CULTURA › CADENAS DE MAILS, VELAS Y REZOS CONTRA LA MUESTRA
“Esto perjudica la paz mundial” (sic)
Por Julián Gorodischer
El cura no quiere decir su nombre: “Que por mí se expresen las palabras de nuestra autoridad”, ligeramente extraviado, disfrutando de esta hora de protagonismo insólito. El suyo es el liderazgo de la ofensiva cristiana, que se nuclea en la iglesia del Pilar y la santería para hacer guardia todo el día y protestar contra la retrospectiva de León Ferrari. O para dejar escapar el llantito nervioso que es como un mantra. “Con todo, contra todos”, arenga el egresado del Champagnat que se vino con media división para apoyar la movida. Hasta parecen divertidos, como el campesino Nicanor, profeta del Apocalipsis. “Qué herejías, qué cosas...”, describe, cuando no quiere llamar por su nombre al Jesús encima de la sartén o al retrato del Papa con Madonna. Eso no se dice.
Pero Nicanor, que se vino desde Venado Tuerto, cada tanto se da una escapada al interior del Centro Cultural Recoleta (quién sabe para qué) y después dice, ambiguamente, que es para “monitorear”. ¿Qué es lo que está mirando ahora mismo, cuando se le pierde la mirada en la licuadora con santos? Las señoras de al lado, Norma y Cristina, se hacen las ciegas, como con anteojeras, y rezan el Rosario al Jesús sobre misil de guerra (en la obra La civilización occidental y cristiana).
Los más optimistas, entre los crispados de la puerta del Recoleta, interpretan la ofensiva cristiana como una cruzada. Dicen que empezó a gestarse con las expresiones del Arzobispado contra Antonio Gasalla (que satirizó a la Virgen en un sketch de su personaje Soledad), el consecuente levantamiento de sus sponsors, su pedido de disculpas público hasta llegar, hoy mismo, al cuadrito pegado en el muro de la iglesia en el que se lee: “Frente a esta blasfemia... en un centro cultural que se sostiene con el dinero del pueblo cristiano”. Cada vez más lejos, borrando décadas de laicismo, avanzando a la esfera del arte, hasta los contenidos de la tele. “Esto les sirve, esto los desata”, asume el funcionario del centro cultural que interpreta la ofensiva cristiana como una puja por más poder. “Así ubican a su institución en el candelero.” La firma en el cuadrito –deberá decirse– es de monseñor Jorge Bergoglio. En él, que se fotocopia y se reparte como moneda, elige el modo seco de la jerarquía eclesial: “Es una blasfemia que avergüenza a nuestra ciudad”.
Los que no entran a la sala esperan en la puerta, como Marcos López Furst, que se dice “decepcionado de la Argentina”. Eso sí: no sabe de qué está hablando; apenas le contaron que hay una escena del Papa con Madonna, pero no sabe bien de qué se trata. ¿Para qué profundizar? Lo que cuenta es renovar un tema para conversar, ahora que el sacerdote Rómulo Puiggari, de la iglesia del Pilar, organiza grupos de debate, escraches mediáticos y comanda una embestida que se les negaba. El altar en el ingreso, con virgen e inscripción en arameo, acepta rezos y medallitas. Unas viejas de mantilla negra instalan el nombre de un nuevo “santo”: Agustín Durañona, el hombre alterado que intentó, el martes, destruir una obra de León Ferrari. “Que me agarren, que me agarren”, quiere imitar el campesino Nicanor a ese dudoso prócer, y hace las delicias de las viejas. El gag es siempre el mismo: el tipo amenaza con entrar “para que lo conozcan enojado”, pero todo ahí. Las viejas ríen, alguna le da un beso.
Sobran anécdotas para hacer un festín sarcástico. Cuentan en el centro cultural que han escuchado la angustia de un grupo de cristianos residentes en un country de Pilar indignados ante “la muestra de arte erótico”. Y que atendieron llamados de cristianos sorprendidos porque se dé lugar a “semejante obra de teatro” (sic). Todavía no se instalaron las carpas, pero las anuncian para la medianoche. Asume Pepe, un jubilado indignado por el Jesús a la plancha, que tal vez sea ligeramente desproporcionado decir que “esto perjudica la paz mundial”, como afirmó María de los Angeles Roncoroni en su mail “Pedido Urgente No Lo Hagan”. Si le preguntan por lo bajo, hasta Nicanor, el cristiano más ferviente, admite alguna simpatía por “el Demonio”. Le gusta, aunque no se lo dice a nadie, la Casa Blanca con cucarachas que se ve detrás de la vitrina.