CULTURA
› 107 MURGAS EN 40 CORSOS COPARON LOS BARRIOS PORTEÑOS
El ritmo de la calle se luce mejor en el Carnaval
Cada vez mejor organizadas, las murgas le pusieron color y alegría a la ciudad. Y este fin de semana prometen ir por más.
› Por Karina Micheletto
Buenos Aires también tiene Carnaval, repiten entusiasmados los murgueros locales, como si necesitaran reafirmarlo frente a colegas de la otra orilla, con tanta más experiencia a cuestas. Lo cierto es que este febrero los corsos porteños (40, en total) arrancaron en toda la ciudad con mucha más fuerza que años anteriores, apoyados por una organización detrás que implica comisiones y agrupaciones murgueras trabajando todo el año para su realización. Y, por primera vez, un pequeño paso en la reivindicación de la recuperación del feriado de lunes y martes de Carnaval, que este año se otorgó sólo a los empleados municipales de la ciudad. Claro que para los murgueros este feriado debe volver a figurar en el almanaque de todo el país, tal como existía hasta que la dictadura militar lo derogó por decreto en julio de 1976. Hoy marcharán con un reclamo concreto: “Pedimos que vuelva el feriado de Carnaval porque es la fiesta popular más histórica, convocante y alegre y porque queremos recuperar la memoria y nuestra identidad carnavalera”.
La “gran marcha carnavalera” es convocada por M.U.R.G.A.S., una agrupación que nuclea a murgueros y murgueras de todo el país. Tal como lo hicieron años anteriores, hoy a partir de las 19 marcharán desde Plaza de Mayo hasta el Congreso, por la Avenida de Mayo, enfundados en sus levitas y bailando al ritmo del bombo con platillo. En distintos puntos del país se repetirá la marcha murguera que reclama que se restituya el feriado nacional de Carnaval que la dictadura borró del almanaque. “En 22 años de democracia aún siguen vigentes normas de la época más oscura que vivió la Argentina”, advierten los organizadores de la marcha.
Organización de los corsos
Mientras tanto, los corsos porteños arrancaron el fin de semana a todo ritmo. 107 murgas integradas por un promedio de cien murgueros cada una desfilaron el sábado y domingo pasados por cuarenta corsos distribuidos por toda la ciudad, y la fiesta se repetirá durante todos los fines de semana de febrero. “El año pasado fueron cerca de 800.000 personas a los corsos, y creemos que este año la concurrencia volverá a ser muy importante”, estima Gustavo López, secretario de Cultura de la ciudad.
Tras largas gestiones de murgueros y músicos como Ariel Prat, en 1997 la Legislatura sancionó la ordenanza 52.039, que declara al Carnaval patrimonio cultural de la ciudad. Tuvieron que pasar cuatro años para que la ordenanza fuera finalmente reglamentada. Luciana Vainer recoge en su libro Mirala que linda viene. La murga porteña (ver aparte) el testimonio de Facundo Carman, murguero de Los Amantes de la Boca y ex presidente de M.U.R.G.A.S., respecto de la importancia de esta declaración: “En la madrugada de un día jueves nos mirábamos las caras emocionados en el viejo Concejo Deliberante cuando, sin ningún voto en contra, nuestra ordenanza era una realidad. ¡Qué regalo para los viejos murgueros (...), para todos aquellos que lucharon en forma anónima para que las murgas no murieran! Conseguimos el reconocimiento como parte de la cultura de la ciudad. Y además quedaba claro otra cosa: la función social de las murgas en los barrios. Ni el más idealista hubiera soñado que volverían los corsos en casi todos los barrios, con un presupuesto para nosotros. Los murgueros mirábamos cómo se producía la explosión: todo el mundo averiguando qué carajo era eso de las murgas...”.
A partir de la declaración de patrimonio cultural los carnavales comenzaron a funcionar organizadamente, con al menos dos cambios radicales. En primer lugar, se creó una Comisión de Carnavales, coordinada por la Secretaría de Cultura e integrada por un representante de la secretaría, uno de la Legislatura y dos de las murgas. Esta comisión centraliza toda la actividad de carnavales y toma las decisiones, desde los lugares en los que funciona cada corso hasta la forma en que sedistribuyen los cachets entre las agrupaciones (por categorías según cantidad de integrantes y por funciones realizadas).
El segundo cambio importante es que los carnavales cuentan con un presupuesto propio. Ese presupuesto pasó de 400.000 pesos el año pasado a 950.000 pesos este año, gracias a un subsidio especial de la Legislatura. De esa cantidad las murgas cobran en concepto de cachet 600.000 pesos. “Teniendo en cuenta que hay 107 murgas y un promedio de 100 murgueros en cada una, lo que ganan es un viático”, advierte López. El resto se usa para infraestructura, luces, sonido, escenarios y baños químicos.
