DEPORTES › LOS HINCHAS DE INDEPENDIENTE AMAN, CRITICAN, SE ESPERANZAN
Difícil ser objetivos en nuestra amargura del descenso. Hay tanto para estar tristes... Tantos recuerdos, alegrías y desvelos.
Hoy un argentino amigo mío que vive en Colombia me mandó un e-mail que decía: “Tato estoy desesperado. Te escribo para compartir mi desesperación con vos, aquí no hay hinchas rojos, nos tienen rencor por la copas ganadas. Estoy sólo compartiendo con mi hijo cada domingo de desesperación y agonía”. Yo le contesté ayer: “Ya está: suframos juntos, te acompaño en tu dolor y te invito a compartir nuestra angustia cuando pases por aquí y me invites a un asado, Gabriel querido”.
Me gusta el alma del hincha de fútbol, su pasión, sus angustias, sus agonías, sus tristezas, sus ilusiones. Me cago en las barras a sueldo.
Bello, Lecea y Coleta. Franzolini, Leguizamón y Martínez. Marin, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla.
Erico el más grande centroforward que he visto en una cancha. Marcó, en el año 1939, treinta y nueve goles y en el año 1940, cuarenta goles. Los cigarrillos Fontanares regalaban diez cajas de cigarrillos en el año 1941 al jugador que llegara a los cuarenta goles. Erico metió los cuarenta goles en el penúltimo partido, porque la clave era marcar exactamente esa cifra. En el último partido con Atlanta, cuando íbamos a salir campeones, le dijeron que podía no jugar porque si pasaba los 40 goles no había Fontanares. Y él respondió: “Cómo no voy a jugar y dar la Vuelta Olímpica, no me lo pierdo”. Ese día pateó desviados todos los tiros que De la Mata le ofreció para que marcara el gol o cabeceó afuera para llevarse las cajas de cigarrillos. Si hacía el gol 41 perdía la publicidad y el regalo. Independiente se coronó campeón y Erico se llevó la caja de Fontanares. Casi 120 goles en tres campeonatos, qué lujo de centroforward. ¡No vi mejor en mi vida!
Michelli, Cecconato. Lacasia, Grillo y Cruz delantera entera de Independiente en el seleccionado argentino del ’53.
Bernao, Mura, Suárez, Rodríguez y Savoy tres copas Libertadores ganadas.
Es amor del recuerdo de esos momentos. Lo estoy viendo a Bochini y sus maravillosos goles del payaso. Parecían oníricos.
Confieso que cada copa Libertadores que ganábamos, nos íbamos en coche con mi hermano Quique a la avenida Mitre con una bandera roja desfilando en una cadena interminable de coches donde todos gritábamos “¡Dale rojo! ¡Dale rojo!”.
¡La copa Intercontinental que le ganamos al Juventus de Italia!
El viejo era gallina y un día me llevó al Monumental a ver Independiente contra River. Faltando dos minutos un centro de Zorrilla sobre el área, lo agarró Erico y como no alcanzó a cabecear se subió en el aire, alcanzó la pelota de taquito y la metió adentro. Los goles de taquito son tomados como una “tocada de culo” al adversario. Recuerdo que Erico saludó de lejos a la tribuna de Independiente y yo le dije al viejo, que quedó pálido después de la acrobacia de Arsenio Erico: “Papá, Erico me está saludando después del gol a mí”, yo tendría 6 o 7 años. Papá me respondió mal: “No seas pelotudo, si estaba a ochenta metros de nosotros”. “Te juro papá que me saludó después del gol, a mí me saludó.” Durante el viaje de vuelta puso la radio, música clásica y acompañaba la música como si estuviera en el Colón (típica reacción gallina). Muchos años más tarde, muchísimos, le escribí a Osvaldo Soriano a Página/12 (fanático de San Lorenzo) y le conté la anécdota. El me respondió una carta que más o menos decía así: “Tato, dalo por seguro, Erico te saludó a vos. Los gallinas jamás entenderían la poesía del saludo. Jamás”. Hoy lo creo también.
