DEPORTES › OPINIóN
› Por César R. Torres *
La reciente victoria de Argentina frente a Uruguay, que significó la clasificación a la Copa Mundial Sudáfrica 2010, ejemplifica la encrucijada y las contradicciones del fútbol vernáculo. Por un lado representa la conclusión de una campaña clasificatoria que fue deslucida y por momentos traumática, tanto dentro como fuera del campo de juego. Por el otro, abre la posibilidad de reflexionar sobre dicha campaña, corregir errores e imaginar horizontes y procesos futbolísticos más lúcidos. Sin embargo, existe el riesgo de que el logro de la clasificación funcione como un dispositivo que cancele la expectativa de este necesitado cambio. Lamentablemente, las características de la campaña clasificatoria misma así como la reacción de las autoridades futbolísticas argentinas frente a la clasificación apuntan en este sentido.
El mismo riesgo está latente en otras áreas de la estructura futbolística nacional. Considérese la rescisión del contrato a través del cual la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le otorgaba a la empresa TSC la exclusividad para la transmisión televisiva de los partidos de Primera y el acuerdo por diez años con el Estado para la transmisión de dichos partidos por canales de aire. El carácter democratizador del acuerdo se contrapone al modelo de gestión de derechos televisivos que prevaleció por dieciocho años. Empero, cabe aclarar que la AFA aún mantiene vigentes los contratos de las categorías B Nacional y B Metropolitana. Ante la falta de principios distributivos claros, no es sorprendente que los clubes pujen ferozmente para obtener una tajada ventajosa del reparto de los 600 millones de pesos que el nuevo acuerdo le otorga a la AFA.
A pesar de constituir probablemente la modificación más significativa en el fútbol argentino de los últimos tiempos y de representar una extraordinaria oportunidad para repensar las bases en la que el mismo se sustenta, el acuerdo entre la AFA y el Estado no ha despertado un interés perceptible al respecto. El formato competitivo, la determinación de los ascensos y los descensos, así como la formación y la selección de los árbitros, siguen los patrones establecidos durante el período en que los intereses deportivos estaban claramente supeditados a los comerciales. De la misma manera, tanto la estructura de gobierno de la AFA y la administración de los clubes como el papel de los jugadores en esas esferas se mantienen intactos. Por lo visto y escuchado, las formas narrativas del fútbol televisado bajo el nuevo acuerdo tampoco han ganado en riqueza, sutileza o complejidad.
Es decir, hasta al momento sólo cambió el acceso televisivo al fútbol grande. La importancia de tan significativo logro no debe ser minimizada, pero el mismo no ha funcionado como catalizador de otras demandas y generador de un fútbol más atractivo, justo e inclusivo.
Tanto la clasificación a la Copa del Mundo 2010 como el acuerdo entre la AFA y el Estado para la transmisión televisiva de los partidos de Primera ponen de manifiesto la urgencia de un debate profundo, amplio y sincero sobre el futuro del alicaído estado del fútbol argentino. Para ello son necesarios iniciativa, voluntad de diálogo e imaginación prospectiva. Si las autoridades futbolísticas nacionales apuntaran en esta dirección, la expectativa de cambio comprensivo sería una posibilidad cierta.
* Doctor en Filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del estado de Nueva York (Brockport).
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