Los pasos a dar para el armado de cada corso involucran a varios sectores: se cortan dos o más cuadras de una determinada zona, dependiendo de la importancia del corso en cuestión. Una agrupación vecinal previamente designada se encarga de la logística barrial, como la distribución de los puestos de choripanes y de venta de espuma, insumo básico de todo corso que se precie. Se monta un pequeño escenario al que, por sus dimensiones, sólo podrá subir una fila de cantores, y a lo largo de las calles van desfilando las murgas, que tienen un itinerario previamente trazado por diferentes corsos. El reclamo más repetido de los corsos del año pasado es que si eran muy concurridos la gente no alcanzaba a ver a las murgas. “Son los propios murgueros los que decidieron la forma, y prefirieron cuarenta en los barrios antes que uno central en Avenida de Mayo, como se hacía antes. Esto quita posibilidad de montar un escenario importante con gradas para que la gente esté cómoda, por ejemplo. El presupuesto no da para cuarenta escenarios de esa dimensión”, se defiende López. “Cuando yo era chico también había corsos en los barrios, la diferencia es que los comerciantes tenían otro poder adquisitivo. Como los corsos históricamente estuvieron organizados por asociaciones y comerciantes de la zona, tenían un grado de inversión mayor. Con la crisis económica, esa inversión se achicó. Pero ya estamos en tratativas con sponsors para el año que viene, marchamos hacia una recuperación de la fiesta del Carnaval. Es inexorable”.
Corso en Villa Crespo
“Acalambrados de las patas”. “Fatigados por jolgorio”. “Envasados en origen”. “Viva la Pepa”. Los nombres de las murgas abren el abanico etimológico de la fiesta y el movimiento. La mayoría hace alusión al barrio de origen, asumiendo distintos lugares de presentación: “Los descarrilados del Parque Avellaneda”, “Los honrosos de Monte Castro”, “Los insaciables de La Paternal”, “Los enemigos del casorio de Pompeya”, “Los dueños de la ilusión de Coghland”. Otros parecen responder al ingreso de la clase media a la murga: “Los neuróticos de Lerma”, “Los maniáticos de Villa Crespo”. Para todos, el desfile por los barrios porteños, pero también lo que pasa antes, en los diferentes puntos de encuentro, o en los colectivos que los llevan hasta cada corso, o más atrás, en los ensayos, es el núcleo convocante.
En el corso de Villa Crespo, en Corrientes entre Scalabrini Ortiz y Julián Alvarez, “Los brillantes de La Boca” abrieron el primer fin de semana de Carnaval a todo brillo azul y oro, por supuesto. Su director, Damián De Marco, tiene 22 años y suple su juventud con chapa de “cuna de murguero”. Ellos reivindican la “murga tradicional del bombo, el platillo y la elegancia”, y rechazan el redoblante, que formaría parte de lo notradicional. Aún así, hay lugar para algunas trompetas, que suman “alegría y sonido”. Las “mascotas”, nenes a veces muy chiquitos, van adelante, detrás los murgueros y murgueras van bailando en un desfile colorido con todos los elementos de la escenografía callejera llamados “fantasías” (banderas, estandartes, “cabezudos” o muñecos gigantes, etc.). Llega el momento de la crítica, y el coro se sube al pequeño escenario: “Tengo una suerte loca, soy de La Boca y murguero soy”, cantan “Los brillantes”, acompañados por las trompetas.
Camila Quian y Paula Entesano, de 17 y 16 años, están un poco nerviosas. Vienen del corso de Parque Chacabuco, donde salieron por primera vez en lamurga, y encima ante jurados, y ahora las espera otra actuación exigente, de locales. Ellas forman parte de “Los maniáticos de Villa Crespo”, una murga de más de cien integrantes que fundaron hace cinco años ex alumnos del colegio San José y cuyo integrante más grande es el director, Juan Manuel Gauna, de 20 años. “Lo que nos fascinó de la murga es la alegría de este arte callejero y también sentirnos rodeadas de buena gente. Estamos todos en la misma, acá no salimos por seguir a una hinchada de fútbol o algún contacto político. Somos gente sana”, aclaran las chicas. Hacen referencia a cierto fenómeno posdictadura vivenciado en las murgas, analizado por Vainer en su libro: “La mayoría de las agrupaciones que siguieron saliendo durante la dictadura no duraron más de tres o cuatro años una vez comenzada la democracia”, se lee en Mirala que linda viene. “Posiblemente la violencia social de aquellos años quedó encarnada dentro de la murga sin que sus integrantes pudieran reaccionar a tiempo, y los terminó eliminando desde adentro. Más que las limitaciones concretas, lo letal fue la lógica social de aquellos años (...) Empezó a haber más violencia hacia otras murgas, con el público en los corsos y entre los mismos compañeros de cada agrupación. Se les metió adentro la violencia. Y terminaron dejando de salir.” Los “Fabulosos de Palermo”, una murga de sólo un año de vida, tiene una ley interna que prohíbe tomar alcohol con el traje puesto. “Después, que cada uno haga su vida. Pero cuando se pone el traje, el murguero tiene que defender lo suyo”, explican con seriedad.
A los costados, la venta de chori, hamburguesas y, sobre todo, tarros de espuma Rey Momo, marcha a buen ritmo. La organización barrial “República de Villa Crespo”, encargada de la organización del corso, da en concesión la venta a comedores como Señor de los Milagros y a la Asamblea de Juan B. Justo y Corrientes, que se quejan porque sólo les quedan veinte centavos del peso cincuenta que sale el choripán. Una parte importante de la fiesta, mientras tanto, pasa por otro lado, y la protagonizan chicos y adolescentes. Está en la guerra declarada con armas de todos los tamaños (desde pistolitas hasta súper ametralladoras de agua que intimidan) y con espuma, de la que no se salva ni el paseante más neutral. No hay lugar para el enojo ante la descarga blanca ejercida con total impunidad. Es Carnaval. Todo vale.
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