DEPORTES › POR QUE SE CAEN LAS POTENCIAS DEL FUTBOL
› Por Gustavo Veiga
Con tanto ritual patriotero que muestra el Mundial, tanto himno cantado con energía y a capella (Brasil acaba de inaugurar esa forma de entonarlo), el fútbol gobernado por la FIFA impone sus símbolos, nos interpela. Perdida la batalla cultural donde la bandera terminó envolviendo a la pelota, y aceptada esa derrota, al menos queremos rediscutir algunos significados.
España ya no está, eliminada. El campeón de los consensos, de I-niesta, Xavi y Piqué, que representa a una liga de estrellas, jugará su último partido contra Australia por nada. O sí: para evitar quedar último. Inglaterra quedó con un pie afuera. Y debería darse una serie de resultados para evitarlo. Dos potencias, dos de las tres ligas más importantes del mundo, dos planteles que rompen el amperímetro de las cotizaciones más altas del mercado, aun con historias y estilos de juego diferentes, mastican sus respectivos fracasos.
En el fútbol, ese reino de lealtad humana al aire libre del que hablaba Antonio Gramsci, acaso mucho más que en cualquier otra actividad humana, un poderoso puede ver su poder marchitado en apenas 180 minutos. No importan sus cuentas bancarias, sus figuras arrancadas a países que no pueden sostenerlas, ni su marketing voraz que vende por millones camisetas del Real Madrid, Barcelona o los dos Manchester. Nada de eso garantiza desempeñarse mejor en un mundial. Ni el dinero, ni los nombres pulidos en el bronce, ni los aduladores de los medios.
La absoluta falta de lógica hace fascinante a este juego de once contra once, aunque no parezca que los jugadores resuelvan por sí solos lo que impone una industria ni lo que venden sus marquesinas. Es bueno entonces que los poderosos queden eliminados y pierdan esa condición de invulnerabilidad que en todos los mundiales tropieza contra alguna piedra. En el pasado las sorpresas fueron Camerún, Senegal, Corea del Sur y hasta Turquía. ¿Será Costa Rica en éste?
Todavía mejor sería que esos buques insignias como España tuvieran una flota de recambio que los suceda. Con habilidades y destrezas made in casa, surgidas de esta Latinoamérica que quiere parecerse a una sola, unida. Colombia y Chile asoman más que como sorpresas, por la insistencia en un estilo al que aportaron su semilla Pekerman y Bielsa, dos técnicos que respetan la esencia del juego.
Hace poco más de medio siglo –cuando irrumpió aquel Brasil que brilló entre 1958 y 1970– que los alumnos más dotados de estas tierras superan en cantidad y calidad a sus maestros de Europa. Este Mundial con impronta suda-mericana parece que va camino a ratificarlo.
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