Vie 20.08.2004

CULTURA  › ENTREVISTA A JORGE HERRALDE, FUNDADOR DEL SELLO ANAGRAMA Y GRAN CONOCEDOR DEL MUNDILLO LITERARIO

“Lo que me interesa es la agitación cultural y política”

Vino a presentar El observatorio editorial, un conjunto de ensayos, memorias y reflexiones sobre su trabajo de 35 años con autores como Paul Auster, Charles Bukowski, Truman Capote y Hanif Kureishi. Dice que sus parámetros selectivos descansan sobre dos ejes: progresismo político y vanguardismo cultural.

› Por Silvina Friera

Estaba predestinado a ser ingeniero en la industria metalúrgica familiar, donde empezó a trabajar sin demasiado entusiasmo ni voluntad de lidiar con las máquinas. El joven, politizado por culpa de Sartre, simulaba cumplir con ese mandato asistiendo a la universidad, aunque sentía que vegetaba en las aulas y en la fábrica. El prefería tocar el nervio de su tiempo y luchar contra la imaginación anestesiada por el franquismo. Jorge Herralde recuerda la cara estupefacta de su padre cuando le dijo que iba a poner en marcha una editorial. Afortunadamente para los escritores y lectores, ignoró los consejos paternos de no emprender semejante disparate y en abril de 1969 fundó la editorial Anagrama. Desde entonces, publicó más de 2300 títulos en 35 años. Herralde llegó a Buenos Aires para presentar su último libro El observatorio editorial (editado por Adriana Hidalgo), un conjunto de ensayos, memorias y reflexiones que dan cuenta de la capacidad de observación de este editor de raza que –como señala Rodrigo Fresán en el prólogo del libro– “vive y habita la edición como una religión, credo, way of life, forma de ser, el alfa y el omega, el principio y, sobre todo, el fin de todas las cosas”.
En la entrevista con Página /12, Herralde se define como un “agitador cultural y político”, agitación que se tradujo en el catálogo de Anagrama, en donde pueden encontrarse muchos de los autores contemporáneos más significativos en el ámbito de la narrativa y el ensayo, tanto en traducciones como en lengua española, como Martin Amis, Julian Barnes, Albert Cohen, Hanif Kureishi, Joseph Roth, Graham Swift, Paul Auster, Charles Bukowski, Claudio Magris, Antonio Tabucchi, David Lodge, Truman Capote, Michel Houellebecq, Jeffrey Eugenides, Raymond Carver, Kazuo Ishiguro, Ryszard Kapuscinski, Roberto Bolaño, el primer Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Copi y Antonio Escohotado, entre otros.
–Después de tantos años de editar, sorprende que no dedique al menos unas líneas a los problemas que debe haber tenido con los autores. ¿Cómo se lleva con el ego de los escritores?
–Un amigo mío, que no está metido en el mundo editorial, pero sí en el ámbito cultural, me dijo que en mi libro anterior, Opiniones mohicanas, parecía que todos los escritores eran buenos. Pero yo le dije que tanto aquel como El observatorio editorial eran libros de entusiasmos, dedicados a aquellos autores que admiro mucho y que publico en Anagrama. En efecto, falta la caja negra del análisis de los egos (risas), que pueden ser entre notables o mayúsculos. Si un escritor no tuviera ego, sería una anomalía. En uno de los artículos de mi anterior libro señalaba mi alarma porque Ignacio Martínez de Pisón era el escritor con menos ego que había conocido.
–Cuando se inició en el mundo editorial, ¿sentía que estaba destinado a editar libros?
–Como todo editor literario, empecé como lector voraz, y en los años ‘60, que fueron de gran ebullición cultural y política, decidí que la tarea de agitador cultural y político era lo que más me interesaba. Repasando el catálogo de Anagrama se ve nítidamente ese carácter de agitador cultural.
–¿Cuál es la lógica que prevalece para usted a la hora de editar un libro?
–Hay dos ejes bastante claros: progresismo político y vanguardismo cultural, aunque tanto la palabra progresismo como vanguardismo estén un poco obsoletas y desacreditadas. Anagrama nació como una editorial antifranquista y fue una de las más perseguidas. Para mí era muy estimulante luchar contra la censura franquista, ampliar los espacios de libertad e incorporar la enorme cantidad de textos y autores que la censura franquista había prohibido drásticamente, y que poco a poco fuimos consiguiendo colar.
