Sáb 19.03.2016

DEPORTES  › OPINION

No sólo es cuestión de negocios

› Por Miguel Hein

Resulta saludable para el fútbol argentino –y también para la sociedad, porque el deporte no es otra cosa que una expresión de ésta– que el presidente de Lanús, Nicolás Russo, saliera a enfrentar el modelo privatizador de los clubes que otra vez propugna el presidente de la Nación, Mauricio Macri.

Además de ser valedero como expresión de un pensamiento propio, lo es porque el club cuya comisión directiva lidera Russo se ha desarrollado óptimamente bajo el paradigma de sociedades sin fines de lucro que encuadra a los clubes de fútbol argentinos. Basta darse una vuelta por la ciudad de Lanús para tomar conciencia de los beneficios que acarreó a la sociedad el desarrollo de la entidad. Instalaciones polideportivas abiertas al uso de los vecinos, jardín de infantes, escuelas primaria y secundaria y un sinfín de actividades hacen del club una entidad insustituible en el desarrollo humano de esa porción del sur del Gran Buenos Aires. Y hasta sus dirigentes no han sido señalados por enriquecerse o por corruptos. Al contrario, son siempre tomados en consideración cuando de cubrir vacantes en puestos de relevancia se trata.

Citar a Lanús es sólo para dar un ejemplo, porque si algo sobra son los aportes que han hechos los clubes al desarrollo humano integral en Argentina. Sin embargo, no se conocen clubes privatizados que hayan replicado tan buenos resultados. Basten dos ejemplos. El gerenciamiento en Racing partió al club en mil pedazos. Por un lado el fútbol, regido por la lógica de la autofinanciación; por otro, el resto de las actividades deportivas, suprimidas si no las hacían sustentables sus propios ingresos; en este rincón, socios que de tales sólo conservaban el nombre, dado que se les suprimió el derecho a voz y voto; y obviamente, cuando el negocio no dio más, porque los resultados no acompañaron y las figuras que ayudaban a conseguir lucro no salían, el consecuente abandono del contrato, con todas sus implicancias. El segundo ejemplo tiene que ver con Ferro, modelo de club llevado a desguace por empresarios inescrupulosos que lo dejaron en vías de extinción, un final cantado del cual fue rescatado, cuándo no, por los socios, también rehenes de los gerenciadores.

Esta descripción no pretende soslayar la existencia de dirigentes de asociaciones civiles sin fines de lucro que aprovecharon para hacer sus negocios –buenos y malos los hay en todas las actividades–, aunque hasta el día de hoy muchos son los señalados como tales y pocos los condenados por supuestos negocios espurios. A pesar de ellos, el fútbol argentino y principalmente sus clubes han alcanzado una envergadura que los ubica en el primer nivel mundial. Y a ese lugar han llegado como formadores de jugadores requeridos desde todas las latitudes del planeta. Es más, Messi es la única megaestrella que no completó las divisiones inferiores en el país, como sí ocurrió con Maradona, Agüero, Di María, Mascherano, etcétera. También las entidades argentinas han conseguido logros deportivos que nada deben envidiarles a los más encumbrados de cualquier continente. Y ni qué contar de la implicancia de los clubes de fútbol en la implantación y evolución de disciplinas como el básquet, el vóley, el handball, la natación y hasta en el atletismo.

Ya es hora de reconocer esta realidad. Los cambios para el mejoramiento de los clubes no pasan por su refundación, sino por corregir errores, por desterrar egoísmos, por acordar políticas comunes, solidarias, inclusivas y beneficiosas para todos. No más.

En el fútbol, como en otras cuestiones más importantes –y esto debería saberlo Macri–, no todo es cuestión de negocios, y de andar buscando oportunidades de negocios para los amigos.

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