› Por Gustavo Veiga
Cuando en la Argentina se violaban los derechos humanos, se violaban los derechos de todos, incluidos los deportistas. Eran atletas que no daban con el perfil que se tiene hoy del competidor de elite: inaccesible, mediático, farandulero. Aquellos se entrenaban al mismo tiempo que cursaban estudios, participaban en asamblea estudiantiles o hacían trabajo social en una villa miseria. Extendían el día más de 24 horas porque no les alcanzaba el tiempo para todo. No vivían para el deporte y por el deporte, que apenas era un apéndice de sus vidas. En los ’70, resultaba común practicar una disciplina y comprometerse en la militancia política. Tan común que la dictadura cívico-militar hizo desaparecer a decenas de deportistas. No por deportistas, y sí por enfrentarla.
Futbolistas como Carlos Alberto Rivada o Eduardo Requena; rugbiers como Santiago Sánchez Viamonte y Otilio Pascua; Adriana Acosta, destacada jugadora de la selección de hockey sobre césped; el tenista Daniel Schapira, el fondista Miguel Sánchez, el ajedrecista Gustavo Bruzzone, la basquetbolista Alicia Alfonsín de Cabandié, entre tantos otros, terminaron en centros clandestinos de detención o arrojados al Río de la Plata por correr a favor del viento de cambio que significaba soñar y construir un país mejor. Abandonaron por su cuenta o se vieron forzados a abandonar sus carreras deportivas cuando se intensificó la represión, que ya no les dejó márgenes para disfrutar de una cancha o un gimnasio. Ellos pusieron el cuerpo en un sentido más amplio.
Con el golpe del ’76, o aún antes, tuvieron que replegarse, pasar a la clandestinidad, someterse al doloroso ejercicio de interrumpir contactos familiares e intentar no ser atrapados por la maquinaria asesina de la represión ilegal. Algunos, como Miguel Sánchez, compitieron hasta una semana antes de su secuestro. Después de correr el maratón de San Silvestre, e Brasil, un grupo de tareas se lo llevó de su casa de Villa España, Berazategui, el 8 de enero de 1978. Militaba en la unidad básica de su barrio y además trabajaba en el Banco Provincia de Buenos Aires. Así sucedió más o menos con todos.
Ayer, en el Día Internacional de los Derechos Humanos, vaya un sentido homenaje para ellos, los deportistas que lucharon por los derechos humanos de su época. Su huella no se borra ni se borrará jamás.
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