A mi hermano, cuando murió, su hijo Iván le puso la bandera de Independiente adentro del cajón para que la llevara con él.
Los últimos años estuve enojado con Independiente, no pateaban al arco ni por casualidad. Un tiro fuera del área era imposible de ver. Perdieron la ofensiva, la potencia del gran Independiente copero, de los ganadores de tantos campeonatos. El otro día vi con mi mujer (gallina pura) el partido con River, personalmente no me extrañó que ganara River porque siempre nos ganan en el Monumental. Yo sufría, pero odiaba al mismo tiempo los comentarios gallináceos de Susana. “Hoy parece un equipo, siempre que jugamos contra ustedes nos iluminan” y de repente me puse a llorar desconsoladamente. Había surgido la pasión, la poesía. Tantos gritos por tantos goles que me regalaron tantos equipos. Recordé los partidos de Milán y Madrid en el ’64, cuando vi salir a los jugadores de Independiente llorando del estadio Bernabeu. Y lloré desconsoladamente:
¡Cuánto te quiero, Rojo! Moriré loco por vos. ¡Me diste muchas, demasiadas alegrías! ¡Gracias por hacerme feliz de a ratos!
En estos momentos lo recuerdo a Don Vicente De la Mata en su famoso gol a River que corrió tantos metros como Maradona contra los ingleses. A todos los rojos. Al equipo actual, a los grandes equipos de antes, a los que hoy te están llorando en los recuerdos de gloria, gracias por todo. En serio te digo: gracias por todo. ¡Vamos rojo de mi vida! Más rojo que nunca. A todos los hinchas rojos del país un abrazo eterno.
El abuelo José María llegó en el ’28 a estos pagos. Venía de la Galicia profunda, de campesinos sin tierra, huyendo del hambre, de Dios, del rey y de la guerra en el norte de Africa. Había visto los desembarcos de infantería en las playas del Magreb desde la baranda del crucero Victoria Eugenia. Tres largos años de milicia en guerra, mirando por la borda el sufrimiento y la muerte de otros. Tuvo suerte. Sabía leer y escribir, eso le dio derecho a trabajar en el pañol de artillería y no ser carne de cañón.
Llegó, decía, en el ’28, sin más propiedad que una gorra, el castellano dudoso de las rías bajas, y una fuerza de trabajo descomunal. Y una tozudez sin límites. Cayó al puerto, de allí a las cuadrillas del frigorífico La Negra en Avellaneda, en las cuadrillas que embarcaban las reses en los barcos ingleses. Una típica postal proletaria de esos años. Sólo eso. Casi.
Las cuadrillas hacían horas extra en una singular construcción de la Avellaneda de Barceló: el primer estadio de fútbol de cemento de América latina. Y allí el tozudo inmigrante, ese gallego duro para decir un “te quiero”, pero de mirada de niño, se hizo del Rojo, de Independiente de Avellaneda.
¿Tenía copas ese club? No. ¿Vitrinas llenas de trofeos? Tampoco. Pero tomó esos colores como propios.
Papá también fue de Independiente. Nunca le interesó el fútbol. El ascenso social de esos años, la educación, el culto por la lectura... salió medio intelectual, el viejo. Pero en sus años mozos tomó los trapos color rojo también. No los del fútbol, los otros.
Así llegamos al mundo los Caamaño de la tercera generación. Con las particulares canciones infantiles del abuelo José María: “Bandera Negra”, alguna canción republicana española y un par de canciones futboleras.
Me recuerdo sentado en su regazo cantando: “En el field de River Plate Bello atajó un penal, y Ferreira la gritó: la puta que te parió; hay qué lindo debe ser meter goles como Erico sabe hacer”; “Siento ruido a pelota, y no sé lo que será; somos los de Independiente, que venimos de ganar”.
