Mar 06.05.2003

DEPORTES

La tarde de las narices de plástico en La Plata

Una crónica colorida de cómo se vivió el regreso de Carlos Salvador Bilardo al banco de Estudiantes. Los buscas vieron la veta y vendían graciosos apósitos de goma para la nariz...

› Por Gustavo Veiga

Alabado por toda la feligresía de Estudiantes, Carlos Bilardo volvió una tarde. Una tarde que envidiarían los políticos que no seducen a nadie, incluido el propio Narigón mientras era candidato a presidente. Casi 30 mil personas lo ovacionaron de pie, corearon su apodo y se desgañitaron con su vuelta. Le extendieron un cheque en blanco con la pasión que en el fútbol despierta apenas un puñado. Anónimos y no tanto, se hicieron presente sus ex compañeros Alberto Poletti, Ramón Aguirre Suárez y Juan Verón, sus ex dirigidos Sergio Batista y Miguel Angel Russo e hinchas como el abogado penalista Fernando Burlando y el periodista Osvaldo Príncipi. Nadie quiso perderse la vuelta a casa del personaje devenido en periodista y conductor de TV, acostumbrado más a los estudios de grabación que a las canchas de entrenamiento. El hombre que dejó su huella indeleble en los últimos veinte años del fútbol argentino y que partió en dos el paladar de la gente. “Carlos Salvador Bilardooo...”, como lo anunció la voz del estadio y pese a que su retorno aconteció en la cancha de Gimnasia.
“Una cosa son los pizarrones con las flechitas en el programa y otra los partidos con los arcos de verdad”, comentó el técnico como si lo hubiera superado el acontecimiento. Justo él, que tiene dos Mundiales encima y una pila de finales disputadas como jugador y entrenador. El partido contra Talleres lo vivió como un lobo suelto (con perdón de Gimnasia). Gesticuló, se exaltó, agilizó el juego con ademanes al árbitro para que no detuviera el partido pese a que tenía un futbolista propio lesionado (Carrusca). Y hasta pretendió hacer un cambio de puro guapo cuando la pelota estaba en movimiento. “Es el mismo de siempre”, asintió Batista cuando le preguntaron por su ex entrenador.
Esa sensación quedó refrendada en el mismo momento que Estudiantes llegó al bosque platense. Bilardo decidió cambiar la compañía del micro que lo transportaba y, según contó un empleado del club, se negó a utilizar el vestuario local por temor a un supuesto embrujo del rival de siempre. Cabulero, tampoco habría querido ver personas vestidas de verde a su alrededor. Eso sí, nunca se separó de él un rubio corpulento de remera blanca, de cachetes sonrojados y unos cincuenta años, que arengó a la gente desde la punta de la manga por donde el técnico asomó su prominente nariz antes de salir a la cancha.
Con menos pelo, unos kilos de más y las mismas mañas, Bilardo tuvo su demorado reencuentro con el público que lo idolatra. “Estaban gritando los hijos y los nietos de los que nos alentaron a nosotros”, dijo con la voz en un hilo mirando de reojo a la Bruja Verón, otro de los hombres que estuvo a su lado durante casi toda la tarde. No paró de dar indicaciones, pifió el apellido de sus jugadores cuando impartía instrucciones (al paraguayo Balbuena lo llamó Bermúdez) y con su mano derecha hizo ademanes indescifrables que uno de sus defensores, Diego Colotto, trataba de comprender con el ceño fruncido.
Entre decenas de banderas que decoraban el estadio, hubo una que sintetizó semejante demostración de fe en el técnico que volvió después de veinte años (el 14 de febrero de 1983 había dirigido por última vez a Estudiantes y también contra Talleres, la noche en que el equipo se consagró campeón). En el trapo improvisado rezaba el mensaje “Gracias por enseñarnos con el ejemplo a querer nuestro club”. Aludía, qué duda cabe, al difundido propósito del Narigón de no cobrarle al club por los servicios prestados. Un compromiso que fue recompensado con el afecto del que sólo gozan los ídolos y Bilardo lo es en Estudiantes, como Carlos Bianchi en Boca o Ramón Díaz en River. Un personaje que recuperó el fútbol y perdió la pantalla –abandonó su programa en la cadena Fox– para fortuna de media ciudad de La Plata.

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