DEPORTES
› OPINION
Al borde del precipicio
› Por Facundo Martínez
Por lo visto, más allá de la apretada clasificación por penales ante el Sao Caetano, Boca parece haber agotado su imagen de equipo compacto, equilibrado y destructor de rivales. Lejos parece estar de lo que fue en el arranque de esta temporada, cuando todavía era una buena copia del equipo que había terminado el año pasado rodeado de kimonos y Copas, una vez repuesto, claro, de una temporada veraniega bastante fría.
Metido en las semifinales de la Copa Libertadores, podrían ahora no importar los diez puntos que el equipo de Carlos Bianchi dejó en el camino en las últimas cinco fechas del Clausura, en las que perdió el invicto y la punta del torneo. Ni tampoco ser de importancia el haber marcado un solo tanto –el de Barijho ante los brasileños– en sus últimas cuatro presentaciones. Pero sería equívoco, porque lo que seguro no se puede soslayar es que el Boca que acostumbraba a ganar con el oficio, la fuerza, el juego y la responsabilidad colectiva, corre riesgos serios de finalizar su ciclo victorioso.
En el fútbol, se sabe, el éxito no es duradero. Tarde o temprano, los buenos equipos terminan desangrándose por sus grietas y, entonces, la conclusión no es otra que el desmoronamiento. Los primeros indicadores del derrumbe son las fallas recurrentes en el juego: la falta de profundidad para generar situaciones de gol, los errores en el manejo de la pelota y, lo más crítico, la pérdida de concentración. Este Boca de los últimos encuentros, ese que dejó de parecer imbatible, sufre, en mayor o menor medida, de todos estos males.
Con tales averías, resulta obvio que, para seguir en carrera y ser un serio candidato al título continental, Boca debe mejorar necesariamente en todas sus líneas, salvo en el arco, donde Abbondanzieri cumple su papel con inmejorables resultados. Con tales expectativas, al menos en las siguientes cuestiones, Bianchi y los jugadores no deberían demorar un solo instante el apuntalamiento de la definición, donde Barijho se presenta como mejor alternativa; las falencias que le impiden asociarse y atacar por la franja derecha; las constantes imprecisiones que, a falta de enganche, dominan en la zona de volantes; la concentración en las marcas y, tras una larga serie de desaciertos, la ejecución de las jugadas comandadas por Cascini en los tiros libres.
Se vienen las semifinales ante River, el único rival que, en lo que va del año, lo venció en las tres oportunidades que tuvo, dos de ellas en el torneo de verano. Serán dos superclásicos al hilo, con definición en el Monumental. Y pueden pasar dos cosas: Boca vence y demuestra, como lo ha hecho otras veces, que su bajón es pasajero, o River, que es líder y depende de sí mismo en el torneo local, triunfa y accede a la final de la Libertadores con la alegría de haberle dado al defensor del título el último golpe, el de la caída.