DEPORTES › DERROTO POR 2-0 A ALMIRANTE BROWN, SE ADJUDICO EL CAMPEONATO Y ESTA OTRA VEZ EN PRIMERA
El equipo de Almeyda sufrió, como en todo el torneo, un primer tiempo flojo, pero con los ingresos de Ocampos y Funes Mori cambió notoriamente su juego y con más actitud que fútbol selló su pasaje de retorno en un Monumental colmado de pasión.
La temporada que acaba de terminar fue la peor de la historia de River, que debió abandonar la luz de la Primera División para adentrarse en las tinieblas de la B Nacional; un escenario desconocido y que fue, sin dudas, tortuoso para hinchas, jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. Pero ya está. La pesadilla se acabó. Su gente puede gritarlo bien fuerte: River es de Primera. El elenco de Almeyda, luego de atravesar un camino lleno de angustia, se coronó campeón al vencer a Almirante Brown en el Monumental y retornó al lugar del que nunca debió haberse ido.
¿Cómo olvidar las lágrimas que corrían por las mejillas de los hinchas luego de aquella pesadilla a plena luz del día ante Belgrano? La desesperación que encarnó aquel mediático Tano Passman. El descenso no sólo fue una mancha en los 110 años de historia, sino el comienzo de un proceso, que con el correr de los meses, partido tras partido, se transformó en una constante agonía. Sin embargo, ayer River se despertó del coma en el que estaba. Las lágrimas nuevamente fueron protagonistas en Núñez, pero esta vez no denotaron dolor, sino alegría.
Si hay algo que River aprendió en este último año fue a sufrir. Sufrió tras el fatídico descenso, pero también ayer en el partido decisivo ante el conjunto de Blas Giunta. Los retorcijones de estómago, la histeria, la desazón y la angustia fueron constantes en los primeros 45 minutos, tanto en los jugadores como en los hinchas, que tenían las cuerdas vocales bloqueadas y dejaron al Monumental en silencio durante varios pasajes del partido. Pero si alguien dice que sólo el simpatizante sufre, se equivoca, y mucho. En la primera parte, ante un Almirante Brown férreo y con mucha garra, River, atormentado por la exigencia de la gente, lució más nervioso que nunca. Vella y González Pírez no subían por los laterales, el Maestrico González no desbordaba por izquierda, Cirigliano y Ponzio entregaban mal la pelota, y los tres delanteros, muy desconectados entre sí, recibían incómodos, de espalda y a 30 metros del arco rival. Así, la impaciencia de la gente creció, se transformó en insultos airados y en desesperación. La única clara llegó a los 25, cuando tras un remate mordido del venezolano González, Trezeguet la tuvo dos veces debajo del arco, pero no pudo convertir.
Pero en el complemento, el David franco-argentino se transformó en Rey. Cuando las orejas de todos estaban en la radio, en Instituto, en Central y en Quilmes, el ex Juventus, tras una pared con Rogelio Funes Mori –que le bajó la pelota de cabeza desde una posición groseramente adelantada– sacó un zurdazo cruzado contra el palo izquierdo de Monasterio que hizo estallar al estadio. Fue el gol del ascenso. El gol de la vuelta a la vida y la resurrección. El gol del alivio y de la calma. Se acabaron los celulares, los mensajes de texto, las llamadas y, sobre todo, la histeria. El Monumental, de la incertidumbre y la angustia, pasó al júbilo y a la fiesta descontrolada. El penal fallado por Trezeguet, a cinco del final, amagó con traer viejos fantasmas. Pero no había caso. El destino estaba sellado. Nuevamente Trezeguet, el jugador más importante de River en la segunda parte del torneo, tras una gran jugada del mellizo Funes Mori –de gran partido– puso el segundo y finiquitó la cuestión del regreso. Un año después de aquel domingo 26 de junio de 2011 que quedará grabado en la retina de los hinchas millonarios, el llanto volvió a copar la escena. Esta vez, las lágrimas de Almeyda, Cavenaghi, Domínguez y compañía no fueron de dolor, sino el reflejo de la felicidad de haber completado la misión más dura de sus vidas: devolver a River a Primera.
Informe: Matías Jofré.
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