DEPORTES › A LOS 82 AÑOS, MURIO JULIO HUMBERTO GRONDONA, EL MANDAMAS DE LA AFA DESDE 1979
Una época de poder y discrecionalidad se extingue con el veterano caudillo de Sarandí, que impuso su impronta personalista en la conducción de la actividad y acumuló simultáneamente éxitos en la Selección con caos y tragedia en lo doméstico.
› Por Pablo Vignone
La inesperada muerte de Julio Humberto Grondona deja al fútbol argentino al borde de una encrucijada. O aprovecha la oportunidad para regenerarse y se encarrila en términos de una organización más democrática o languidece definitivamente. No hay alternativas. Conducida como un bien de familia, la Asociación del Fútbol Argentino que Grondona presidió durante los últimos 35 años, mientras pasaban quince presidentes de la Nación, tres Papas, diez entrenadores de la Selección, nueve Mundiales, casi 200 víctimas fatales producto del fútbol, se asoma al abismo. En ese estado la dejó quien fuera uno de los hombres más poderosos de la Argentina, que utilizó su poderío para conceder favores, acumular beneficios y eternizarse en el cargo.
Con Grondona desaparece un dirigente caudillesco, forjado en el comité, amplio negociador con cartas marcadas. Accedió a la presidencia de la AFA desde la tesorería, y hasta último momento argumentó que sabía de fútbol como el que más: su opinión pesaba lo mismo que su investidura, y desde allí se permitió poner y sacar jugadores de equipos y planteles nacionales. Si su peso se hubiera ceñido solo a esa dimensión, lo suyo habría quedado en anécdota.
Grondona fue, lamentablemente, mucho más que eso. Entronizó la práctica de una institución rica de la que sus fundadores, sus integrantes, dependían con desesperación, por momentos de manera miserable. Con la chapa del fútbol como contenedor social, negoció con los poderes de turno, de cualquier signo o legitimidad, para sacar un provecho que, en el balance general, deja resultados negativos. Le gustaba hacer notar que, a diferencia de muchas fábricas que se fundieron durante su ejercicio presidencial, ningún club afiliado había corrido la misma suerte. La desastrosa situación de los clubes, entidades civiles sin fines de lucro que deben cientos de millones de pesos y siguen bailando la frenética danza de los refuerzos, más la luctuosa cuota de sacrificios humanos en el altar de la pelota, señalan el verdadero signo de su gestión.
Acaso su mejor logro haya sido usufructuar las bases sentadas por otros en la AFA para la recuperación de la Selección, el activo más importante de la entidad. El prestigio del equipo nacional y la circunstancia le permitieron enancarse en la FIFA, con el guiño del almirante Carlos Lacoste. Su habilidad política lo llevó a convertirse en “el vice del mundo”, una denominación graciosa si no hubiera sido por la significación que le daba, la de sentirse por encima de todo control político, lejos del alcance de la ley de los mortales.
A una de ellas no logró escaparle. “De la AFA me sacan con los pies para adelante”, pronosticó alguna vez, y se le cumplió. Poco consuelo para el fútbol, demasiado importante para la vida de los argentinos como para dejarlo en manos de quienes nunca se sintieron preparados para la sucesión.
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