CULTURA
› DERIVACIONES DEL FALLO JUDICIAL
CONTRA RICARDO PIGLIA Y EDITORIAL PLANETA
La novela que nunca se apaga
El escritor Gustavo Nielsen, que denunció el caso, dice: “Nos metimos con un peso pesado”. Muchos autores no quieren opinar. Andrés Rivera: “Este sistema dejó afuera a más de un Borges”.
› Por Karina Micheletto
En 1997 Ricardo Piglia ganó el Premio Planeta con su novela Plata quemada, que después tuvo su adaptación cinematográfica versión Marcelo Piñeyro. La cosa no arrancó bien: escritores y periodistas recuerdan que la misma noche de la entrega de premios habían circulado el nombre de Piglia y de su novela como números cantados. Unos días después, la periodista Claudia Acuña publicó en la revista trespuntos una investigación en la que denunciaba el arreglo bajo el título “La novela del fraude”. Gustavo Nielsen, uno de los finalistas del premio, recogió el guante y decidió entablar juicio a la editorial, al escritor y al editor responsable, Guillermo Schavelzon. Siete años después, la Cámara de Apelaciones resolvió que, efectivamente, hubo “predisposición o predeterminación” en favor de Piglia. Lo cual, además del escandalete de rigor, abre un debate alrededor de los premios literarios organizados por los grandes sellos, sus mecanismos, su transparencia y su legitimidad.
Del fallo al que tuvo acceso Página/12, y que puede ser apelado en esta instancia sólo ante la Corte Suprema, se desprende que la novela de Piglia nunca debió presentarse a ese concurso porque se comprobó que su edición ya estaba comprometida con el mismo grupo editorial, algo prohibido expresamente en las bases. Allí se considera demostrado que “Piglia había transferido por título oneroso la producción literaria por la que cobró U$S 50 mil al firmar el contrato de junio de 1994 y otros U$S 50 mil un año después (...). Dicha producción no había producido el rédito inicialmente previsto, de manera que se vislumbró la posibilidad cierta de una razonable recomposición patrimonial mediante la adjudicación del Premio Planeta 1997 a la obra de Piglia, acompañada, claro está, con amplia publicidad de méritos y difusión”. Es decir que la editorial coló una novela por la que ya había pagado un adelanto, entre las obras que se entregaron al jurado, como forma de compensar una mala inversión. No sólo eso: “La admisión de los originales debió cerrarse indefectiblemente el 4 de septiembre de 1997”, dice el fallo, pero “el plazo fue postergado con notoria laxitud”. “Fue una dura batalla porque nos metimos con un peso pesado”, dijo a Página/12 Nielsen, que recibirá 10 mil pesos más costas e intereses. “Yo no hubiera querido que Piglia quedara tan metido; mi pelea era con Planeta y con Schavelzon, fueron ellos los que no fueron claros conmigo. Pero él no se despegó en ningún momento”, aclaró el damnificado, que publicó su novela no premiada, El amor enfermo, por Aguilar.
Otro de los puntos que resalta el fallo de la Sala G de la Cámara Civil es la “menguada intervención del jurado”. “Si cada miembro del jurado hubiera tenido que leer todas las obras presentadas (264 en total), tal actividad hubiera insumido aproximadamente dos años y medio”, se evalúa. Como en todo concurso, existió un Comité de Preselección encargado de un primer filtro, pero éste no fue tenido en cuenta, por considerarse que “su decisiva intervención no estaba prevista en las bases del concurso”. La pregunta, en rigor, es por lo que queda en el camino en esa preselección. El escritor Andrés Rivera lo dice sin vueltas: “Estoy seguro de que este sistema ha dejado afuera a más de un Borges”. No es el único que lo piensa. Y hay un par de ejemplos que lo corroboran. Uno de ellos tiene como protagonista al mismo Nielsen: resultó ganador del Premio Tusquets de Cuentos, pero después de que el jurado pidiera rever todas las obras por considerar que ninguna de las filtradas por el prejurado valía la pena. Lo mismo le pasó a Carlos Gorostiza cuando ganó el Premio Planeta 1999: “A través de uno de los jurados me enteré de que fui premiado de casualidad”, cuenta el escritor. “Mi obra apareció recién en una segunda etapa, porque al jurado no le gustó lo que recibió de la preselección. ¿Se da cuenta lo aleatorio que es todo esto?”. A Gorostiza también le tocó estar en la situación inversa: como jurado tuvo que insistir para tener acceso a más obras, entre las que surgió la de Liliana Escliar, Premio Planeta 2000. Desde entonces Gorostiza se niega a integrar cualquier jurado: “Es como transformarse en una suerte de semidiós, de una religión que se desconoce”, explica, y marca otro punto importante: “Los concursos deberían separarse entre los de autores inéditos y los de obras ya editadas. De esa forma todo tendría otro viso de seriedad”.
Para el escritor Andrés Rivera, el sistema es arbitrario, pero no puede ser de otra manera. “Ganar un premio es como sacarse la sortija”, explica. “Las editoriales son empresas capitalistas y es obvio que buscan vender. ¿Qué novedad hay en eso?”, ironiza. Como jurado de los premios Clarín, Rivera se encargó de aclarar el año pasado que había votado en disidencia en la designación de Angela Pradelli. “Pero eso no quiere decir nada. Sigue tratándose de una cuestión arbitraria”, aclara.
Rivera señala otro punto importante en un país en que la concentración editorial tiñe el mapa: “Hasta que me dieron el Premio Nacional yo publicaba en editoriales muy chicas, que estaban a cargo de personas cultas, pero que no podían lograr que los humildes mil ejemplares que me editaban llegaran a Santiago del Estero. Hoy me edita un sello poderoso como Alfaguara, y yo puedo llegar a Santiago. En ese sentido, estoy de acuerdo con el Chaplin de Tiempos modernos”. Rivera se solidariza con Piglia: “Aquí hay un escándalo que tiene poco sustento. Para el editor será un mal trago judicial, mientras que Piglia tendrá que cargar con esto mientras viva”. Casi todos los colegas de Piglia consultados por Página/12 se negaron a participar del debate. Federico Andahazi, quien no goza precisamente de la aceptación del canon, aprovechó para hacer su descarga: “El valor literario de Piglia está fuera de discusión. Pero uno tiene que soportar que la Academia lo acuse de escribir para el mercado y son estos mismos popes de la Academia los que se supone que están en los antípodas del mercado, los que después salen con estas cosas”, dispara. La periodista Cristina Mucci apunta sobre otra parte de la cuestión: “Recuerdo muy claramente la sensación que me asaltó cuando vi en un kiosco la tapa de la revista trespuntos, con una caricatura de Piglia en llamas. Lo primero que pensé es que desde la época de Primera Plana no salía un escritor en tapa. Y, cuando salió, tuvo que salir quemado. Eso está diciendo algo sobre el país en el que vivimos”.
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