DEPORTES › OPINIóN
› Por Osvaldo Arsenio *
Se ha puesto en marcha un nuevo período olímpico, tras el lógico replanteo de estrategias y del análisis de éxitos y fracasos.
Es un momento muy corto, por cierto, para el análisis sereno, que incluye tanto lo objetivo, los números de la gestión, como lo subjetivo, es decir la personalización de los distintos temas. De esa forma se puede ver que en cuatro años el presupuesto deportivo se cuadruplicó, pero también es claro que, de todas maneras, no alcanza para compararnos en ese rubro con Alemania, Gran Bretaña o Francia.
La relación entre resultados deportivos (medidos en medallas olímpicas) e inversión estatal es de las mejores del mundo, pero igual siempre habrá alguna voz que se levante por falta o exceso.
Aquel inhabitable Cenard del 2003 pasó a ser en el 2008 un digno Centro de Entrenamiento, con decenas de miles de visitantes, pero igual habrá alguna ducha que no funcione y que ocupe las marquesinas de lo importante.
En dos ediciones consecutivas de los Juegos Olímpicos (Atenas 2004 y Beijing 2008) se obtuvieron 12 medallas en total, logrando así las mejores actuaciones desde Londres 1948. Pero hay quienes señalan que sin los aportes de los profesionales del fútbol y del básquetbol, la cuenta no sería tan fructífera. Quizá debiéramos eliminar esas medallas de la estadística: algo así como que España no contara el oro de Rafael Nadal.
Se apoya de diversas formas (infraestructura, contratación de técnicos extranjeros, etcétera) a deportes con bajas performances o en riesgo de desaparición, como nado sincronizado, lucha, saltos y gimnasia, entre otros, pero si bien muestran signos de mejoría, no clasifican ningún deportista a los Juegos y hay quienes se preguntan por qué se invirtió ese dinero, olvidando que en, deporte como en, educación la inversión no tiene corto plazo para su verificación.
Se pide entonces coherencia y planes de largo plazo, pero al mismo tiempo se analiza el folletín del hecho circunstancial.
En tanto, ajenos al avatar de lo cotidiano en la elite deportiva, 1.200.000 niños y jóvenes de todo el país practican en silencio su deporte en los resucitados Juegos Evita, mientras, posiblemente, hay quienes se preguntarán por el gasto, por los talentos detectados o por alguna falla en la infraestructura y el cronograma.
Todos tendrán su parte de razón y quedarán quizás en paz con su conciencia y hasta contentos al descubrir las debilidades del Estado imperfecto que, sin embargo y con sus moras a cuesta, es el principal sponsor de más del 90 por ciento de nuestra elite deportiva y el único que piensa en integrar al maravilloso mundo del deporte y la actividad física a los millones de jóvenes que fueron marginados de su práctica en las últimas décadas.
Se solicita el apoyo para progresar, pero, contraviniendo el ABC del marketing, se muerde la mano del único sponsor disponible.
Se pide una administración y controles transparentes en el deporte y sus protagonistas, las federaciones, pero cuando la hay se añora “la agilidad y simpleza” de los inefables años ’90.
En la comunidad deportiva necesitamos encontrar, ojalá que pronto, el equilibrio necesario para la coherencia en los discursos, aun los opuestos, que resulten proveedores de ideas debatibles y no simples amplificadores de anécdotas folletinescas. Londres 2012 está demasiado cerca.
* Director Nacional de Deportes.
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