DEPORTES › IGUALó SIN GOLES CON LOS TIGRES EN LA PRIMERA FINAL DE LA LIBERTADORES
El empate sin goles lo deja mejor parado para la revancha en el Monumental, el miércoles próximo. Maniató al equipo mexicano y le impidió que lo lastimara, aunque no tuvo peso ofensivo. Maidana y Ponzio, las figuras del equipo de Núñez.
No fue un choque con jerarquía de final, pero eso es lo que suele suceder en la Copa Libertadores, que no es la Champions League. Pero fue un grandísimo negocio para River, que quedó mejor parado que Tigres con miras a la noche decisiva, la semana que viene en el Monumental, en el que se decidirá al campeón del torneo continental, porque más allá del resultado final, lo que quedó en claro en la cita mexicana fue que River consiguió el negocio que se propuso. Evitar que Tigres lo lastimara, lo golpeara, le convirtiera, y dejar una imagen de suficiencia especial para la revancha.
Lo del equipo de Gallardo hay que dividirlo en dos: un tiempo de contención, en el que el esfuerzo estuvo puesto en desarticular el juego del conjunto local, y otro tiempo para jugar e intentar sacarle más jugo a la excursión azteca.
En el primer tiempo, entonces, con la presión en el mediocampo, con el despliegue asfixiante de Ponzio y Kranevitter sobre los volantes locales, con la marginación contra los laterales de Damm y Damián Alvarez, para dejarlos sin espacios para jugar, con el repetido anticipo de Maidana sobre Gignac y el escaso nivel que mostró Rafael Sobis para superar el compromiso que le planteaba Funes Mori, River maniató a Tigres y, en consecuencia, la calidad del partido no fue la lógica en una final.
Más ocupado en contener que en construir, River contó de todas maneras con un par de situaciones de gol, como el mano a mano que Guzmán le sacó a Alario, pasada la primera hora, o un tiro libre llovido de Viudez sobre el área local que ni Mercado ni Maidana ni Funes Mori pudieron conectar con precisión.
Lejos de una rebeldía salvaje, los Tigres se mostraron mansos, entregados al oficio de domador que River impuso en el terreno. Arévalo Ríos quiso infundirle dinámica al juego de tres cuartos hacia arriba, Alvarez mostró algo en el último cuarto de hora, Damm podía desbordar a Vangioni, y una pelota estremeció el travesaño de Barovero pasado el cuarto de hora, pero nunca imprimieron los Tigres la sensación de que podían producir superioridad en el juego que traducir luego en el marcador.
En el segundo tiempo, River pretendió arriesgar un poco más, apoyado por los ingresos de Martínez y de Bertolo (por los lesionados Viudez y Mora) para manejar con mayor criterio la pelota. Pero el equipo argentino se retrasó diez a quince metros en el campo, como para compensar ese desequilibrio, y Alario quedó más lejos del área. De esa manera, con un equipo local de poquísima reacción (apenas un fuerte remate de Juninho que Barovero sacó al corner) y con un rival que cada vez se convencía más de la utilidad de lo que estaba consiguiendo –Gallardo fue expulsado por quejarse reiteradamente ante el árbitro–, el partido se alejó más todavía de los arcos.
Y esa condición de la final, en una noche calurosa que contribuyó al desgaste de River, favoreció más al visitante argentino que al inexpresivo cuadro local. En una semana se conocerá el verdadero valor de este resultado.
Guzmán; Jiménez, Juninho, Ayala, Torres Nilo; Damm, Arévalo Ríos, Pizarro, D. Alvarez; Rafael Sobis, Gignac.
DT: Ricardo Ferretti.
Barovero; Mercado, Maidana, Funes Mori, Vangioni; Sánchez, Kranevitter, Ponzio, Viudez; Mora, Alario.
DT: Marcelo Gallardo.
Estadio: Universitario (Monterrey, México).
Arbitro: Antonio Arias (Paraguay).
Cambios: 40m Rivas por Ayala (T), 46m Martínez por Mora (R) y Bertolo por Viudez (R), 70m Dueñas por Arévalo Ríos (R), 76m L. González por Ponzio (R).
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