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Los Pumas y “la nuestra”
Por Diego Bonadeo
Cuando se preparaban para la primera gira del rugby argentino a Sudáfrica y Rhodesia en 1965, los integrantes de aquella selección nacional habían tomado conciencia, básicamente por quienes informaban de las características del rugby sudafricano –en especial a nivel de equipos provinciales y de clubes– que independientemente de las posibilidades remotas de éxito en los dieciséis partidos programados, la mayor arma de los todavía no bautizados “Pumas”, era la posibilidad de contar con alrededor de un veinticinco o un treinta por ciento de pelotas razonablemente “jugables” de las formaciones. Esto es de posiciones fijas –scrums y line-outs– o móviles –volantes y montoneras (hoy rucks y mauls– y a partir de allí, los más optimistas presagiaban con entusiasmo: “Si tenemos ese porcentaje, nos van a tener que aguantar”.
Aquella gira fue sorpresivamente positiva, porque además de ganarles a los Junior Springboks en Johannesburgo por 11 a 6, de los dieciséis partidos, los argentinos ganaron once, empataron uno y perdieron cuatro.
Se suponía que, en rugby, “la nuestra” era justamente la creatividad, la improvisación, la sorpresa, más que lo que con el transcurrir de casi cuatro décadas se fue convirtiendo en la otra característica, que le puso marca registrada a nuestro rugby en la alta competencia internacional: el coraje y la inteligencia para marcar.
La históricamente “nuestra” en fútbol, discusiones bizantinas incluidas, pasa por la condición del jugador argentino en cuanto a destrezas. Pese al tacticismo, y a la conjura de los necios de siempre, todos sabemos de qué se habla, o de qué se escribe, cuando habla o se escribe “la nuestra”. Como el rugby es bien diferente como juego, “la nuestra”, que insisto pareció nacer en aquella gira de 1965, es bien diferente. No desde el punto de vista de la cultura lúdica, sino desde el mismo deporte. El rugby es mucho menos dinámico –menos “impensado” hubiera dicho sabiamente el gran Panzeri– y, por tanto, mal pueden ser parecidas “las nuestras”.
El sábado contra Francia, Los Pumas jugaron tres minutos –los iniciales, en los que sacaron la ventaja que sería decisiva– impecables rugbísticamente, haciendo “la nuestra” del rugby, pero sin necesidad de marcar, ni recuperar la pelota.
La mezcla perfecta de improvisación, inteligencia y coraje hizo que en ese lapso prácticamente ningún rugbier francés haya siquiera tocado la pelota y el partido ya estaba 7-0. Ojalá, en rugby, sea ésa siempre “la nuestra”. ¿Difícil, no?