Mié 10.09.2003

DEPORTES  › OPINION

Unidades de negocio

› Por Gustavo Veiga

El tema ya cansa y produce un indescifrable sentimiento que oscila entre la vergüenza ajena y la incredulidad. La violencia en el fútbol promociona estructuras, diversos actores que operan en ella, estudios, propuestas y voluntades dispersas que giran en una cinta sinfín. Se pasa de la actitud hiperkinética de intentar que se resuelva todo en un santiamén, a la calma chicha de los que hacen la plancha hasta la próxima víctima. No hay políticas a largo plazo y sí parches de ocasión. Ah, y sobra el oportunismo.
El fútbol y sus miserias –idénticas a aquellas de la sociedad que lo contiene– se amplifican hasta el hartazgo porque el fútbol es un producto de consumo masivo, que ocupa un lugar desmesurado, tan amplio como la cantidad de individuos que viven de él. Desde tiempo inmemorial, se sabe, los jugadores, después los técnicos, más tarde los intermediarios y por último todos los miembros de la comunidad futbolística consiguieron su sustento. Por millones o monedas, aquí y allá.
También con el tiempo, aunque de modo solapado al principio y con más desenfado en los años ‘80 y ‘90, las distintas policías y sus potenciales adversarios, los barrabrava, extendieron sus áreas de influencia, crearon nuevas unidades de negocios y llegaron al punto que, hoy, programan itinerarios, se mimetizan entre ellos y hasta acuerdan zonas liberadas donde todo vale, con o sin armas.
“En las agendas de las comisarías están los teléfonos de todos los barras, ¿por qué no los buscan?”, sugirió el lunes un alto dirigente de la AFA, la Asociación que ya no oculta su enfrentamiento con la policía, a la que responsabiliza de no prevenir, no hacer operativos eficientes y cobrar con desmesura sus servicios. En el medio de esa disputa avanzan, con semblante de cruzados, Javier Castrilli, ex árbitro y funcionario de Seguridad deportiva, y Mariano Bergés, el juez que ya había investigado a varios comisarios por los denominados “operativos inflados” en las canchas. Dos hombres que parecen no titubear en cuestiones espinosas como éstas.
La dinámica que adquirieron las consecuencias del ataque de los barrabrava de Chacarita al público de Boca el domingo 31 de agosto, otra vez se cobró al fútbol como víctima. Y no habrá partidos en ninguna categoría el próximo fin de semana y por siete días más en la Capital Federal. La historia vuelve a repetirse. Pero lo peor de todo es que, cuando pase el efecto de esta anestesia, la violencia seguirá ahí, agazapada. El fútbol no puede vivir en un country, rodeado de un muro. Porque cuando se abren las puertas de una cancha, por ahí ingresa toda la sociedad.

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