en el que la gente se envilece y se corrompe, se torna apática, mediocre y pusilánime”, y decide huir a Miami para vivir con la mujer de la que está enamorado y escribir su primera novela. Pero Gabriel extraña sus experiencias sexuales con hombres: no es feliz, su sonrisa es impostada, como la que simulaba ante sus televidentes. “Esta es una novela fuertemente autobiográfica. Evoqué una historia de amor que me tocó vivir con una mujer, probablemente la historia de amor más tremenda y hermosa que he vivido. Al novelarla, al escribirla, la he reinventado. Siendo un libro muy autobiográfico, porque está anclado en un pedazo de mi vida, no corresponde fielmente a lo que uno pudo haber vivido. La frontera que separa la realidad de la ficción es borrosa e imprecisa”, dice Jaime Bayly en la entrevista con Página/12.
El huracán lleva tu nombre está dedicado al escritor Roberto Bolaño, quien en la revista Lateral elogió la narrativa de Bayly: “Una mirada a menudo conmovedora que se mira a sí misma sin autocomplacencia y que mira a los otros con humor e ironía y también con ternura”. Autor de No se lo digas a nadie (1994), Fue ayer y no me acuerdo (1996), La noche es virgen, ganadora del premio Herralde 1997; Yo amo a mi mami, Los amigos que perdí y La mujer de mi hermano, Bayly señala que provocar es decir la verdad. “En América latina estamos tan acostumbrados a la mentira, que decir la verdad es un acto subversivo. El sistema castiga al que piensa, pensar o cuestionar es un acto de rebeldía. Está en el alma de un escritor atreverse a decir cosas que otras personas callan por conveniencia, cobardía o pacatería.”
–En la novela, el conductor de televisión se tiene que ir de Perú por el golpe de Fujimori ¿A usted le sucedió lo mismo?
–Sí, me fui al día siguiente del golpe, en 1992. Aunque la mayoría de los peruanos aplaudieron el golpe, yo me encontraba en minoría y me parecía que era una desgracia para el país, que era un acto de prepotencia y de barbarie, que Fujimori usaba la seguridad nacional como pretexto para consolidar un gobierno autoritario. El cerró el Congreso, manipuló la Justicia e instauró un gobierno dictatorial. Me fui asqueado de ese país, en donde parece que el respeto por la ley y las formas democráticas no tiene mucho valor. Ya sabemos el daño que le hizo Fujimori al Perú.
–¿Sintió que lo censuraban en la televisión?
–Hacía un programa en el canal más popular. Salía todas las noches a las once. Era un programa de entrevistas, pero con un tono irreverente, provocador y yo le tomaba el pelo a Fujimori, a sus ministros y a los poderosos en general. Hablé con el dueño del canal, le dije que estaba en contra del golpe y él me advirtió que era una locura condenar el golpe o ridiculizar a Fujimori. Me sugirió que mejor dejara de hacer el programa, que no tenía sentido continuar porque todos los canales apoyaban a Fujimori.
–Usted señala en la novela que “la política en Latinoamérica es todo menos una ciencia”. ¿Cómo explicar, entonces, lo que ocurrió en Perú con Fujimori?
–Nos va mal por elegir los gobiernos que hemos elegido. En Perú, en el ’90, teníamos un candidato con ideas discutibles, pero que parecía un hombre serio y respetable, Mario Vargas Llosa, al que voté y apoyé públicamente. Vargas Llosa fue una de las voces solitarias que desde el exilio condenó el golpe, por lo cual una gran mayoría de peruanos lo insultó y le dijo “traidor a la patria”. Fujimori no tenía experiencia política, apenas había sido rector de una universidad más bien mediocre. En el ’92 dio un golpe y los peruanos lo aplaudieron, lo celebraron, les pareció un acto viril, necesario, que hacía falta mano dura, que en realidad la democracia era pura cháchara y que había que poner cojones. Tres años después, en lugar de castigar ese acto ilegal, lo premiaron, le dieron un segundo mandato.
–¿Cómo es ahora la situación del presidente Alejandro Toledo?
