CULTURA
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La triste elegancia
Por pedro zarraluki*
Alfredo Bryce Echenique está de paso. Quedas con él para tomar un café, o para cenar con algunos amigos, y te explica que acaba de llegar a la ciudad o que sale de viaje al día siguiente, que aun así busca piso para instalarse de una vez por todas, maldita sea, aunque de inmediato te aclara que por un tiempo cortito porque seguramente se vuelva al Perú, deseando como desea residir de manera estable en Barcelona o en París, quizá mejor en Lima, no lo sabe muy bien porque está de paso. Y es posible que sea ese estar siempre de paso lo que acomode a Alfredo Bryce Echenique tan bien en todas partes, que hasta los cafés parecen serlo por estar él sentado a una de sus mesas, y es posible que por eso sus amigos lo quieran, algo desconcertados, sin recordar exactamente dónde ni cuándo se hicieron tan íntimos de ese hombre que parece estar en todas partes a la vez por no saber estarse quieto en ninguna.
Es imposible referirse a Bryce Echenique como escritor sin referirse también a él como persona, pues ambas cosas vienen a ser lo mismo. Cuando tuve la suerte y el honor de presentar en Barcelona su libro No me esperen en abril, creí descubrir un autorretrato del autor agazapado entre sus páginas, al referirse éste a “la triste elegancia, la debida compostura, y las reglas de la ensoñación”. Era un autorretrato, por supuesto, pero no había mérito ninguno en descubrirlo. Su obra está llena de ellos. En realidad, cualquier párrafo de Bryce Echenique nos habla con enorme contundencia tanto de él como de su visión del mundo, mediante una de las voces más bellas, más sólidas y más fácilmente reconocibles del panorama literario en español. Este escritor está poco tiempo en todas partes, pero indudablemente lo está con mucha intensidad.
* Autor de Un encargo difícil, libro con el que ganó el Premio Nadal de novela.
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