Dom 11.05.2003

DEPORTES  › NICOLAS CASULLO ANALIZA LOS DISCURSOS SOBRE LA PELOTA

“El fútbol es la culminación del espectáculo de consumo”

La formidable relación entre el fútbol y los medios de comunicación es el eje de esta entrevista en la que el ensayista sostiene que ha sido el relato radial mítico el que impidió la creación de una auténtica literatura del fútbol, una expresión que pierde su batalla contra la sociedad de consumo.

› Por Facundo Martínez

La relación entre fútbol y medios masivos de comunicación ha sufrido grandes transformaciones desde mediados del siglo XX a la actualidad: de la viejas, bellas y completísimas transmisiones radiales a la imagen fragmentaria y exitante de la televisión; del silencioso dramatismo de la foto del gol en blanco y negro, que muchas veces llegaba con retraso de días, a la estética chillona de cuerpos atléticos en roce; de la letra crítica del periodismo deportivo a la locución publicitaria y su correspondiente banalización de lo que acontece en un partido. Página/12 dialogó al respecto con el ensayista y novelista Nicolás Casullo, quien analiza el fenómeno y profundiza sobre las implicancias de la técnica.
–¿Por qué motivos la relación entre el fútbol y la literatura resulta tan dificultosa?
–Es como si costase llevar a escritura la experiencia de un wing derecho, ¿no?. Y creo que eso tiene que ver con que no se entiende bien cuál es la literatura del fútbol. Para aquellos que fuimos formados en la radio, la literatura del fútbol es el relato, la narración radial –que se fue perdiendo por la irrupción de la televisión–, y también el relato gráfico, los comentarios. Esta misma fusión tan fuerte casi impidió que se desarrollara una literatura del fútbol. Si uno ve las proporciones en los grandes cuentistas y novelistas, el tema del fútbol es casi escaso. En la voz del relator está contenida toda la literatura del fútbol y luego viene esta segunda gran instancia que es el fútbol escrito, que no se encuentra en otros países como acá, hasta tal punto que, cuando vivía fuera del país, en el exilio durante 10 años, me resultaba imcompleto un fútbol que no tuviera su contraparte escrita.
–¿De qué manera el relator configuraba una literatura?
–Yo rescato básicamente este momento de la narración, donde el fútbol está dentro de la frase y no la frase dentro del fútbol. Escuchando la radio en los ‘50 y los ‘60, uno entra en un andarivel que es interesante cotejar con la actualidad televisiva. La radio gestó un relato repleto de metáforas y simbolizaciones, como se puede encontrar en Fioravanti o en Aróstegui: “El arquero atenaza la pelota en aire”, “se zambulle a los pies”, “hay un borbollón en la puerta del área” o “el arquero vuela de palo a palo”. Esto constituye un imaginario donde todo está constituido.
Mi primera experiencia con el relato, lo que podría decir me constituye como escritor, antes que leer un Borges o un Cortázar, es el relato de la radio, en primer término, y el relato de la escritura de los diarios y revistas, donde encontraba una lectura apasionada. En aquella época el comentario era más ingenuo e inocente que el que luego planteó Panzeri.
–¿Qué fue lo que apareció con Panzeri?
–Para mí, con 12 años, Panzeri significó el encuentro con la teoría, con la inteligencia. Yo descubrí una estructura de pensamiento en Panzeri, no en ningún libro. Pensar teóricamente las locuras de Panzeri, de las cuales estaba absolutamente enamorado, fue como el primer desafío.
–¿Qué características específicas recuerda que tenía ese relato radial?
–Características muy particulares. Es un relato irrepetible, un relato de lo absolutamente efímero. Yo diría que es como una cosa mítica.
–¿Mítica en qué sentido?
–En principio, siento que es muy difícil hablar del fútbol desprendido de la experiencia de jugar al fútbol y de estar en el fútbol. Y en ese sentido, creo que lo irrepetible del relato, lo imaginario que se gesta, daría como dos grandes experiencias que uno tiene con respecto al fútbol. Una sería la experiencia de la cancha, que sería la experiencia con los dioses, la experiencia originaria. Ahí uno se encuentra con la cosa. Sobre todo cuando uno era chico, que no había televisión. ¡Encontrarse con el color de la camisetas! –las fotos de los diarios eran en blanco y negro-. Encontrarse con el once, con el verde césped. Encontrarse con ese mundo era algo hoy imposible de rescatar frente a la televisión, en la que el color es un dato obvio e insignificante.
–¿Cómo se fusionan entre sí esas experiencias?
–El fútbol son dos experiencias: la experiencia originaria, con esos dioses, y la experiencia del relato radial, que es el mito, el relato de la ausencia de esos dioses, algo en lo que uno depositaba toda la creencia. El relato radial es casi uno de los relatos de verdad, en el sentido mítico, más fabuloso que hay. Esa es la verdad, lo que está diciendo el relator del fútbol: Fioravanti, Aróstegui, Muñoz, Veiga... Es como la construcción de un mundo desde una narración pura, sin la aparición de lo otro que es la transparentación total. Y lo mismo en el caso del fútbol escrito, que ahora ha perdido capacidad.
