Mié 22.08.2012

DEPORTES  › OPINIóN

Cantero, la golondrina que no hizo verano

› Por Gustavo Veiga

Los hinchas violentos y las policías de Buenos Aires, Santa Fe y la Federal coparon otra vez el paisaje violento del fútbol. En un fútbol para todos que tienen de rehén a unos pocos no se escuchó una palabra de repudio. Ni una insinuación ni una idea. Se puede matar o morir en una cancha por pura rutina, ése es el sentimiento latente. Los incidentes de cada fin de semana son el ingrediente molesto del programa de partidos. Por eso da pena este fútbol con su propio fixture de alto riesgo. Peor aún: no vale la pena. ¿O acaso vale una vida más seguirlo jugando como hasta ahora?

Naturalizamos la violencia como si fuera parte del folklore. Estamos anestesiados. O porque se matan entre barras que disputan un cuantioso o magro botín. O porque la policía reprime con saña. O porque también hay policías que reciben lo suyo y terminan hospitalizados, como en el último fin de semana. Es un ida y vuelta constante, con una dinámica que se impuso hace años y que les importa nada más que a un puñadito de funcionarios o dirigentes. Se cuentan con los dedos de una mano. A la mayoría, le interesa salir en las fotos cuando tiene algún módico logro para mostrar. O sea, casi nunca.

Javier Cantero, el presidente de Independiente acechado por la barra brava (y ahora por los magros resultados del equipo), pasó como una golondrina que no hizo verano. Sus denuncias contra la extorsión de los delincuentes, aquellos que vivían del club, no estimularon conductas semejantes. Hay un movimiento de indignados, entre los hinchas de a pie, que es la única esperanza de cambio. Fluye por abajo, todavía larvado. Están en todos lados, en las canchas, en los foros partidarios, se quejan, repudian a los pesados que temían antes. Ahora no tanto.

Todavía componen un movimiento inorgánico, sin demasiados vasos comunicantes. Los mueve el hastío, el cansancio moral que provoca un fútbol donde apenas estamos a salvo frente a un televisor, en la comodidad de nuestras casas. ¿Qué hacer?, sigue siendo la pregunta. De los dirigentes y la AFA que los representa, de los responsables de la declamada Seguridad Deportiva, no se puede esperar casi nada. Son parte del problema, lo fueron siempre. No tienen suficiente autoridad para hablar del tema.

La próxima muerte ya no es un pronóstico de mal agüero. Es algo estadístico, irrefutable. El promedio es de tres anuales; son 265 en 88 años. En 2012 ese promedio ya se superó (lo dice la ONG Salvemos al Fútbol). Todo sugiere que seguirá aumentando la cuenta.

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