DEPORTES › OPINION
› Por Ariel Greco
“La Selección es de todos”, reza un viejo lema. En realidad, como es de todos, no es de nadie. Alcanza con preguntarle a un hincha futbolero su preferencia ante un logro de su club y uno de la Selección para corroborar la afirmación. Y por eso al “equipo de todos” es mucho más fácil criticarlo y bastante más dificultoso entregarle elogios con relación a lo que sucede con los clubes. Además, se potencian afirmaciones definitivas por lo visto en un partido, casi sin tener en cuenta antecedentes inmediatos. Para darse cuenta del fenómeno, sirve la comparación de la doble fecha de las Eliminatorias con lo sucedido con los equipos argentinos que participaron en la Copa Libertadores. El empate que logró San Lorenzo ante la Liga de Quito en Buenos Aires fue bastante menos decoroso que el del conjunto de Basile ante la selección ecuatoriana. Generó menos chances de gol y sufrió mucho más en el arco propio. Sin embargo, las críticas para el por entonces equipo de Ramón Díaz fueron mucho más benévolas, hasta incluso después de la eliminación.
Vale el caso inverso. Las últimas presentaciones de Boca en Brasil despertaron mayores elogios que la actuación de Argentina del miércoles. La valoración de la tarea de Boca ante Cruzeiro y Fluminense, aun en la derrota, superó a la desarrollada por los players de Basile, por más que se jugó casi todo el tiempo como quiso Argentina, se duplicó al rival en chances de peligro y se tuvo la ambición de ganar el partido hasta en tiempo de descuento.
Con las labores individuales pasa lo mismo. Luego de Ecuador, se quiso mostrar que la sociedad en la cancha Riquelme-Messi es imposible, sin tener en cuenta que el volante de Boca tuvo un partido flojísimo y el delantero de Barcelona también estuvo lejos de su mejor versión. Y, claro, tampoco que los últimos dos goles de la Selección habían llegado con esa vía (jugada de Messi, gol de Riquelme ante Bolivia; asistencia de Román, definición de Lio ante Colombia). Ni hablar de repasar los videos de la Copa América, donde las goleadas ante Colombia, Perú y México se originaron con jugadas en las que participaron los, ahora, socios imposibles. Esto es como si River no convirtiera goles dos partidos seguidos y se empezara a discutir si Ortega y Buonanotte pueden jugar juntos; o si Boca no gana tres encuentros consecutivos porque Riquelme no le quiere pasar la pelota a Palermo. Es que, parece, “el equipo de todos” no tiene a nadie que lo defienda.
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