Los años llevaron la familia del sur a Almagro, año ’72. Año del bicampeonato cuervo. Difícil de soportar la presión. Los tres caamañitos defeccionaron. Y allí apareció otra vez, gigante, don José María, con una audaz y tal vez tramposa apuesta.
Semifinal de copa con el San Lorenzo del Toto ídem y el Ratón Ayala, Scota, Irusta y toda la banda. Me apostó a que los dos nos hacíamos del que ganaba. Ganó Independiente, y cumplí mi promesa. ¿Habría cumplido el abuelo en caso de perder? Lo dudo. Pero es incomprobable.
Vivimos las últimas copas festejando juntos, sufrimos, lloramos y gritamos de emoción en Córdoba el día de la hazaña, con hermanos festejando el gol con la mano de la T.
En el ’78, en las semifinales del Nacional, contra la T otra vez, le pedí que me llevara a la cancha. Fuimos juntos a Avellaneda en el viejo 54 desde Liniers, a sacar las entradas. No quiso ir al partido, fui con papá. Decía que estaba viejo. Murió al año siguiente.
Pero recuerdo que llegamos a la sede, me dio la plata y me dijo: compralas vos.
Así tenemos al abuelo José María, a papá, a mí. Y a mis hijos.
Cuando los veo tan íntegros en su sufrir por este momento, me llenan de orgullo. Esa manera tan gallega y tozuda de caminar con orgullo y desafiar el destino.
¿Y a qué va todo esto?
A que uno no elige los colores por los rivales, ni por los triunfos, ni por las copas. José María no lo hizo. Erico, De la Mata, Sastre, vinieron después. ¿Bochini? Cuatro décadas tuvieron que pasar para su debut. Lo hizo porque al elegir esos colores le dio un sentido de pertenencia con ese puerto extraño al que acababa de llegar con su gorra, su difícil castellano de las rías bajas y su infinita fuerza de trabajo.
Hubo años buenos y de los otros. Hubo años en que se jugó más contra equipos de países y culturas lejanas. El Inter de Helenio Herrera, que nos tuvo de hijos, el Santos de Pelé, el Sporting de Cubilla, el Ajax de Cruyff, el Bayern de Beckembauer y Sepp Maier, el Juventus de Gianni Rivera, el Peñarol de Mazurkiewicz y Morena, el Nacional de Artime, el Gremio de De León, el Liverpool. Con todos ganamos y perdimos. Como contra Platense, Arsenal o Argentinos Juniors.
Hoy parece que nos toca descender. Y si lo merecemos, será con hidalguía, con la tozudez gallega y proletaria de José María. Porque en definitiva, no importan los rivales. Serán dignos y difíciles rivales Deportivo Morón, Merlo, Brown o quien toque. Pero ni los rivales ni la categoría cambian la historia.
Y a ese gallego, tozudo, proletario, de difícil castellano, hoy le diría que su nieto Rafael, y su bisnieto Santiago, y su bisnieta Guadalupe, siguen siendo orgullosamente de Independiente de Avellaneda. Y que no importa en qué cancha juguemos, a Independiente lo seguimos donde va.
