DEPORTES
› EL DESVELADO ESPECIAL
Bolud El Kotur, el regreso
› Por Juan Sasturain
El cronista –despertador en mano– siente que, más allá de los desfasajes que expanden y comprimen los husos horarios como un bandoneón y lo que es un día en Busán es el mismo pero otro en Berazategui (y ni hablar de hora y temperatura en Saporo y Defensa al 200), la larga noche del domingo al lunes existe para todos, y tiene la ambigüedad natural propia del estuario del Río de la Plata: mezclar aguas dulces de fin de semana con salobres de comienzo del yugo. Esa noche algo bueno termina con fulgores últimos de fósforo que –se sabe– brilla más antes de apagarse, y algo duro espera con las frías claridades del día de la Luna. Una consuetudinaria manganeta gráfica separa sábado y domingo en los almanaques, pretende hacer creer que se empieza en rojo festivo cada siete días, cuando cualquiera sabe que la semana arranca tipo túnel tenebroso con lucecita al final. Y de aguantar, estirar esa luz, se trata. Por eso el cronista encara la distribución de los partidos de la noche del domingo al lunes con criterio casi –con perdón– ideológico. Soslayando Croacia-México con todo el respeto debido a las piruetas de Cuauhtémoc y a la veteranía goleadora de Davor Suker, a esa altura prefiere música en Film & Arts y se programa para encarar el trago final del domingo –el postre, los globos desinflados de la fiesta– con Brasil-Turquía a las seis, algo de juego. El otro, Italia-Ecuador, ya exhibe la dureza trajeada de la rutina que se viene: a las ocho y media es puro desayuno de trabajo, territorio del fútbol laboral.
El cronista sabe íntimamente que siempre les dará crédito a los brasileños. No al ocasional Felipao, ni a Havelange, ni a Teixeira, ni a cualquier tramposo de esos que no nos son ajenos: les pondrá unas fichas a los jugadores. A ese cupo de talentos y fantasía que, incluso no queriendo, pueden soslayar los armadores de equipos. Y ante Turquía están el famoso finado Ronaldo, Ronaldinho –su hermanito de pasto–, la Araña Rivaldo y el petiso Juninho, todos juntos, del medio para arriba. Algo bueno se va a ver, piensa el cronista ilusionado con la rutina de Roberto Carlos y el viejo Cafú por los costados: “Aunque anden mal, algo inventarán” es la idea. Y encima está Denilson en el banco (y Romario en la casa haciéndoles vudú...).
El postre resulta parcialmente descremado, poco toquecinho gustoso y muchas imprecisas zonas de bizcochuelo tipo esponja. El cronista se ilusiona con dos esquives con disparos de la Araña y un desborde con memoria de Ronaldo que el mismo Rivaldo cabecea con el parietal y los libros, pero que el arquero turco –pintadas las mejillas como un indio de luto o un chocador de football americano– saca como anticipo de todas las que sacará. Pero la intermitencia brasuca es lo de menos para los de Sukur. El que cae continuado como el rayo que no cesa de Miguel Hernández es el pequeño coreano sonriente que esgrime el pito: los tarjetea desde todos los bolsillos.
Cuando los turcos se van con un hermoso e injusto gol de diferencia al descanso, el cronista hace un termo nuevo de mate y confía en que entre los amargos y Denilson lo preservarán del sueño en la segunda mitad. Y asíes. Primero llega el empate temprano con la fórmula anterior invertida, y después el machacar por una izquierda ingeniosa tipo Lula que nunca alcanza. Sobre la hora tiene que venir el pequeño colegiado a correr la raya del área como si fuera un borde de la pileta para la zambullida de Luizao, darles un penal y echarles dos turcos más rojos de rabia.
Como dirían los siempre vigentes octosílabos pareados de Bolud El Kotur, pensador del siglo XIII largamente glosado en Humor (R) por su descubridor, el no menos oriental y reflexivo Aquiles Fabregat: “Por Alá... Cuidado, hermano: / si te arbitrase un coreano, / sólo de espaldas al muro / has de sentirte seguro”.