–¿Esa pérdida hay que pensarla en relación al viejo periodismo?
–El Gráfico de Panzeri era una revista que en un partido Boca-River ponía dos o tres fotos chiquitas y todo lo demás era texto, donde los que escribían –Juvenal, Ardizzone, Lazzatti– tenían un espacio infinito y era básicamente la letra y no tanto la foto. Se seguía en esa dimensión del fútbol donde es pura narración.
–Un relato de lo ausente, ¿literatura?
–Sí, y es interesante ver cómo algo que aparece como espectáculo, como teatro, en realidad tiene un gran corazón que es el puro relato de lo que no está. En ese sentido, digo que hay una formación tan literaria del fútbol –que después se la prohíbe totalmente– que es imposible regresar a hacer una literatura del fútbol.
–¿Eso explica el escaso desarrollo de una literatura del fútbol?
–Después de todo lo relatado, después de esa experiencia de la escritura, de los comentarios, de los análisis, era demasiado tarde para la experiencia de la literatura supuestamente pura, no había posibilidades. Hoy es muy difícil tomar cuentos de fútbol que no tengan un plus, como sucede con Soriano: que es pueblo o un amigo que juega, que es alguna cosa extrafutbolística. Porque relatar un Boca-River es imposible, ya está relatado, en términos míticos, en términos históricos.
–¿Pero y el otro elemento, la foto?
–La foto era una experiencia totalmente plena, que hoy también está un poco desaparecida o aparece como algo extraño, disminuida. La foto de antes mostraba el momento en el que el arquero se tiraba eternamente a atajar la pelota, que eternamente estaba por entrar al arco, y uno no individualiza claramente quién pateó, porque el que pateó ya no está en posición de patear, ya lo hizo.
–¿Como si la imagen se detuviera en el umbral de lo trágico?
–La foto es el silencio absoluto –cosa a la que uno ya está desacostumbrado– donde hay un fondo gris de rostros, ninguno se reconoce, la cara de desesperación del zaguero que ve que la pelota entra, la primera insinuación de alegría de alguien que ve la jugada. Es una escena de absoluto silencio y detenida eternamente. Yo reviso muchas veces la prensa de antes, El Gráfico, Mundo Deportivo, la revista Goles y evidentemente la fotografía es una zona también absolutamente mítica y trágica. Ahí se está produciendo algo en el absoluto silencio del mundo.
La foto es exactamente lo contrario a lo que es la transmisión.
–¿Lo que recuerda o cuenta el hincha también entraría en este tipo de relatos míticos?
–Me acuerdo un partido de Racing y Lanús, donde un jugador de Lanús hizo un gol de chilena. Esa chilena, según me la contaron dos tíos y tres o cuatro amigos, era mítica. Florio era el jugador y Rogelio Domínguez el arquero. Yo no la había visto y me la imaginaba en distintos lugares de la cancha, en el área, afuera. Bueno, eran dioses. Hoy tenemos exactamente lo contrario, podemos ver en cualquier momento fútbol de cualquier parte del mundo, aunque al precio de que toda esa mistificación se desmitifica totalmente. Sobre todo después de ver los goles de la fecha de Paraguay, Bolivia, Chile, Uruguay, Colombia, Argentina, España, Italia, Inglaterra. Lo que menos tenés ganas es de ver un gol. Además, el gol se ve como lajugada más intrascendente del mundo. Hay una pérdida absoluta, contraria a ese momento mágico de la foto, donde el gol se eternizaba para siempre.
–Llegó el turno de la transmisión televisiva...
–La televisión es claramente el no-fútbol, es un recurso técnico. El recurso técnico no es fútbol, es decir: la minucia de una camarita no es fútbol, la repetición para ver si es o no fuera de juego no es fútbol, ver seis veces el tiro que se va por encima del travesaño es cualquier cosa menos fútbol. Ahí tenemos una cosa que es totalmente distinta al fútbol. Tampoco es fútbol ver la cara de los técnicos cada cinco minutos. Eso se aleja de la ceremonia que es ver un partido en la cancha. La televisión es otra cosa, donde el recurso técnico y al mismo tiempo una estética de la transmisión construye otro elemento.
–¿Sería como lo contrario a la idea de arte total? Todo se ve fragmentado.
–Fragmentado, y sobre todo con una suerte de servicio que le quita al fútbol su esencia, que es la siguiente: lo viste; si no pudiste, se acabó. El fútbol es eso, llegaste tarde y llegaste tarde. Y después aparece todo lo absurdo: ‘La verdad es que no fue penal porque en cámara lenta se ve que el defensor no lo toca’. Bueno, eso no es fútbol. En el fútbol pareciera que permanentemente se distorsionan las variables de discusión. Hasta los ‘80, por ejemplo, la discusión por la posición fuera de juego era una discusión menor en la Argentina, y no digo antes. Hoy pareciera ser sustancial. ‘Estaba adelantado veinte centímetros’ y todo eso. Son cosas que son técnicas y que son dudosamente técnicas.
