–¿Por qué cree que el mundo del fútbol desconfía o no se interesa por la mirada intelectual?
–En el mundo intelectual, en general, ha escrito sobre fútbol gente que desconoce el fútbol, como el inimputable de Sebreli, que plantea que el fútbol es fascismo; cosa que habría que hablar, porque ha cambiado mucho la gente que va al fútbol. Lo que gritan los plateístas de Boca es, muchas veces, más patológico que lo que grita La Doce. Además, en la cancha se da algo muy interesante: en la tribuna se mezclan tipos que en ninguna otra circunstancia lo harían. El tipo que tiene tres countries y el que no tiene nada. Eso no existe más en este país. El que vive en el country quiere al otro a por lo menos 150 kilómetros de distancia, pero en la cancha lo tiene a 20 metros. La cancha es un lugar muy especial.
–¿Qué significa en términos culturales que el último Mundial lo hayan seguido 5000 millones de personas?
–Un despropósito. Pero es así. El consumo del fútbol tiene todas las variantes. Tiene historia, no requiere una altísima capacidad de compresión, es fácil de practicar y alcanzó ya ribetes escandalosos.
Creo que hay dos grandes acontecimientos que la humanidad se sienta a ver: Uno es el fútbol y el otro es cuando Estados Unidos declara una guerra. Son dos grandes espectáculos de masas, dicho esto en el peor sentido.