DEPORTES › EL FúTBOL BRASILEñO Y UN CAMBIO EN SUS ESTRUCTURAS
› Por Eric Nepomuceno
Opinión
Desde Río de Janeiro
En Londres, desde el viernes, Brasil intentará, una vez más, alcanzar un título que jamás logró: el de campeón olímpico de fútbol. Mientras, los clubes brasileños tratan de mostrar, al país y al mundo, una imagen innovadora: de tradicional exportador de jugadores, Brasil pasa a ser un importador en potencial.
Todo eso, a raíz de la contratación de dos estrellas globales por equipos locales: el holandés Clarence Seedorf, que llegó para el Botafogo, de Río de Janeiro, y el uruguayo Diego Forlán, que integrará el Internacional de Porto Alegre. Otros más están a punto de ser anunciados.
Además de los extranjeros, en los últimos dos o tres años también brasileños con buena hoja de servicios y conquistas en Europa volvieron al país. El mejor ejemplo quizá sea Deco, quien, luego de haber sido ídolo en Portugal, tener una excelente carrera en el Barcelona y haber brillado en el Chelsea, hoy brilla en el Fluminense. Todos ellos, extranjeros contratados, extranjeros codiciados y brasileños retornados, muestran una misma característica: se les acerca la hora de la jubilación. Seedorf tiene 36 años, Forlán 33 y los brasileños Deco y Julinho Pernambucano, 35.
Hay que recordar que si Forlán llegó con el título de mejor jugador del Mundial 2010, defendiendo a Uruguay, Seedorf es dueño de hazañas impresionantes: ha sido el único jugador que conquistó cuatro títulos de la liga de campeones de la UEFA en cuatro oportunidades, defendiendo tres clubes distintos (el Ajax de Holanda, el Real Madrid y el Milan).
A todo eso, la pregunta que nadie hace es la siguiente: ¿a esas alturas de sus carreras, por cuánto tiempo lograrán brillar en Brasil?
De todas formas, es natural que los hinchas de los equipos que los ficharon se sientan orgullosos y pongan parte substancial de sus expectativas sobre los hombros de los recién llegados. Pero de ahí a considerar que Brasil logró dar una media vuelta en el rumbo acostumbrado, y pasó de exportador a importador de jugadores, hay una inmensa distancia y una realidad que nadie puede negar.
Basta con recordar que, de los 18 convocados por el director técnico Mano Menezes para integrar el seleccionado brasileño que una vez más intentará el título de campeón olímpico, sólo siete pertenecen a clubes brasileños. Y de esos siete, cuatro están bajo fuego cerrado de propuestas millonarias de clubes europeos, y es casi imposible que permanezcan en Brasil. Los otros once se dividen entre Italia (cuatro), Portugal (tres), Inglaterra (dos), España y Rusia (uno por cada país).
Si se toma el seleccionado principal que participó del Mundial de 2010, el cuadro se hace más claro aún: de los 23 convocados por Dunga para su frustrado equipo, solamente tres pertenecían a clubes brasileños. Ocho fueron cedidos por clubes italianos, cuatro por españoles, dos jugaban en el fútbol portugués, otros dos en el alemán, y, con un jugador cada uno, aparecían equipos de Inglaterra, Francia, Grecia y Turquía. Algunos volvieron a Brasil. Ninguno volvió al fútbol que alguna vez los llevó y los llenó de euros o dólares.
Aun así, entre los clubes brasileños corre, sutil, una especie de orgullo inédito: es como si finalmente los clubes locales estuviesen entrando en el gran mercado global. En parte, es verdad. Seedorf y Forlán podrían tranquilamente obtener contratos más jugosos, pero en países de escasa o nula tradición futbolística, como China o algún país árabe. Por algo habrán elegido a Brasil como país previo a la jubilación, o como escala de vuelos que los lleven de regreso a clubes europeos, aunque en segunda línea.
Directivos de clubes, ejecutivos de marketing e inversionistas están contentos con lo que hacen. Brasil será sede del mundial de 2014, hay mucho dinero dando vueltas en el aire, muchas expectativas que pueden ser transformadas en excelentes negocios. Hay una fuerza concreta en el mercado interno, aunque se trate de una fuerza incomparablemente más pálida que la de Europa. Traer a clubes brasileños una estrella ascendiente sigue siendo algo inalcanzable. Y nadie siquiera sueña con traer a Xavi o Iniesta, por ejemplo.
Un dato, en todo caso, indica que algo se avanzó. En los grandes clubes europeos, las pesadísimas inversiones en la contratación de grandes estrellas suelen tener parte de su compensación en la venta de productos asociados al jugador y la conquista de nuevos socios. En la semana de la llegada de Seedorf, el Botafogo hizo 2500 nuevos asociados. Surgieron dos patrocinadores de peso dispuestos a estampar sus marcas en los uniformes del equipo. Crece la expectativa de mayor presencia de público en los estadios. Es decir, los directivos creen que hay razones palpables para una apuesta tan alta (Seedorf llega por un contrato de cuatro millones de dólares anuales, más derechos de imagen).
Resta aguardar, entonces, por lo que harán Seedorf, Forlán y compañía cuando entren en la cancha. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata: de fútbol. Si no hay espectáculo, si no hay algo del brillo que se espera, todo el esfuerzo y toda la inversión habrá sido en vano. Y los clubes brasileños volverán a su rol de siempre, de exportadores de talento. Ahora, ya no sólo en ascenso, pero también de estrellas que se acercan de la jubilación.
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