DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Vignone
Lionel Messi había quedado de frente al arco del Manchester United cuando David Villa conectó ese soberbio chanfle al ángulo que acabó con el partido. De manera que fue el espectador más privilegiado de ese golazo. Se dejó caer de rodillas y comenzó a agitar desenfrenadamente los brazos. No lo alimentaba la rabia que desató su corrida tras el segundo gol, el suyo, el 53º de una temporada gloriosa, sino la más desnuda pasión. Lejos de cualquier cálculo. ¿O alguien cree que Messi festejaba pensando en los tres millones de dólares que se embolsa con este título?
La pasión sin cálculo, eso es el Barcelona. Achica el margen de la discusión sobre el mejor equipo, no ya del momento sino de la historia, estirando hasta el paroxismo el lema que alimenta buena parte de los sueños de buena leche. Eso de que cuando se juega bien al fútbol las posibilidades de ganar se multiplican, es un principio que el equipo catalán ejemplifica con una eficacia que no nace de la mecánica sino de la originalidad. Y lo hace con arte, por supuesto: el Barcelona eleva el fútbol al estrado de las bellas artes, haciendo del toque corto su herramienta, del juego en espacio reducido su paleta y del campo de 110 por 70 su lienzo.
En este equipo de jóvenes apasionados por una idea, no hay nada más viejo que el concepto, el de la posesión de la pelota como medio para todo, concepto que un aventajado alumno –Josep Guardiola– heredó de ancestros como Michels, Cruyff, incluso Menotti, y usó con convicción para seducir a sus futbolistas. Los mejores del planeta, de paso. La mayoría, ya campeón del mundo. Con el resultado conocido.
Por eso esta lección debe ser celebrada por cualquier hincha genuino del fútbol. Incluso por aquellos que, aun a la luz de las circunstancias, siguen creyendo que ganar es lo único que importa. El Barcelona los desmiente con dulzura. Esta consagración histórica exacerba las posibilidades de una idílica manera de jugar que incorpora a su funcionamiento todos los elementos disponibles, haciendo eje en la técnica y sintetizando belleza y eficacia, sin resignar ninguna, para transformar así un equipo de fútbol en una perfecta máquina de placer.
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