–Hay un repudio muy grande, tiene cerca de un 90 por ciento de peruanos en contra. En los meses previos a la elección del 2001, descubrimos que Toledo negaba a una hija, que entonces tenía 13 años. La madre le exigía una prueba de ADN. Toledo se rehusó a hacerse la prueba, negó haber tenido relaciones sexuales con la madre y dijo que ella era prostituta. Un hombre capaz de mentir sobre su propia hija no era confiable. Recuerdo que tenía discusiones acaloradas con mis compatriotas, que me decían que no importaba, que eso era la vida privada, que quién no tiene un hijo por ahí, que todo el mundo tiene un pecadillo, un hijo que no reconoce. No soy un puritano, al contrario, en materia sexual soy un libertino: defiendo la libertad a ultranza y que cada uno haga lo que quiera. Pero cuando uno tiene un hijo hay una responsabilidad que no se puede eludir. Entonces, Toledo siendo un mentiroso probado, no fue castigado, fue premiado, lo eligieron presidente.
–¿Le ofrecieron alguna vez participar en algún partido político?
–Sí. Vargas Llosa en el ’90, cuando fue candidato a presidente, me ofreció muy sutilmente acompañarlo en ciertos mitines, pero finalmente eso no se concretó. Siempre miré con una profunda desconfianza, y hasta con cierta repugnancia, la política activa en mi país. La mejor manera de hacer una contribución es mantenerme alejado de ella, decir lo que pienso, escribir artículos, opinar con toda libertad y criticar sin contemplaciones. Entrar en política siendo un escritor, me parece que es una trampa mortal porque no se puede combinar ambos oficios. No se puede al mismo tiempo ser escritor y político, porque si entrás en política en ese mismo minuto dejás de ser un escritor y no estoy dispuesto a sacrificar la literatura por la política. Además, sería un político muy malo: he dicho que soy bisexual, no porque haga alarde sino porque me lo han preguntado, entonces presumo que estaría bien difícil sacar muchos votos (risas). Sería un político catastrófico: no ganaría nunca una elección, no sacaría muchos votos, tal vez algunos gays provocadores.
–¿Cómo consigue compatibilizar la literatura con la televisión?
–Es una combinación tensa, son dos registros no siempre compatibles. Como escritor uno aspira a tener libertad para decir lo que siente o piensa, sin importar lo que digan los demás. Nunca se escribe un libro pensando en vender muchos ejemplares o en complacer a nadie, sino a uno mismo, a una cierta voz interior que te precipita a escribir. En cambio, la televisión es una fábrica de mentiras. No puedo admirar a los grandes figurones de la televisión y no quisiera convertirme en uno de ellos. Siempre he querido dejar la televisión, ser solamente un escritor. No lo he hecho del todo por cobarde, porque me falta valor, porque siento que no voy a poder vivir económicamente sólo de la literatura, porque tengo dos hijas. Entonces trato de tener una relación mercenaria con la televisión: pactar con ella temporalmente y por dinero, pero muy conscientemente de que es una puta muy desalmada, que se va a ir con otro. El ejercicio mismo de la rutina televisiva exige altas cuotas de deshonestidad: la gente sonríe cuando no tiene ganas, finge ser más educada de lo que realmente es, habla en un lenguaje sofisticado que no es el suyo, la gente falsea mucho la verdad en televisión. Para mí no es fácil tratar de combinar la literatura con la televisión.
–Para el mundo de la televisión, usted es una suerte de intruso que la critica, y en la literatura, supongo, lo deben mirar con resquemor por ser considerado un “mediático”.
–Sí, genero desconfianza a ambos lados. Pero más entre los escritores: a los mediáticos les resulta divertido, incluso halagador, que un escritor se confunda con ellos. En cambio, los escritores me ven como un tramposo o como un outsider. Yo tengo una defensa precaria frente a estos ataques: uno tiene que ganarse la vida y pagar las cuentas, y así como hay escritores que enseñan en la universidad o que ejercen oficios periodísticos, a mí me tocó por circunstancias de la vida, no porque yo lo eligiera, ganarme la vida en la televisión. En América latina no es fácil vivir sólo de los libros, es casi una utopía.
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