DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Mientras los operadores telefónicos del fútbol tacticista no se animan a discar el número de Barcelona –¿será 2-3-5, 4-4-2, 4-3-1-2, 4-2-4, 1-10,0-11 o algún otro?–, ni siquiera los que ningunean la realidad y el disfrute desde un supuesto aburrimiento, la presencia-ausencia de Riquelme para el partido de Boca contra Argentinos Juniors hizo que los operadores mencionados intentaran permanentemente con el 4-4-2 y con el 4-3-1-2.
Una nueva afrenta a la inteligencia y al decoro futbolero supeditaba, se insiste, la presencia-ausencia, del que para quien esto escribe es el mejor jugador del fútbol local, al número-telefónico o “dibujo táctico”, del cambiante, pero, eso sí, serio con sus pilchas oscuras y su entrecejo fruncido, Julio César Falcioni, un irrespetuoso del juego.
“Ante las inclemencias, los entrenadores –primeras víctimas de la crueldad– se parapetan detrás de dos ordenadas líneas de cuatro y esperan a que escampe”, escribía meses atrás en El País de España el Indiecito Santiago Solari. Y agregaba: “Nunca son de-sequilibrados en los análisis, los equipos que carecen de creación o no logran llegar al área contraria”. Más adelante sigue: “la paradoja es persistente: si se arriesga se puede perder; si no se arriesga, hay cosas que no se aprenden nunca”.
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