DEPORTES › OPINION
› Por Graciela Muñiz *
El domingo 5 de mayo concurrí junto a un grupo de asesores a verificar que se cumplan las medidas de seguridad en el superclásico de Boca y River. Decidimos controlar el lugar de acceso de los simpatizantes de la popular local, desde su ingreso por la intersección de la avenida Almirante Brown y la calle Wenceslao Villafañe, donde había ubicado un policía motorizado que actuaba en forma bastante permeable. En las cuadras que iban desde el Parque Lezama hasta la mencionada locación, pudimos observar gran cantidad de cuidacoches, comúnmente llamados “trapitos”.
A una cuadra de distancia se ubicaba el primer cacheo policial, el cual era realizado en forma no muy exhaustiva, y detrás de éste se ubicaban cuatro agentes que realizaban el control de alcoholemia. La elección de los que debían someterse al control era selectiva; la mayoría de la gente no fue alcanzada por este procedimiento.
A unos metros de allí estaba la primera hilera de molinetes, que eran supervisados por una persona de seguridad del club local vestido con un buzo con los colores azul y amarillo a rayas, quien al momento de llegar al lugar, y tras una serie de empujones, comenzó a vociferar: “Quedate tranquilo, ya les liberé dos molinetes, no molesten más...”. Acto seguido, esta misma persona nos corrió las vallas (previo a mostrar nuestras acreditaciones) y nos permitió pasar.
En el siguiente sector se encontraban las 16 máquinas del Sistema de Acceso Biométrico a Espectáculos Deportivos (Sabed) custodiadas por personal policial, quienes seleccionaban los hinchas que se someterían a colocar el pulgar para verificar que dicha persona no tenga prohibido su ingreso al estadio.
Finalmente nos ubicamos frente a las puertas de la popular local números 11, 12 y 14, donde pudimos observar cómo en dos o tres ocasiones se produjeron corridas y empujones entre hinchas, seguridad privada y empleados del club porque, como finalmente terminó sucediendo, esa gente intentó ingresar a la fuerza.
Al mismo tiempo, una persona de más o menos 1,60 metro vestida con ropa informal de color negro, se nos acercó y nos dijo: “¿Quieren entrar a ver el partido? Por quinientos pesitos los hago entrar”. Se movía todo el tiempo por sectores vedados a la gente común.
Finalmente, y cuando nos acercamos a la puerta de acceso número 14 y filmamos cómo la mayoría de los hinchas ingresaban por uno de los molinetes que era trabado por personal de seguridad privada, se acercó una persona vestida con camisa negra y que se presentó como encargado de seguridad de Boca, e increpó a uno de mis asesores porque estaba filmando. Me interpuse y me presenté como defensora adjunta del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y le recordé cuáles eran mis atribuciones. Durante los minutos posteriores esta persona y otra gente de seguridad privada y de control del club no quitaban la mirada de todo el grupo de gente que me acompañaba, en forma bastante intimidatoria.
* Defensora adjunta del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
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