DEPORTES › AL ASESINADO DANIEL GARCIA
› Por Gustavo Veiga
Para Liliana García fue una sorpresa de esas que refrescan el espíritu. Se la preparó su compañera y amiga, Graciela Muñiz, la defensora adjunta del Pueblo de Buenos Aires. La sorpresa correteó detrás de una pelota en la canchita del club Mega Villa Luro. Era un puñado de chiquilines que se juntaron para jugar la Copa Daniel García, el hijo de Liliana, asesinado por barrabravas de Morón y Tigre el 11 de julio de 1995. Se cumplían 18 años de su crimen y el homenaje transformó la muerte en vida. Por el entusiasmo y el valor agregado del respeto que mostraron esos pibes.
Liliana se emocionó, dijo unas palabras, entregó la copa y posó para las fotos detrás del cartel desplegado por los pequeños futbolistas con la imagen de Daniel y la consigna que sigue clamando justicia. Su asesinato, no hay que olvidarlo, sigue impune. Pero la lucha de su madre para encontrar a los culpables es inversamente proporcional a esa arbitrariedad. Nunca se detuvo. Ni siquiera la arredró la conjura de funcionarios políticos, judiciales, diplomáticos y policiales a la vera de las dos orillas del Río de la Plata. Porque a Daniel lo mataron en Paysandú, Uruguay, aquella noche triste de la Copa América.
Los chiquilines se juntaron con sus camisetas multicolores alrededor de Liliana, como si fueran sus hijos postizos, le hicieron sentir el calor del afecto, igual que sus profesores. Había de las escuelas de fútbol del Mega Villa Luro, del club Albariño, Dinastía, Jogo Bonito Cervantes y el Club de Leones de la AEFI (Asociación de Escuelas de Fútbol Infantil). El ganador –no importó cuál– se comprometió como todos a poner la copa en juego en cada edición que se organice. Hay luchas que no se pierden mientras pasen estas cosas. Por la memoria de Daniel García, valió la pena.
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