–¿Cómo conseguía filtrar esos textos prohibidos?
–Asumíamos un riesgo. Había dos posibilidades que utilizábamos todos los editores en el ‘69: presentar los manuscritos, antes de imprimir, a la llamada “consulta voluntaria”. Allí te los aceptaban o rechazaban de una forma casi anónima, en la que sólo se enteraba de la respuesta el ministerio y el editor. La otra opción más arriesgada era presentar el libro ya impreso y esperar a ver qué pasaba. Cada 50 páginas del libro, era un día para esperar. Al cabo de los cuatro o cinco días, ya se podía distribuir. Así conseguimos colar libros impensados, muy contestatarios, y con el riesgo de secuestros. Fue muy estimulante ver hasta dónde se podía tirar de la cuerda.
–En los comienzos, ¿cuál fue la mayor satisfacción que le deparó algún libro o autor de Anagrama?
–Como siempre, el primer libro en la mano, recién salido, El oficio de vivir, de Pavese, fue todo un acontecimiento. En general, esto sucedía con los primeros títulos de cada colección de la editorial. En los primeros diez años hubo muchas satisfacciones morales, pero pocas económicas. Una de las más inesperadas en 1975 fue Las cuatro tesis filosóficas de Mao Tse-tung, la primera edición legal que se publicó en España, con la foto de Mao descaradamente en la portada. Recuerdo que la gente se paraba atónita en las librerías, como no creyendo que fuera posible ver a Mao. Se vendieron 40.000 ejemplares, una cifra que era inaudita. También la colección Contraseñas, en la que publicamos El triunfo de Bukowski, con unas portadas muy osadas. Después publicamos toda su obra en prosa, y es de esos autores que va enganchando generaciones.
–A usted lo definen como “el último mohicano”. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
–No soy el último mohicano sino que por fortuna hay una estirpe de mohicanos que se van reproduciendo ad infinitum. En España, en los últimos años, han aparecido muchas editoriales con propósitos culturales, como El Acantilado, pero también en Argentina he visto que han surgido nuevas editoriales. Cuando parecía que el espacio había quedado muy arrasado, que sólo convivían los grandes grupos editoriales, aparecen estos islotes de resistencia.
–A pesar de que usted es un lector voraz de diarios, ¿por qué en Anagrama prácticamente no publicó libros de este género?
–Son vicios privados, aunque el primer libro de la editorial fue un diario, El oficio de vivir. Por la noche, después de estar gran parte del día entre letras, para relajarme antes de dormirme me resulta muy placentero leer diarios, porque los abres por donde quieres, no te exigen la atención intelectual de un ensayo o de la trama narrativa de una novela.
–Este es un momento de sobreproducción editorial; los libros tienen una vida corta y rápidamente son desplazados por las “novedades”. ¿Existe una estrategia para revertir o paliar esta tendencia?
–Paliar sería la palabra más pertinente para expresar el deseo de revertir esta tendencia. Hay un proceso de sobreproducción de títulos a causa de la hiperconcentración editorial, y es un tema muy difícil de combatir. Según mi experiencia, la estrategia es no bajar la calidad, que el público pueda confiar en un sello editorial sabiendo que todos y cada uno de los títulos han sido escogidos en función de la excelencia, siempre con un posible margen de error del editor. Aparte de la calidad, Anagrama, en general, no saca de catálogo los libros, conservamos un enorme porcentaje de los títulos.
–¿Cuál sería para usted el abecé de un buen editor?
–Hay que tener un proyecto editorial, saber lo que se persigue, luchar por ese proyecto, sin bajar el listón y, por lo tanto, no defraudar al posible seguidor de la editorial, muchísima obstinación, pasión por el trabajo bien hecho en todos los ámbitos, desde las traducciones hasta el diseño. Si sigues una línea determinada y puedes persistir, entonces el campo de aterrizaje es más propicio.

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