Mar 03.05.2005

CULTURA  › ENTREVISTA AL ESCRITOR BRASILEÑO PAULO LINS

“Es una sociedad racista”

El autor de Ciudad de Dios, que nació en una favela de Río, visitó la Feria y dejó su mirada de la actualidad en Brasil. Señala que en su ciudad “la policía es un cuadro de exterminio”, denuncia la complicidad estatal en el tráfico de armas, pero defiende a Lula, que “solo no puede”.

› Por Silvina Friera

“Yo vengo a enseñarles a los argentinos a jugar al fútbol.” Se lo dijo, canchereando, a un taxista que lo llevaba del aeropuerto al hotel y el hombre, que no aguantó la broma, casi lo echa a patadas del auto. Lo repite en portuñol a Página/12, como haciéndose el distraído. El escritor brasileño Paulo Lins, autor de Ciudad de Dios (Tusquets), estuvo por primera vez en la Feria del libro, después del éxito de esta novela –una de las más vendidas en su país, traducida a numerosos idiomas–, llevada al cine por Fernando Meirelles. “Argentina y Brasil tienen los mejores equipos del mundo –aclara–, pero Brasil es el primero.” Las provocaciones se prolongan cuando enumera su ranking personal de estrellas: Pelé, Garrincha, Romario y Maradona, en ese orden. “Pero la literatura y las personas son lo más lindo que tiene la Argentina”, señala el escritor.
La sonrisa desaparece de su cara y se pone muy serio al hablar de las desigualdades de la sociedad brasilera. La semana pasada, en los suburbios de Río de Janeiro, la policía fue protagonista de una de las peores masacres de los últimos tiempos: la matanza de 30 personas. “La sociedad debería exigir una intervención inmediata a la policía, que tiene un absoluto desprecio por la vida y que mata todos los días entre cinco y diez personas. La policía es un cuadro de exterminio”, advierte Lins.
El escritor brasileño, que nació en una favela de Río de Janeiro, cuenta que su primer amor fue la poesía; en los años ochenta formó parte del grupo Cooperativa de Poetas y en 1986 publicó el poemario Sobre o sol. Lins, que vivió entre los 7 y los 32 años en la favela Ciudad de Dios, sostiene que todos quieren salir de ese infierno. El escritor explica que él no fue un caso excepcional, que la mayoría de las personas no entraban en las bandas, que muchos trabajaban y estudiaban. Lins es un ejemplo: estudió literatura, escribió poesía y participó de un proyecto antropológico, “Crimen y criminalidad en las clases populares”, dirigido por Alba Zaluar, que consistía en entrevistar a la gente de la favela en la que él creció. “Queríamos descubrir cómo se divertían, qué les gustaba hacer, el imaginario de esa gente”, recuerda el escritor. “El único representante del Estado que se mete en las favelas es la policía, entonces el hecho de que hubiera otras personas interesadas por cómo vivían, de alguna manera los hacía sentirse prestigiados.” La violencia es mucho más abrumadora en la novela que en la versión cinematográfica: más adolescentes y niños que se matan o que son asesinados. En Ciudad de Dios impera la ley del que dispara primero. Allí la vida sólo se conjuga en el tiempo presente del verbo sobrevivir. Y a veces ni se conjuga.
–¿Qué sucede cuando la violencia se “naturaliza” tanto como ocurre en Brasil?
–Cuando estaba recluida en las favelas, a nadie le importaba, pero cuando la violencia salió y comenzó a sentirse el delito en las calles, ahí empezó la preocupación de las clases medias. Hace falta un sistema educativo mejor, más políticas públicas y no que se baje la edad de penalización del delito, como sostiene un grupo de imbéciles. En vez de educar a esos chicos, es más fácil reprimirlos y condenarlos a la desigualdad. Piden más policías en las calles, pero esto no soluciona el problema de la violencia ni la desigualdad. La violencia que sufre la clase media jamás se puede comparar con la que padecen los pobres.
–¿Cómo reacciona la sociedad civil? ¿Sólo pide más mano dura?
–La sociedad brasileña es racista. Ahora están asustados porque la violencia está tocando a las elites. Hablan mucho de los traficantes de drogas y casi nadie dice nada de los traficantes de armas, que son en realidad mucho más importantes. ¿Quién trafica armas en Brasil? Más que la policía, personas relacionadas con la estructura estatal, por eso no hay ningún cargamento incautado ni traficantes detenidos.
–¿Usted cree que esa falta de control es una estrategia del Estado? Esas armas son las mismas con las que se matan los pobres entre sí...
–A lo mejor no iría tan lejos... no sé si lo pensaron así o lo montaron de esa manera, pero ya que ocurre, dicen, mejor no nos metamos. La enseñanza pública es caótica y el sistema de salud inoperante, y estoy convencido de que las elites brasileras no sirven para nada, son las herederas de la burguesía que se enriqueció con la dictadura militar.
–¿Y la clase política?
–Las elites estaban muy desconcertadas porque pensaban que Lula iba a tener una actitud demasiado radical respecto de la economía, algo que finalmente no sucedió. Me parece que es el mejor presidente de la historia de Brasil, porque ya realizó cosas que no dependen del sistema económico y sí de la voluntad política. El presidente solo no puede articular los cambios profundos que necesita el país, es la sociedad la que tiene que propiciar las transformaciones, pero mientras los negros y los pobres sigan siendo los excluidos del sistema, mientras no se respeten sus derechos, todo seguirá igual o peor.
–¿Qué piensa del incidente que protagonizaron los futbolistas Desábato y Grafite?
–Yo estuve de acuerdo con las medidas que se tomaron, porque el racismo debe ser combatido de todas las maneras posibles, pero fue una falta liviana en comparación con otras. Brasil continúa matando a los negros y a los descendientes de los indígenas y esto no genera tanto escándalo. Los nordestinos pobres son en su gran mayoría descendientes de indígenas que llegan a los grandes centros, a Río o a San Pablo, y como no tienen posibilidades de insertarse en la sociedad van a parar a las favelas. ¿Alguien levanta la voz y juzga la discriminación que sufren ellos?

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