CULTURA
› DIALOGO CON EL FILOSOFO ESPAÑOL
FERNANDO SAVATER SOBRE SU NUEVA NOVELA
“Soy como Ricky Martin pero en feo”
Ya decididamente una estrella que reúne multitudes –en este caso, en la Feria del Libro–, Savater vino a presentar “El gran laberinto”, su novela dirigida principalmente a los adolescentes. Un homenaje a personas y personajes que admira.
› Por Silvina Friera
“Soy como Ricky Martin, pero en feo”, bromea Fernando Savater sobre el fenómeno mediático que ha generado con esta maratónica visita al país, que incluyó la grabación de un programa de televisión –que se emitirá en agosto por la señal de cable TN–, una charla en Rosario y la presentación de su nueva novela, El gran laberinto (Ariel). En la conferencia que dio el sábado pasado en la sala principal de la Feria del Libro, más de mil quinientas personas, durante tres horas, lo escucharon hablar sobre los pecados capitales. Sus admiradores aplaudían y gritaban su nombre como si fuera una estrella. A la salida le tapaban la cara con libros para que Savater los firmara; lo perseguían con micrófonos, grabadores, cámaras.
En la entrevista con Página/12, el filósofo español cuenta que el nombre de su nueva novela se lo debe a una modesta “casa de miedo” que hay en un pequeño parque de diversiones de su ciudad natal. Pensado para lectores adolescentes, el libro propone un esquema narrativo en el cual se inserta una serie de relatos. La gente que acude al Estadio Municipal Gloria Bendita para ver el “partido del siglo” no vuelve a salir. En el campo de juego emergen unas figuras monstruosas, los psicófagos, que se alimentan del alma de los que no saben cuidar de sí mismos. Cuatro adolescentes –Fisco, Jaiko, Sara y Arno– intentan rescatar a sus familiares, que llevan semanas encerrados voluntariamente. ¿Cómo abrir las puertas del estadio para que todos regresen a sus casas? Los chicos deberán reunir las ocho letras de una palabra clave que ignoran, y con la ayuda de los hermanos Pantaleón e Hilarión se sumergirán en El laberinto de las sirenas –título de una novela de Pío Baroja–, un cuarto oscuro de esa librería que funciona como un túnel del tiempo.
En cada viaje, los chicos se encontrarán con personajes de ficción, como Don Quijote y Sancho Panza, Zimbad, Shanti Andía, Sherlock Holmes y Watson, Otelo y Shylock, pero también con personajes históricos como Leonardo Da Vinci, Denis Diderot, Lao Zi, Oscar Wilde y Jan Patocka (19071977), profesor de filosofía discípulo de Husserl y portavoz de la Carta 77 contra la dictadura comunista.
–¿Se propuso reivindicar el género de aventuras?
–Ya había reivindicado la literatura de aventuras. Pero con esta novela decidí dar un paso más allá, aprovechando los esquemas de los juegos de roles como fórmula de partida de la escritura del libro. Pero además de una reivindicación, es una demostración de que esa fórmula puede servir para introducir problemas conceptuales. En cada una de las aventuras que conforman el libro se introduce el tema de la explotación, de la ciencia al servicio de la guerra, de la emancipación de las mujeres.
–También hay un juego de la literatura dentro de la literatura, cuando los chicos, en su primer viaje, se encuentran con Don Quijote.
–El Quijote lleva cuatrocientos años trotando por ahí, por eso pensé introducirlo como “el caballero de la mucha fatiga”. Don Quijote se propone objetivos, en vez de limitarse simplemente a aceptar lo probable, él apuesta por lo posible, aunque lo posible sea un tanto ridículo. Pero en el fondo es un símbolo de todas las empresas humanas porque los mortales sabemos que nuestras obras, nuestras luchas, nuestros amores, no van a acabar bien, que el final se parecerá al de Don Quijote. Por otra parte, sabemos que es imprescindible que nos impongamos esos planes: la vida está hecha de ellos; lo contrario sería matarnos o suicidarnos antes de tiempo. Don Quijote es el santo patrono de las empresas ridículas y necesarias, es decir de la vida.
–¿Puede ser entronizado como el santo patrono de la libertad?
–¡Hombre! La libertad es una necesidad como la respiración: uno puede respirar aire polucionado o aire puro, pero lo que no puedes es dejar de respirar.
–Pero en este siglo el hombre a veces se siente menos libre de lo que se proclama y más esclavo de lo que se piensa.
–La libertad no es en abstracto, no es la omnipotencia ni la ausencia de ningún tipo de condicionamientos. El problema es cómo usar la libertad: no hay duda de que somos libres, podemos elegir; incluso el que esclaviza a otros es libre porque podría optar por no hacerlo y lo hace.
–¿Por qué el dilema de Leonardo Da Vinci, que sus descubrimientos sean utilizados con fines no científicos, sigue estando tan vigente?
–Evidentemente ahí está, ¿qué se puede hacer? ¿Es mejor entregar la capacidad de destrucción a una sola potencia, de tal modo que se convierta en una tiranía general? No es fácil de resolver este problema. Creo que la ciencia debería avanzar no en el camino de la destrucción sino en otros.
–A través del personaje shakesperiano, Shylock, usted retoma una de sus preocupaciones centrales: el multiculturalismo o el énfasis puesto en las diferencias, como una forma encubierta de discriminación.
–En nuestras sociedades, los pobres son la raza perseguida; mientras no pertenezcas a la raza de los pobres estás bastante seguro. Pero además, vivimos en un momento en el que sólo resultan relevantes las diferencias, lo que me parece una majadería. Ya sabemos que es más divertido que todos vayamos vestidos de manera diferente y no todos iguales, pero eso es irrelevante. ¿Quién es el que más caso hace de las diferencias humanas? El racista y el xenófobo son los más entusiastas de las diferencias humanas.
–Y son los que esgrimen el discurso de la tolerancia, que presupone la discriminación.
–Claro, porque en definitiva están planteando que los seres humanos somos problemas insolubles. Lo que ocurre que es que aunque haya buena voluntad en esta defensa de las diferencias y de la tolerancia, se termina fomentando el racismo.
–En la novela subyace acaso su intención de abolir las lenguas: los personajes pueden comunicarse con Quijote, Shylock, Zimbad, Da Vinci, Diderot, aun cuando no hablan el mismo idioma.
–Exactamente. Ojalá todos habláramos las mismas lenguas, nos entenderíamos mucho mejor y podríamos leer sin dificultades todas las obras de la filosofía o la literatura. Me gustaría que no hubiera más que una lengua para compartir todos un mismo universo idiomático y acabar de una vez con los que viven de administrar las diferencias.
–¿Por qué se ha puesto de moda la filosofía?
–¡Ah, se ha puesto de moda!...
–¿No le parece?
–(Risas.) ¡Hombre! Vivimos en una época en que tampoco tenemos tantas respuestas disponibles. Las grandes religiones políticas que hubo en el siglo pasado están en franca decadencia o ya no convencen a las mayorías. Si las preguntas sobre lo que significa la vida, la muerte, el tiempo o la justicia no se las podemos hacer al Papa o al sabio político de turno, a quién se las hacemos.
–Si se las hacemos al Papa actual, seguramente no obtendremos respuestas muy esperanzadoras.
–Me parece bien que este Papa sea lo peor posible para ver si la gente le deja de hacer caso a los Papas (risas). Si el Papa es bueno y dice cosas muy sensatas, pues toda la gente le seguiría. Cuanto peor sea el Papa, mejor, así de una buena vez la gente se despierta de la necedad de obedecer a los Papas.
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