DEPORTES › FUTBOL LA HISTORIA DE COLO COLO ’73 Y SU VíNCULO CON EL PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE
Un libro publicado en Chile asegura que los planes de derrocamiento contra el gobierno socialista se pospusieron por la gran campaña del Cacique en la Copa Libertadores, por las grandes movilizaciones populares que generaba aquel equipo.
› Por Gustavo Veiga
Luis Urrutia O’Nell, alias Chomsky, es un veterano periodista chileno que sostiene una curiosa tesis: el Colo Colo del ’73 retrasó el golpe contra Salvador Allende. Cuenta en un libro editado en noviembre de 2012, que la gran campaña del subcampeón de la Copa Libertadores de ese año –la ganó Independiente– convenció a los asesores estadounidenses de Pinochet de posponer los planes del derrocamiento contra el gobierno socialista. Los paros de transporte y boicots patronales que prepararon el camino a los fascistas no pudieron impedir que el Cacique llenara el estadio Nacional cuando jugaba los partidos. Era demasiada gente en las calles. El mismo escenario, después del 11 de septiembre, se transformaría en un campo de concentración con tribunas habitadas por 12 mil presos políticos. En estos días se cumplen cuarenta años de aquellos hechos, donde el fútbol y la dictadura vuelven a delatar hasta dónde llegó su relación promiscua. El libro Colo Colo 1973, el equipo que retrasó el golpe y el valioso documental Estadio Nacional, aportan datos que vale la pena remover en los estantes.
La tapa y contratapa del trabajo publicado por Urrutia O’Nell muestra una foto apaisada de Allende con los jugadores del Colo Colo en La Moneda. Se tomó en el mejor momento del equipo en la Copa Libertadores. Los simpatizantes de la Unidad Popular hicieron conocida en los ’70 una frase que en Chile todavía se recuerda: “Mientras Colo Colo gane, el Chicho está seguro”. Y el Cacique ganaba, con la batuta de su capitán, Francisco Chamaco Valdez, y Carlos Caszely, delantero muy habilidoso y reconocido militante comunista cuya madre fue secuestrada y torturada por el régimen. El 22 de mayo del ‘73, Independiente y el equipo chileno empataron 1-1 en Buenos Aires la primera de las tres finales por la Copa Libertadores que jugaron. Allende, quien había viajado a la asunción del presidente Héctor Cámpora, saludó al plantel en el hotel y la foto salió en los diarios porteños. El huevo de la serpiente ya se incubaba al otro lado de los Andes. Pinochet, hincha de Santiago Wanderers de Valparaíso, titubeaba en encabezar el golpe. Richard Nixon, el presidente de Estados Unidos, venía ordenando desde 1970 que sus funcionarios impidieran la llegada de préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo o del Banco Mundial a Chile, con el objetivo de dañar su economía y la imagen de Allende. La CIA haría lo demás.
Urrutia O’Nell contó en una entrevista: “Los asesores estadounidenses que percibieron toda esta efervescencia popular como un escollo para una intervención militar, desde un punto de vista estratégico, pensaron que era mejor esperar un mejor momento”. La revancha en Santiago terminó 0-0 y el partido decisivo del 6 de junio en Montevideo, lo ganó Independiente 2-1 con un gol de Miguel Angel Giachello. Quedaban poco más de tres meses para el bombardeo de La Moneda donde Allende había recibido al equipo. El Cacique era la base de la selección chilena también. Y se venían las Eliminatorias del Mundial Alemania ’74. Contra Perú primero; contra la Unión Soviética en un repechaje trunco después.
Chile se clasificó tras un empate en cero en Moscú y la no presentación de la URSS en Santiago. En un acto dignificante para el fútbol, el equipo de Oleg Blokhin no viajó por indicación de su gobierno en repudio al golpe de Estado. Menos dignificante fue lo que se vio en el estadio Nacional el 21 de noviembre, la fecha pautada para la revancha. La selección local salió a jugar sin rival, sacó del medio y marcó un gol patético Valdez. Había 18 mil personas en el estadio, donde hasta el 9 de noviembre se torturaba y asesinaba debajo de las tribunas. Todo bendecido por la FIFA, que no encontró qué cuestionar de esa cancha transformada en centro clandestino de detención.
A las mujeres las tenían en la pileta de natación del estadio, a los hombres en las gradas. Los detenidos se apiñaban a dormir en los vestuarios de a centenares. Entre ellos estaban dos ex jugadores del seleccionado chileno: Hugo Lepe –el más conocido– y Mario Moreno. El primero jugaba al fulbito con los demás presos políticos en los pasillos del estadio. Por él intercedió Valdez. En Chile todavía no se ponen de acuerdo sobre si le pidió por su libertad a Pinochet, socio honorario del Colo Colo. Lepe murió en julio de 1991. Valdez, en agosto de 2009.
La película Estadio Nacional recoge testimonios de los que pasaron por allí en los dos meses posteriores al golpe. Se ve al coronel Jorge Espinoza Ulloa recibir a una delegación de periodistas extranjeros, que les tiraban atados de cigarrillos a los detenidos desde el campo de juego a las tribunas. “Era hombre nuevo, pero no huevón”, dice uno de los ex presos políticos que rehusó fumarse un negro tirado a la marchanta, en un arrebato de dignidad.
Urrutia O’Nell insiste en la evocación sobre el Colo Colo de aquella época en la revista Cambio 21: “Fue un factor de unidad en un país que estaba absolutamente polarizado y obviamente que los asesores estadounidenses consideraron que no estaba el horno para bollos y se fue retrasando el golpe”. El estadio Nacional rebasaba de 80 mil personas en cada partido. Los hinchas llegaban de a pie pese al lockout patronal de los transportistas. Transformado en cárcel al aire libre inauguraría una nueva modalidad represiva donde se perdieron vidas como la del cantante Víctor Jara, con 42 balazos. De esa tragedia y cómo el fútbol quedó en el medio, se están cumpliendo cuarenta años.
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