–En El huracán lleva tu nombre el humor lo acerca a autores como Alfredo Bryce Echenique...
–Lo admiro. El tiene una manera muy coloquial y sencilla de tocarte el corazón. Bryce, que también es muy autobiográfico, que está siempre agazapado detrás de esos personajes excesivos, hace algo que es muy entrañable: se está burlando siempre de sí mismo, tomándose el pelo. Y eso el lector lo agradece: que uno se desnude mostrando todas sus miserias y se ría de ellas.
–¡Qué manera de reírse de usted mismo en este último libro!
–(Risas.) Si hay un personaje que es poco estimable, ambiguo, contradictorio es el Gabriel, el personaje en el que yo me escondo. La literatura te permite estar siempre del lado de los malos. Eso lo aprendí de Bukowski, que estaba a favor de los borrachos, los putañeros, los perdedores. Si el escritor se cuida de quedar bien ante su mujer, sus hijos o su suegra, y está conscientemente encubriendo sus miserias, y más bien exaltando sus jugosas virtudes... es un bajón, para eso están los libros religiosos.