- Eduardo Sacheri (escritor):
Soy hincha de Independiente por mi papá. El era hincha y fue de modo natural: me gusta el fútbol, soy del mismo club que mi viejo. En general, cuando tu viejo es muy hincha de un cuadro es frecuente que vos seas del mismo. De chiquito, vivía en Castelar, así que la cancha me quedaba lejos. Lo veía cuando jugaba de visitante en Vélez o en Ferro. Sin embargo, el fútbol con mi viejo fue una de las grandes cosas que tuvimos tiempo de compartir. Para muchos de nosotros, Independiente es una ligazón con los afectos. Y los afectos no descienden. Los hinchas de Independiente teníamos esa medalla de no habernos ido a la B y a nadie le gusta perder una medalla. Pero tenemos otro montón de medallas que no perdemos. Quienes no quieren al club, estarían encantados de que se borraran, pero no se van a borrar. Obviamente, no es algo que esté disfrutando, pero al mismo tiempo me parece que está un poco exagerado, que hay cosas más importantes que el descenso, aun dentro del club. Es importante que Independiente corte con muchos años de decadencia. Irse al descenso es parte de esa decadencia. No hace tres años que Independiente está así, hace quince que viene mal. Entonces, es una situación anunciada por muchos años de descalabro institucional, de problemas económicos y de planteles mediocres. Como saldo positivo, de todas maneras, Independiente trató de hacer las cosas de un modo diferente. Hablo de cuando las autoridades trataron de sacarse de encima a la barra brava. Y de la actitud de los hinchas, en general, durante esta temporada. Salvo algún pelotudo que nunca falta, la gente acompañó, se asoció masivamente. No es tan grave. Independiente tiene espaldas de sobra como para solucionarlo. Tiene que ver con un muy mal manejo dirigencial, pero de todo el fútbol, que es la gallina de huevos de oro de la cual morfan jugadores, técnicos, periodistas, barras, dirigentes. Los clubes grandes son los más codiciados porque son los que más guita mueven. Un club económicamente inviable tarde o temprano paga en lo deportivo.
- Patricia Sosa (cantante): El equipo jugó mal. Le corrían el arco o lo que sea, pero jugaba mal. Lo vi errando goles que decías: ¿qué está pasando? ¿Le cambiaron los pies de lugar a ese jugador? Yo soy hincha de toda la vida. Mi papá es de River. A mi hermano menor, que tendría cinco años en la anécdota que te cuento, lo llevó a la cancha y ese día ganó Independiente por goleada. Mi hermano gritó “yo no soy de este equipo, yo soy de Independiente”. A partir de ahí, por defender a mi hermano, me hice de Independiente. No era muy hincha hasta que lo conocí a Oscar (Mediavilla) en mi adolescencia. Oscar era un fanático fatal. ¡E íbamos a la pileta de Racing, medio camuflados! Ya no vamos a la cancha, yo fui una vez sola, a la popular, y me asusté. En casa sí miro. Me encantaba Milito, porque iba con la pelota siempre para adelante, y armando juego. Pero, bueno, últimamente ponía al lado del televisor una imagen de San Expedito, le prendía una vela, le pedía y me iba. Por lo que me di cuenta, San Expedito no es hincha de Independiente. Los recuerdos, de todas maneras, no descienden. Esta es una mala época, nada más. Independiente es grande y glorioso, nos dio las satisfacciones más grandes que un hincha puede tener. Tuvimos genios manejando la pelota, copas por doquier. Una racha mala la tiene cualquiera en la vida. Podés ser un hombre exitoso y tener una mala racha. Nada es imposible, todo vuelve y arriba el Rojo.
n César “Banana” Pueyrredón (cantante): Extraño mucho los equipos deslumbrantes, de paladar negro, buen juego. Lo que vi, aunque no quiero tirarme con los jugadores, es un equipo anodino. Me da mucha inquietud jugar en la B con ese equipo. Igual no soy un Tano Pasman, aunque mis hijos dicen que sí. Puteo y cuando hace un gol Independiente golpeo con los puños las puertas, pero es sólo una descarga. Esto es un dolor muy grande, pero no es la muerte. La muerte es lo que pasó en la línea Sarmiento. Pongamos las cosas en contexto. Es un castigo deportivo fruto de decisiones mal tomadas por dirigentes, técnicos, jugadores. Sufrimos más porque es un club muy grande. Está la estatura del club, es muy doloroso verlo así. Habrá que pensar en Villa San Carlos. Pensé que Independiente se quedaba. Pero hay que estar en esa charla de vestuario, es muy difícil. Tengo una canción nueva, que estoy escribiendo, que encaja con esta situación: se llama “Alma viva”. La primera frase dice “Si todo estuvo mal, hay que empezar de cero”. Hay una fuerza invisible que acomoda las cosas, digo yo. Así que con la frente en alto y los pies al pie.
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