CULTURA
› TUNUNA MERCADO HABLA ACERCA DE SU NUEVA NOVELA
Escribir pero como si se dibujara
La narradora cordobesa habla de su nueva novela, Yo nunca te prometí la eternidad, que acaba de ser publicada. Basada en personajes reales, se trata de la reconstrucción de la historia de un niño y su madre –una militante socialista amiga de Walter Benjamin– que se desencuentran en plena Segunda Guerra Mundial.
› Por Angel Berlanga
Un hombre cuenta en México que cuando tenía seis años, cuando el éxodo de París en 1940 hacia el sur ante los nazis que se venían a invadir, cuando unos aviones bombardearon el camino por el que iban, se encontró con que había sido separado de su madre y estaba, en medio del desastre, solo. Tununa Mercado oyó el relato escueto de este hombre, Pedro, mientras estaba exiliada por la dictadura, en los ’70, y fue construyendo lenta, lo más exhaustivamente posible, la historia de esa mujer y ese niño, sus circunstancias y sus contextos –que incluyen la Guerra Civil Española y los campos de exterminio–, sus personas cercanas. De a poco este artista nacido en Berlín –hijo de un brigadista internacional y de una socialista judía, alemanes ambos–, que solidario “frecuentaba los lugares del exilio” mexicano, fue confiándole ensombrecidos materiales, fotografías y recuerdos, que condujeron a sucesivos testimonios y nuevos materiales desparramados por Israel, España, Francia, Alemania, México. Yo nunca te prometí la eternidad se presenta como una historia real y la narradora va contando, mientras transcurre, de dónde y cómo va surgiendo la sustancia que la compone, incluso cuando la imaginación ocupa sus espacios entre la investigación periodística e histórica. Autora de Narrar después, La madriguera y La letra de lo mínimo, esta escritora cordobesa redobla aquí su apuesta por el rescate minucioso de la memoria como forma de reparación ante el dolor, el olvido, la muerte.
“Cuando yo le regalé a Pedro mi libro del exilio, en el que se cuenta su historia, me confió los diarios de su madre, sin ninguna idea ulterior –rememora Mercado–. ‘Es una devolución que quiero hacerte’, me dijo. Cuando los leí me dije que había que rescatar a esa mujer, buscarla. Ahí empezaron a aunarse las piezas, como si en el cielo fueran iluminándose estrellas que hasta entonces no había visto.” Los primeros trabajos periodísticos que hizo en México, señala, tenían vinculación con las persecuciones y exilios de la Segunda Guerra y de lo que derivó en el franquismo, y de alguna forma son antecedentes de una historia que, admite, se le convirtió en obsesión.
–Usted reflotó muchos recuerdos sumergidos en la memoria de Pedro. ¿Qué le pasó a él con eso?
–Yo iba a México una vez por año y él venía sumisamente a mis entrevistas. Había algo misional de mi parte: “Estas cosas se me pueden perder”, me decía. A él se le produjo un shock: de pronto lo encontré con un temblor en las manos, y eso que es un dibujante muy preciso. Fue muy revulsivo, llegó a contarme que le agarraba una congoja tremenda y lloraba. Una catarsis reencontrarse con su historia. Y de a poco fueron sumándose su hija y su esposa, y surgió la memoria que escribió su abuela, en alemán, acerca de haber estado en el campo de concentración nazi de Theresienstadt.
–¿Cómo interactúan aquí realidad y ficción? Porque podría pensarse que Pedro, por ejemplo, es un personaje inventado.
–Claro, podría decir en otra entrevista que todo es ficción, que la idea de poner en la solapa que es una historia real fue de la editora Paula Pérez Alonso. Yo no sé distinguir: para mí es todo un conflicto ese asunto. Lo que hay es literatura, yo vuelco ahí mi escritura. Este libro narra además mi relación con estas historias, está en juego mi subjetividad, mi búsqueda. En un fragmento que le mostré a Pedro, de antes del original, su madre se llamaba Estefanía, en lugar de Sonia, y había cambiado los nombres reales; luego me llamó por teléfono: “Mirá, yo no puedo soportar que mi madre se llame Estefanía... Le tenés que poner los nombres como son”. Todas las personas que aparecen en la historia aceptaron aparecer tal cual se llaman, hasta Omri, el primo de Pedro que está en Jerusalén.
–¿Cómo se mete en la historia Walter Benjamin?
–El diario de Sonia era una especie de bitácora que dejaba espacios en blanco, anotaciones como para contarle después a alguien. Estaba escrito en francés, y mientras lo traducía –como para hacerles a Pedro y sus hijas algún tipo de devolución– reparé en los itinerarios de pueblo en pueblo que iban haciendo en su huida de París. Ese año hubo una publicación del Instituto Goethe de homenaje a Benjamin, y al hojearla vi unos mapas con rutas para cruzar la frontera, con los nombres de pueblos del sur de Francia. Y fue como una especie de rapto, porque ella anota que una de las noches discute con “B” sobre Nietzsche y Schopenhauer, y ahí me dije: “Esa conversación la tuvo con Benjamin: ¡ellos se encuentran!”. Por esas fechas los dos coincidían en la zona. Como esa bitácora estaba escrita de manera críptica, con iniciales, se me armó esa historia. Y eso se completó la siguiente vez que fui a México; le pregunté a Pedro a qué gente veían sus padres: “A Adorno, a Benjamin...”. Y al día siguiente me trajo una foto de Benjamin. Entonces me gustó hacer ese tejido, el de dos gentes que andan con París en la guerra, ella con su niño, él con Baudelaire y su madre. Esa relación me parece que signa un poco el libro; el personaje de Benjamin está como un halo. Fui a Port Bou (el lugar donde se suicidó) y vi qué era eso. Estuve casi tocando la atmósfera de lo que habían sido esos éxodos, esos pasos de frontera.
–En su escritura hay mucho cuidado por el detalle: de cada pequeña cosa pueden encerrarse o desprenderse muchos significados. ¿Qué persigue al usar la lupa de ese modo?
–Al escribir se va configurando una forma que será la de la idea que la ha gestado. Yo creo que ése es el placer de escribir, o el desafío: de pronto uno va cercando el objeto, lo rodea hasta ubicarlo, como si lo dibujara. Para mí no tendría sentido escribir si obviara esa filigrana: eso es lo que me atrae. Es como escuchar música: si uno tiene espíritu analítico, va viendo todas las entradas y salidas de todos los instrumentos. Al mismo tiempo que quiero la lupa, la idea del detalle, responder al llamado de las cosas para poder decirlas, me defiendo de todo lo que sea canónico.