DEPORTES › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Veintinueve puntos en 14 partidos, con 30 goles (dos plus por cotejo) y once goles en contra, tal el carnet de la Selección Argentina versión Eliminatorias 2014, modelada por Alejandro Sabella al influjo del liderazgo en el campo de juego que promueve Lionel Messi. ¿Sorprende a alguien? Salvo la controvertida campaña de las Eliminatorias pasadas –una sucesión de dramáticos altibajos, incluido cambio de técnico (un horror para los que idolatran la idiosincrasia del seleccionado post 1974), que acabó con el gol de Mario Bolatti en el Centenario–, la Argentina brilló en continuado desde la instauración de estas largas sesiones clasificatorias todos contra todos cuya finalidad es (a) recaudar más dinero en término de derechos televisivos y (b) asegurar que las potencias del continente nunca se queden afuera, como casi sucede con la Argentina en el Mundial 1994, después de aquel 0-5 ante Colombia en el Monumental del que se han cumplido recientemente dos décadas.
Basta repasar los antecedentes para refrescar ese protagonismo: salvo en la campaña 2007-2009, la Selección Argentina siempre fue el equipo que más puntos sumó en las Eliminatorias: ganó las de 1998 (30 puntos en 16 partidos), las de 2002 (43 en 18) y empató el primer lugar con Brasil en las de 2006 (34 puntos en 18 partidos). A dos juegos del final de este ciclo clasificatorio, esta Selección de Messi puede acercarse (si gana ambos encuentros, ante Perú y Uruguay) a la formidable –por eficaz– campaña que edificó el conjunto nacional en la previa a 2002, cuando lo conducía Marcelo Bielsa.
Estas cifras reflejan la producción del equipo, no necesariamente su armado en función del Mundial, el gran objetivo. Sobrevuela en torno de este momento menos acuciante de la Selección una indisimulable preocupación por el funcionamiento de la defensa, sometida acaso a una injusta comparación con el mortífero ataque, que es la principal diadema futbolística del equipo. Se refleja, aparentemente más en los medios que entre los hinchas comunes, cierta intolerancia a la hora de juzgar la actuación y el rendimiento de los defensores albicelestes. El técnico Sabella, que no llegó hasta donde está por casualidad y sin inteligencia, hace rato que tomó nota de la cuestión y ensaya alternativas, normalmente poco felices –es cierto–, pero no siempre se hace hincapié en lo evidente: existe mucha menos materia prima, en calidad y en cantidad, para cubrir los puestos del fondo en la Selección, por falencias de formación del fútbol argentino en la última década. Muchos de estos jugadores que convoca el técnico para esos puestos no gustan en general; no hay otros mejores, tapados o incomprendidos.
En última instancia, ¿qué tan mal le va a la Selección en defensa? Sabella también puede esgrimir la tabla como primera línea de argumentación. El equipo es el menos vencido de las Eliminatorias, con una sola derrota en 14 partidos (bien que contra Venezuela, una noche en que jugaron cinco defensores, una treta que se haría habitual en la formación nacional), y es la segunda valla menos caída, con once goles en contra (menos de uno por partido), sólo superado por Colombia (al que sólo le convirtieron nueve, pese a que perdió cuatro partidos).
Contra Paraguay no jugó la ya habitual dupla central, integrada por Federico Fernández y Ezequiel Garay, que lleva más de un año actuando en conjunto en la Selección. Eso y las dudas de Sergio Romero en el arco (lleva cuatro años en el puesto, pero su ritmo de competencia a nivel de clubes está muy disminuido) fueron suficientes para prolongar esa sensación de incomodidad que se aviva cada vez que atacan a la Selección.
“Le llegaron poco y le marcaron dos goles, ¿no le preocupa?”, le preguntaron a Sabella post partido. “El primer gol de Paraguay fue un accidente y el segundo son cosas que pasan cuando un partido está definido y falta poco”, contestó, clarísimo, el entrenador.
Es el síndrome de Alemania. El exitismo mediático no soporta que se diga que la Argentina no está obligada a ganar el Mundial (aunque seguro va a ser protagonista y cuenta con sus lógicas chances de conquistar la Copa del Mundo) ni tampoco que no se plantee la experiencia como una dicotomía título o fracaso. Después del 4-0 sufrido en Ciudad del Cabo en los octavos de final del Mundial 2010, que arrancó en aquel gol tan temprano de Thomas Müller, esa histeria que no tolera la frustración ya ni siquiera se aguanta que a la Argentina la ataquen, por miedo a que le conviertan un solo gol que pueda precipitar el desastre. Es un contagio de temores basado en la desconfianza, que por momentos parece infantil.
Hasta Messi repite frases como que “en un Mundial no te podés equivocar, porque un error te deja afuera”. Como si fuera posible hacer andar un equipo perfecto, capaz de controlar todas las variables durante un encuentro completo: la historia del fútbol no abunda en tales ejemplos y la de las Eliminatorias prueba que aquel equipo que padeció a los alemanes es la excepción que confirma la regla y que no debería considerarse como patrón.
A Diego Maradona se lo criticó con dureza, básicamente porque durante su mandato como entrenador no pudo armar un equipo “equilibrado”. La eliminación del Mundial terminó siendo, para esas críticas, una consecuencia inevitable de tal desorden. Ojo, que Sabella tampoco consiguió hasta hora equilibrar el equipo. Pero vale la pena preguntarse qué es más importante. Si el miedo que produce la defensa de la Selección o el que les causa a los rivales el poder de fuego que conjugan Messi, Agüero, Di María, Higuaín, Palacio...
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