–Entonces, ¿se podría hablar de una lucha desigual entre el fútbol y la sociedad de consumo?
–Creo que sí. El fútbol es, por un lado, la culminación del espectáculo de consumo por excelencia. Arrasa con todo, y no sólo acá sino en toda Europa. El fútbol ha adquirido un nivel, a partir de todo el uso del recurso técnico, que te brinda a su medida un espectáculo que está cada vez más estetizado en términos de cierto dramatismo de ciertas variables: rostros, por ejemplo. En ese sentido, podríamos decir pasa a ser un espectáculo inigualable, que además se complementa con una crisis de otras variables de identidad, como ser la política o las ideologías. El madrileño de hoy se identifica más con el Real Madrid que con el socialismo o el comunismo... Frente a la pérdida de otros ideales en la vida, la sociedad se ha vuelto más futbolística, en el peor de los sentidos. Por otro lado, es un espectáculo que atraviesa con enorme facilidad las fronteras, cosa que no pueden hacer ningún otro deporte, porque a su enorme popularidad se le agrega que es un lenguaje universal.
–¿Una forma de comunicación?
–Esto impide que el fútbol muera, que se vaya agotando. Cada vez hay más gente que juega al fútbol. Yo jugaba bastante bien al fútbol y una vez vinieron a mi casa la gente de Fénix y recuerdo que mi padre me dijo: ‘si te vas a probar ahí, te vas de casa, no quiero verte nunca más’. Hoy eso cambió. El consumo lo ha suavizado, le ha quitado asperezas, ha llevado al fútbol al mundo de la profesión, de la ganancia, del éxito.
–Hoy son los padres los que quieren llevar a sus hijos a jugar.
–En dos generaciones, la cosa cambió totalmente. Profesores de mi cátedra tienen hijos que juegan y son ellos los que quieren convencerlos de que jueguen en algún club. En la cultura del consumo, el fútbol se limpió de lo que podríamos llamar la mala vida.
–¿Qué piensa acerca de la gran oferta de fútbol del presente?
–El crecimiento de la oferta es abusiva, es absolutamente demencial. Todos los campeonatos y todo eso, hasta tal punto que uno se pregunta ¿se agotará el fútbol? Porque cuando hay una oferta tan abusiva, uno piensa que en siete u ocho años nadie va a querer ver fútbol. Sin embargo, no es así. Evidentemente, el fútbol toca una extraña fibra que hace que se retroalimente de manera mayúscula. Hoy hay más fiebre de fútbol.
–Tomando lo que usted dice, el fútbol iría recorriendo un camino hacia algún punto, quizás nunca definitivo, pero ¿hacia dónde?
–En principio, se va hacia otro tipo de espectáculo. En Argentina, se nota mucho más. Acá el ideal de Torneos y Competencias sería que nadie fuese a la cancha y que todos compren el abono. La sensación que tengo es que el fútbol se va a ir modificando paulatinamente a la medida de las exigencias de la transmisión. Ya hay una serie de cambios que corren paralelos a las exigencias que la técnica le ha impuesto a los partidos.
–¿Cuáles son esos cambios?
–Víctor Hugo y Perfumo planteaban hace unos días la inclusión de un segundo árbitro, un árbitro de área. Y yo creo que en algún momento el árbitro va a tener que cobrar mirando la transmisión. Podría ser que, como el fútbol americano, la cosa se divida en cuatro tiempos para que entre más publicidad. Estoy hablando en términos imaginarios, ¿no?. Porque el fútbol todavía no ha logrado una pauta publicitaria de acuerdo a los 90 minutos que ocupa. También hay quienes hablan de formar equipos de diez jugadores. Ahora, en el próximo Mundial Sub-17, que se va a celebrar en Finlandia, se van a poner a prueba todas estas modificaciones para ver sin funcionan o no. Todas tienen de fondo el espectáculo televisivo. Nosotros también estamos modificados.
–¿Se podría hablar de un abismo irónico, en el sentido de que al tiempo que la televisión tiene la pretensión de acercar el juego al televidente por otro lado lo aleja más?
–En ese sentido digo que sí, la televisión enfría la relación.
–¿Y también entorpecería la mirada, lo que sería la teoría del juego?
–La entorpece en dos variables. Los comentaristas de la televisión se destacan por entorpecer todo. Después, porque la imagen televisiva te impide ver cómo está parado el equipo en la cancha, que es la verdadera mirada futbolística. En la televisión, que te muestra la cara de desesperación del Guillermo Barros Schelotto o de Gallego, lo que se ve es el partido en estado de exitación infernal que, finalmente, produce que lo que uno quiera es que la pelota entre al arco y nada más. Y así se pierde la perspectiva de cómo ha jugado el equipo en sí. Se pierden cosas, pero también se entra en otras variables. Cualquier pibe que juega al fútbol y vio el partido entre el Manchester y el Real Madrid tiene una escuela de aprendizaje que no va encontrar en ninguna otra parte. Eso hay que reconocerlo. Pero en cuanto a reivindicación, yo sigo reivindicando ver fútbol en la cancha.

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