–¿Qué representa Sábat para usted?
–Es como un monje, un tipo que ha tenido siempre la disciplina inalterable de no usar jamás una palabra. Sus dibujos tienen la doble virtud del parecido físico y el psicológico, con el plus de la opinión personal, que a veces es más valiosa que el personaje mismo. Cuando él le pone alitas a los personajes los enaltece, los endiosa, como si él mismo fuese un ángel. Sábat es el más distinto de todos y encima sin moverse demasiado, porque dentro de la gráfica no ha hecho otras disciplinas, ni historieta ni chistes mudos.
–¿Tiene trato con él, han hablado?
–Muy poco. Hay personas a las que uno no llega, y yo no llego a él porque tenemos dos estilos muy distintos, y creo que él nunca entendió cómo hablar conmigo y yo no entiendo cómo se habla con él. Es un hombre de otra generación y mi puente con él es admirarlo. Voy a todas sus muestras, veo todos sus libros y la mayor cantidad posible de sus trabajos. Y trato de no contaminarme con su influencia, que es muy fuerte, y la respeto como una opinión única. Es uno de los pocos que sin palabras da una opinión de historiador.
–¿Y como dibujante?
–Es un gran dibujante desde que apareció hasta hoy. Y sus experimentaciones son fuera de la gráfica; él las marca en las exposiciones, donde hace algo distinto. Yo creo que cualquier diario del mundo estaría feliz de tenerlo. El dibuja a sus caricaturizados con una armonía que no encontré en nadie más. Si uno tiene alguna influencia en sus dibujos es por el lado de su mirada. Para mí los dos mejores caricaturistas del mundo son Loredano, un brasileño que trabaja en El País de Madrid, y Sábat; aunque son muy distintos en lo que hacen. Para mí Sábat es un dios y es inimitable: esa es la verdad.