DEPORTES › OPINIóN
› Por César R. Torres *
La semana pasada, la Unión Europea de Fútbol (UEFA) sancionó al Real Madrid, a su entrenador José Mourinho (foto) y a los jugadores Xabi Alonso, Sergio Ramos, Jerzy Dudek e Iker Casillas por “conducta inapropiada” en el partido jugado con el Ajax el 23 de noviembre por la Champions League. Como se recordará, Mourinho, asistido por Dudek y Casillas, fue acusado de tramar la expulsión de Alonso y Ramos por acumulación de tarjetas amarillas en los últimos minutos del partido. Aparentemente, la intención de Mourinho fue “limpiar” de tarjetas amarillas a dichos jugadores de cara a los octavos de final del torneo. Las sanciones incluyeron multas al club, así como a Mourinho y a los cuatro jugadores. Además, el entrenador fue inhabilitado originalmente para dirigir dos partidos en competiciones europeas. Las multas y la pena se redujeron ayer; Mourinho sólo estará afuera un partido.
Este tipo de sanciones no es novedosa para la UEFA. Hace dos años, la institución multó a los jugadores Cris y Juninho del Olympique Lyon por presuntas amonestaciones deliberadas en un partido con la Fiorentina por la Champions. Al igual que en el caso del Real Madrid, la supuesta intención de los jugadores fue cumplir el ciclo de sanciones en la fase de grupos para llegar limpios de tarjetas amarillas a la fase de eliminación directa.
Tanto en uno como en otro caso, la UEFA no explicó públicamente las razones por las que considera estas estratagemas casos de conducta inapropiada. Este silencio es incomprensible porque no es evidente que las autoamonestaciones sean inapropiadas y condenables.
En primer lugar podría argumentarse que, dadas su extensión y aceptación, las autoamonestaciones forman parte de las convenciones que regulan la práctica futbolística, es decir, de su ethos. Vicente del Bosque, entrenador de la selección española de fútbol, apeló implícitamente a esta idea cuando declaró en defensa de Mourinho (que “los jugadores cumplieron con lo que tenían que hacer y sin dar una patada”. Para Del Bosque, la provocación de tarjetas amarillas no es sólo esperable, sino demandada por el ethos futbolístico imperante.
Por otro lado, como advierte Del Bosque, las autoamonestaciones de Alonso y Ramos no pusieron en riesgo la integridad física de los rivales. El comportamiento de aquéllos buscó el beneficio propio sin suponer perjuicio alguno para éstos. Es más, se podría sostener que las autoamonestaciones implican una desventaja inmediata para los infractores, ya que los carga de tarjetas amarillas o deja al equipo con menos jugadores en el campo de juego.
Finalmente, los defensores de las autoamonestaciones argumentan que éstas no están expresamente prohibidas por las reglas del fútbol y que la penalidad correspondiente es aceptada con agrado. Es obvio que la provocación de tarjetas amarillas no tiene la intención de eludir la sanción, caso contrario la táctica carecería de efectividad. Así, dicho comportamiento es articulado como ingenioso y hasta necesario para incrementar las posibilidades de éxito del equipo propio.
Sin embargo, cuando el fútbol es entendido como una práctica social establecida por un sistema de reglas con bienes internos y estándares de excelencia definitorios, la defensa de las autoamonestaciones se revela como inadecuada. Valga resaltar que los medios utilizados para lograrlas están manifiestamente prohibidos en el reglamento. Los partidarios de las autoamonestaciones subvierten la estructura teleológica del reglamento que proscribe ciertas acciones para favorecer aquellas que prescribe. Es decir, transforman una acción prohibida en una opción táctica simplemente porque están dispuestos a aceptar la sanción correspondiente. Pretender que las sanciones constituyen el “precio a pagar” por las infracciones al reglamento, contradice tanto la estructura del fútbol como sus bienes internos y estándares de excelencia. Más allá de ventajas e inconveniencias, autoamonestarse niega el ingenio técnico y táctico propio de los futbolistas.
En cuanto al ethos futbolístico, no debe confundirse vigencia con validez. La prevalencia de un ethos no lo convierte en admisible. Tiene que haber razones independientes de la aceptación generalizada para que un comportamiento sea digno de aprobación. Un ethos razonable es aquel que interpreta las reglas de manera tal que los bienes internos y estándares de excelencia definitorios florezcan y sean honrados. Dado el argumento anterior, las autoamonestaciones no parecieran cumplir este requisito.
Por último, se podría afirmar que la provocación de tarjetas amarillas instrumentaliza a los rivales, pues los convierte en meros medios para lograr los fines propios. El interés tácito que los rivales tienen en la excelencia futbolística es desconocido en favor de los intereses particulares de quienes se autoamonestan. Este comportamiento no es conducente a la prueba mutua de habilidades físicas que es la competencia deportiva.
Quizá la UEFA haya considerado que el ardid de Mourinho constituye una conducta inapropiada por algunas de las razones aquí explicadas. Sería apropiado que las explicite y las haga públicas. De no ser así, la sanción puede ser interpretada como infundada o arbitraria. Esto, a su vez, le permite a Mourinho declarar, como lo hizo días atrás, que la UEFA tiene un doble estándar y que la sanción más que un castigo es un premio. Extravagante concepción de uno y otro.
* Doctor en Filosofía e Historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
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